miércoles, 30 de agosto de 2017

MIS BODAS

MIS BODAS

Los que me conocen saben que me encantan las bodas. Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, ya que mi anterior entrada fue sobre bodas, voy a hablar de mis bodas. Son bodas sencillas, como este pueblo, que es sencillo. Son bodas que me encanta oficiar, porque son bodas con el corazón. Veo a mi gente reunida por un motivo alegre, no como en muchas ocasiones en este aciago agosto, que ha sido para despedir a la gente que queremos. Las bodas son motivo de alegría, y son momentos donde sea por mi edad o sea por mi condición, la gente me deja decir lo que opino sobre la convivencia. Y a veces, puedo también referirme a los valores de este pueblo nuestro, que se conservan hasta nuestros días de la mano de personas jóvenes que vienen por aquí a decirse sí con todos los preceptos legales, y que comienzan a caminar un sendero que ya caminaron sus padres y sus abuelos. Tengo que decir que me encanta ver a la gente que trabaja arduamente cada día, vestidos de boda, tan guapos y guapas que a veces me cuesta reconocer en ellos al vecino al que saludé el día anterior. Me gusta mi gente, en el trabajo diario o en las celebraciones. Dentro de la sencillez, sus bodas reflejan exactamente que son cada uno de ellos, y yo procuro que también la ceremonia lo haga.

Este agosto, tan doloroso, ha tenido las alegrías de dos bodas de personas muy queridas. Primero se casaron Nuria y David, mis niños, la una porque fue mi alumna en el instituto, y ahora ha sido una colaboradora inestimable en el archivo y la ordenación de la Biblioteca Antonio Bello. El otro porque, tras un largo esfuerzo que yo presencié, ahora es de derecho y de hecho colega mío, profesor de Geografía e Historia de Instituto. Trabajadores, nobles y leales, David y Nuria constituyen un ejemplo de lo mejor de nuestra gente. Cuando asumen un trabajo o un nuevo reto no se arredran, se forman y asumen con naturalidad la responsabilidad, de forma que además, son parte de esa juventud confiable que sé que asumirán las riendas de nuestro país y de sus instituciones y lo harán bien, sea donde sea que ejerzan su labor. Al día siguiente se casaron Antonio Manuel y Davinia, una pareja que paso a paso fueron construyendo su futuro: conviviendo y priorizando el esfuerzo que había que hacer para tener su propia casa, luchando para tenerla con constancia y denuedo, lucha  de la que también fui testigo y partícipe, y casándose al final. Fue una boda preciosa: amantes de los caballos, tenían los elementos necesarios para que la novia llegara en calesa al ayuntamiento, lo que no significó un sobrecoste, sino la integración de su día a día en el acto donde se dieron el sí.  Ambas bodas se celebraron dignamente, con la dignidad de la gente que sabe que ese es un día de convivencia con las personas a las que quieren, no un acto de ringo rango. Porque nuestra gente, y eso es lo que valoro de ella, no son personas de postureos, sino de convivencia mesurada y tranquila, que quiere trabajar, criar una familia y vivir en paz. Todo lo que excede de eso, chirría. Y yo les doy las gracias por ser así, por seguir siendo como siempre fue nuestro pueblo, dignificándolo y honrándolo, y por compartirlo conmigo. Seguiré casando. Vienen próximas nuevas bodas. Pero sé que todas ellas responderán a estos parámetros. Y me siento orgullosa y feliz. Gracias. 

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