NUESTROS TAGORORES PÚBLICOS EN LAS PLAZAS... Y A DON MARCOS NO LE GUSTAN

En el transcurso de la Comisión de ayer, mientras no me ausenté por los improperios, los gritos y los puñetazos sobre la mesa del portavoz, pude entender, a duras penas, que a don Marcos no le gustan nuestras habituales reuniones informativas a los vecinos. Ya sabemos que manda algún emisario para escuchar. En la última de San Juan incluso él estuvo por los alrededores. No podía con su condición. Pero lo que me sorprendió es que estuviera tan enfadado con nuestras reuniones en la plaza pública. Así lo decía él en la Comisión, resaltando el hecho de que es la plaza pública. Bien resaltado, diría yo, dado que si es pública es fundamentalmente del pueblo, de los vecinos, que son los destinatarios de nuestra información. Don Marcos debe saber, y si aún no lo sabe, yo se lo recuerdo:

a) Que las reuniones en las plazas públicas las llevamos realizando hace tres años.

b) Que hemos solicitado por todas las vías administrativas que se nos facilitara el uso, tal como se establece en la ley, de locales municipales (y por lo tanto, públicos también) y se nos han denegado de manera absolutamente ilegal (por cierto, ¿dónde están las preceptivas advertencias de ilegalidad del secretario? ¿qué hace el secretario para justificar su elevado sueldo?).

c) Que lo que hacemos en las plazas públicas, aparte de dar cumplimiento a nuestro compromiso de una democracia participativa, es hacer uso de nuestro derecho constitucional a reuniones e informaciones.

d) Que siempre lo hemos puesto en conocimiento de la autoridad competente, que en materia de orden público es la Subdelegación del Gobierno. No sólo porque es preceptivo, sino para que garantice nuestro derecho constitucional de reunión, que no tenemos claro que nos respetara el propio don Marcos y su grupo si no buscáramos el amparo gubernativo.

e) En fin, que vamos a seguir haciendo uso de este derecho, aunque a don Marcos no le guste.

f)Y que si quiere, puede venir a nuestras reuniones. Con mucho gusto le daríamos la palabra y entablaríamos un debate con él. Claro está, la condición es que guarde el respeto debido, el mismo que sus convecinos, que son los míos, guardan, como es tradicional en nuestro pueblo. El que no guarda él en el Salón de Plenos.

Pero ya sé que es mucho pedir. Porque el hombre no es capaz de respetar. A nada ni a nadie. Ni siquiera a sus afines. A los hechos me remito.