sábado, 5 de octubre de 2013

ANÓNIMOS

Los anónimos fueron usados con profusión por los falangistas o de franquistas en contra de los militantes de izquierdas, de los que fueron y eran republicanos, de los librepensadores. Durante la dictadura, las personas que soportaban el exilio interior soportaron este tipo de misivas desde el final de la Guerra. Un viejo militante de izquierdas me contaba hoy, en el comité regional, a cuentas del anónimo último, que en una época él recibía cartas ofensivas y amenazantes todas las semanas.  Y me decía “Cuando las recibía, las tiraba a la basura y no les hacía más caso”. Y yo le pregunté: “Pero ¿y no te daba miedo que cumplieran sus amenazas y te hicieran algo?” “No”, contestó, “nunca hay que tener miedo a un anónimo o a un pseudónimo; eso es lo que intentan, que se amedrente uno y deje de decir lo que piensa. No hay que darles el gusto de que se salgan con la suya, y además es improbable que se decidan a hacer nada, al menos individualmente. Son cobardes, como lo prueba que se oculten y ni siquiera se atreven a dar su nombre. Al revés, hay que seguir adelante”. Huelga recordar que era poco lo que este hombre podía decir públicamente en aquella época, dada la censura omnímoda que ejercía la dictadura de Franco. Pero hasta ese poco –entre líneas o de manera críptica- quería acallarse. Hablando con él me reiteré en la idea de que obrar anónimamente es una de las cosas más despreciables del mundo, sobre todo cuando se hace desde una posición de fuerza o en una democracia con libertad de expresión.
Con Internet y las redes sociales, proliferan en pueblos como el nuestro anónimos, trolls, ocultos con sus “nicks”. Muchos, demasiados para ser lo que somos, Sabemos de algún personaje cercano al grupo de  gobierno actual que maneja a la vez varios perfiles, algunos especialmente insultantes, pese al perfil de bueno que en la vida real quiere representar.  “Si somos muchos”, piensa el cobarde, “pasaré inadvertido, no podrán individualizarme. Si somos muchos, no podrá encararse conmigo, luego estoy a salvo y puedo tirar adelante con mis injurias o fechorías”. Van encapuchados los etarras y otros terroristas; fueron encapuchados los miembros del Ku-Klux-Klan, sobre todo cuando hacían una batida para darle una paliza a un negro o incendiar su casa o colgarlo de un árbol. Iban embozados los salteadores de caminos, los atracadores se calaban medias distorsionadoras en la cabeza. Se sienten orgullosos de su cobardía, de ocultarse y de escurrir el bulto. No les da ninguna vergüenza tirar la piedra y esconder la mano, comportarse como masa impune, actuar a resguardo.
En todos los casos de anónimos relatados, aparece como elemento común la cobardía. La cobardía, desde que el mundo es mundo, es una de las bajezas más ruines a que puede llegar el hombre. Los cobardes son esos personajes oscuros que viven como las ratas, en la oscuridad y espantados de todo y de todos porque no pueden llevar su mezquindad con la luz del día. Son cobardes porque sus argumentos no tienen mayor peso que el anonimato. Son miserables porque no tienen razones ni motivos para defender sus postulados, sino con el papel manchado de inmundicia, la porquería que escupen y les mancha. Son hipócritas porque, seguro, dan una cara falsa cual ‘sepulcros blanqueados’, pero por dentro están putrefactos de miseria y ruindad. Son fariseos porque en el templo y ante los ojos de los demás se dan golpes de pecho; luego, en sus cavernas oscuras, son el prototipo del pecado. Los individuos capaces de enviar o comentar mediante anónimos hirientes, amenazantes o insultantes de todo tipo, me recuerdan a los chivatos del colegio, esos tipejos odiados por el resto de la clase y que intentaban mantenerse como ejemplares ante todo el profesorado. Al final terminaban por ser descubiertos y más de uno recibía la soberana paliza y desprecio de sus compañeros.
El anónimo es el signo más penoso y evidente de la cobardía, de comportamiento similar al de las alimañas. Los cobardes anónimos se quedan estancados y en el mismo lugar de siempre, porque mientras los demás trabajan y disfrutan la vida, ellos están cargados de odio y paralizados, esperando que el otro ejecute, para actuar. Creen saber donde atacar, el momento y lugar en que pueden hacer más daño. Creen conocer los sentimientos de la otra persona y su punto débil. Lo usan cuando creen que la vulnerabilidad del otro/a se ha puesto al descubierto. El experto en los envíos de anónimos suele ser alguien con la personalidad trastornada y poseedor de una doblez de comportamiento que puede pasar desapercibida. Utiliza la sorpresa del anónimo, el desconcierto que produce, la indefensión del receptor, la irritación ante algo a lo que no puede replicar porque desconoce el origen, la persona o alimaña de donde procede el insulto o amenaza, la falta de respeto por la intimidad del agredido o agredida. Los anónimos están provocados por la envidia, los celos, el odio irracional, la no aceptación de lo diferente…. o las manía persecutorias y neuróticas. No dejan de ser simples ratas de alcantarilla las que precisan de ese anonimato o clandestinidad. Es verdad… las ratas aprovechan la oscuridad, los rincones y lugares para no ser vistas y atacar a lo más indefenso.
Y no se libra ni la red. Los cobardes anónimos son aquellos individuos que le admiran en secreto a usted y a mí, que usamos las redes sociales, pero que son seres frustrados, llenos de dolor y envidia y que tienen como único mecanismo de desahogo comentar de manera anónima o adoptando un seudónimo en los blogs y diarios que tienen abierta la casilla de comentarios. Sus opiniones son destructivas y sin sentido. Seguramente quisieran emular la actividad creativa que en las redes se ejerce y la libertad que proporciona, si no, no se entendería por qué esa obsesión con mi presencia en la red.
El autor de anónimos merece el desprecio más absoluto. O mejor, la pena más grande. Porque aparte de su indudable trastorno mental y la represión de todo tipo que desvela sus comentarios soeces, zafios, machistas e insultantes, cuenta con tan baja autoestima que ni siquiera es capaz de revelar su verdadero nombre. Pero su personalidad es fácil de definirla, porque se describe en todo aquello que pretende reflejar en el otro, en este caso, en mí. Enfermo mental, obseso sexual, reprimido, defraudador de haciendas públicas y privadas, y, además, disconforme con su propia piel. Da pena porque, a fuer de ser tonto y estúpido, no sabe que las personas de largo recorrido académico, profesional y social (menos en la política, a donde llegué hace escasos años, aunque con continuada presencia pública y orgánica), somos de la especie de los triunfadores, es decir, estamos dispuestas a triunfar en la vida creyendo en el trabajo, el tesón y en la lucha permanente, y en el trabajo en equipo, y por eso les ignoramos, omitimos y rechazamos. Porque no tenemos tiempo de dedicarles tiempo. Porque nuestro tiempo, desde hace años, está al servicio de nuestro vecinos. A ellos nos debemos y por ellos hemos elaborado un proyecto de progreso para el municipio. Y eso es lo que les pone nerviosos. Porque se ven incapaces e impotentes. Pero ese es su problema, no el nuestro. El nuestro es trabajar, ahora más que nunca, para sacarlos de sus madrigueras en 2015. Y nada ni nadie nos va a detener en ese propósito.



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