EL PELOTA

Nunca fui fan de Zipi y Zape, pero lo poco que me gustaba de aquel cómic era uno de los personajes: Peloto. Según la RAE, un pelota es una persona aduladores que hace la rosca, esto es, halagarle para obtener algo. La definición sobra porque todos conocemos a algún pelota. Es más, hay jefes que necesitan tener cerca un pelota, que le hace la jornada más fácil, más amable, y más satisfactoria, y sobre todo, que le hace el trabajo sucio, ése que el propio jefe no se atreve a hacer. Al pelota le importa un pimiento que sus compañeros le señalen como pelota con tal de obtener un beneficio. El pelota no es ni un enchufado, ni un zalamero, ni un simple pedigüeño, sino todo ello a la vez. El primero se comporta según lo que es el mejor medio para lograr, con suficiente rapidez, unos bienes a los que cree tener derecho. El zalamero, por su parte, es tal vez un residuo de las miserias de las clases más explotadas, que usan como arma el juego de la vanidad para engañar así al poderoso. Y el pedigüeño puede ser un puro mendigo, un mendigo disimulado o, simplemente, alguien con más cara de la habitual. El pelota es todo eso y algo más.

En mi vida he conocido 2 tipos de pelotas:

· Los que pelotean para influir al jefe, con la intención de hacer mejor las cosas (desde su punto de vista). Tienen un componente de superioridad intelectual muy marcado. Creen saber mejor que los demás lo que hay que hacer. Y ese sentimiento de superioridad siempre acaba saliendo a relucir en las relaciones con los demás compañeros. El nuestro, al que me refiero, va contando por su “ciudad” como se jacta de llamarla, que es “quien hace política en SJR porque los gobernantes no tienen ni idea”

· Luego están los que pelotean para ser recompensados. A éstos no les importa que las cosas se hagan bien o mal. Simplemente adulan al jefe para obtener su beneficio, bien sea en poder, bien sea en la recompensa que creen merecida. Nuestro tipo también es de éstos: cobra por todo, hasta por aquello que entraría de lleno en su salario.

Es común a estas dos categorías su indiferencia por ser conocidos como tales, como pelotas. En ocasiones, incluso bromean con ello. No persiguen ser jefes, les basta con influir sobre ellos u obtener el beneficio perseguido. Su actitud permanece invariablemente aduladora independientemente del jefe que haya (lo que les diferencia del fiel compañero).

El pelota siempre está donde no le corresponde. Aspirando a un nivel, o apropiándose de unas confianzas que no le corresponden por su posición real en el escalafón, con respecto a los demás compañeros. Sobresalir e influir son sus máximas ambiciones.

No obstante, algo nos desconcierta. Nuestro pelota ha pasado de calificar a su jefe como “el mejor alcalde” a hacer lo mismo con otros, verbigracia, el alcalde de El Sauzal, e incluso, denostar en privado a su jefe. Parece dudar de la continuidad del chollo del que disfruta, y amplía el ámbito en el que ha de ser cobista. Extiende la adhesión inquebrantable, la veneración hiperbólica, a otros polticos distintos de su jefe, que no le pagan, pero le pueden pagar en el futuro. Con esta actitud, nuestro pelota ha demostrado no tener precio como adulador, aunque como estratega tal vez no tanto, porque don Manuel se puede enterar, incluso de aquellos improperios que en la intimidad, y fruto de berrinches, le suele dedicar. Y el hecho de decir las mismas alabanzas de otros que no le llenan el payo, con alabanzas sonrojantemente desmesuradas, hace pensar si tanta coba no es, en realidad, una suerte de insulto, por lo repetido y porque arroja una imagen del alabado más de caricatura que de retrato. Este colaborador del alcalde ha actuado hasta ahora como un servidor impagable, aunque realmente don Manuel le pague muy bien. En el escalafón de aduladores de Reyes, este individuo ha pujado por obtener el número 1, pero, si sigue adulando a diestro y siniestro, como si percibiera que todo puede cambiar, tal vez no tenga ocasión de ocupar el podio por mucho tiempo. Este pelota, hasta ahora, ha sido un maestro bufón que no perdona a aquellos a los que no les puede sacar un euro, piensa que todo se le ha de perdonar, todo se le tiene que escuchar. Da la impresión de que es la sal de las cosas, que sin él el pueblo permanecería inmóvil. Pero su interés acaba en que le paguen la comida o una francachela, con un descaro mayúsculo con el que justifica lo injustificable de quien les alimenta el papo. Porque en realidad es un cobarde que se achica ante la verdad, porque la verdad no le reporta ningún beneficio, por lo que le viene muy bien ser como es, un ignorante que alardea de informado, que desconoce de verdad casi todo de lo que habla.

Pero el pelota surge por algo. Cuando el político hace dejación de sus funciones, el vacío que deja lo ocupa, rápidamente, un pelota. El pelota, entonces, actúa como un informador, porque el pelota siempre está a un paso de ser un chivato, incluso como como un asesor, aunque dios libre y guarde a quien se deje asesorar, o más lejos aún, de ser un estabilizador político. Haciendo ver que se distancia, no deja nunca de adular a quien le da alguna prebenda. Con quien está más a gusto es con quien puede más que él, el que maneja los fondos públicos: las faldas bajo las que se cobija son las de quien, a falta de cerebro, le sobra autoridad. Lamentablemente, tras recalar por el pueblo y pretender contagiar su organismo social y extender su mezquindad y necedad, parece que él mismo ve su fin. Por eso pelotea con otros personajes distintos de su jefe, por los que, en su caso, sustituirlo. Pero, entre tanto, cobra por pelotear de nosotros. De todos nosotros.