LA ENVIDIA

Un anónimo me advierte de que esta semana, en el programucho infecto, se despacharon contra mí. Y me dice que haga algo. Y ya lo hago. No lo veo. cada uno es dueño de sus propias miserias, y estos "machitos" del programucho tienen tantas miserias, que si fuera dinero, estarían el el Guinness de los records. El mayor desprecio, como sabe el anónimo comunicante, es no hacer aprecio. Y, sobre todo, saber, ante cada conducta humana (aunque a veces ciertas conductas nos hacen dudar de su condición de humanas) saber las motivaciones. Estos ataques vienen motivados por una venta barata de la propia condición humana. Cuando uno tiene que hacer estas cosas para comer, cuando uno no ha logrado tener una profesión digna, que es el caso de la mayoría, o no ha logrado el respeto como profesional, como es el caso del abogadillo que sale en pantalla, uno se presta a venderse, vender su dignidad por cuatro perras. Que es lo que hacen estos personajillos cada lunes. Pero es que es más que esto. Una de las pasiones peores que puede tener un ser humano es la envidia. Y estos personajes actúan motivados sobre todo por la envidia hacia las personas a las que pretenden dañar con sus comentarios. Y no dañan. Multitud de personas, como el anónimo comunicante, me han manifestado su desagrado por lo que vierten lunes tras lunes. Y son ls personas serias del pueblo. Otros me han dicho que han dejado de ver esa tele por el mismo motivo, porque se sienten degradados al ver a esos personajes. Es decir, que han conseguido el efecto contrario al que buscaban.

Pero hablemos de envidia. Fijense en las expresiones de estos personajes cuando se ceban con alguien. observen su expresión de rabia, de enfado. Se deforman, deforman su cara, se convierten en grotescos remedos de sí mismos, dan pena. Y casi siempre lo hacen cuando critican actividades exitosas de otras personas, o cuando se ceban con personas que han logrado un prestigio en su profesión o en su dedicación. Se pasan los días fijándose en lo que hacemos esas personas que constituimos su obsesión, tanto que descuidan sus propias vidas y realizaciones. Cuando las personas a las que nos dedican su programa actuamos en alguna medida, tienden a hablar de sí mismos o de los que dicen defender (flaco favor que le hacen, algún alcalde de CC, más inteligente, se ha negado a que lo mencionen por ese motivo) llegando incluso a mentir o a hacer comentarios ridículos o grotescos para sobresalir.
La palabra envidia procede del vocablo latino 'invidere', que significa "mirar con malos ojos". Hay quien le llama mirada torcida. Pues fíjense en la mirada torva de los personajes en cuestión.

El Diccionario de la Real Academia dice de la envidia que es "la tristeza o pesar del bien ajeno". Esa tristeza o pesar tiñe todo lo que dice o hace el envidioso de una ferocidad gesticular, que caracteriza al individuo capaz de todas las traiciones y de todas las falsedades. Les invito de nuevo a que observen la fisonomía de estos individuos.

El envidioso pertenece a una especie moral raquítica, mezquina, digna de compasión y desprecio. Sin coraje para dirigirse directamente a la persona a la que pretenden ofender, se resigna a ser vil a distancia, como buen cobarde. Se rebajan a extremos insospechados, desesperados por la elevación del que ven como de conducta inalcanzable. Porque al envidioso le produce pesar o descontento el bienestar y la fortuna de los demás. Él ve los bienes del otro, pero no las dificultades inherentes a su conducta, ni las privaciones y desventajas que ha tenido que superar el otro para conseguirlos. Por eso, estos que son unos advenedizos que pretenden ser lo que no son (casualmente, como intrusos en una de las profesiones más bellas y nobles, el arte de comunicar), másque nada porque dedicaron su juventud a andar "en malas compañías" y dejarond e hacer lo que hicimos las personas a las que pretenden denigrarnos: formarnos y desarrollar digna y exitosamente una profesión. La gran desigualdad que preciben entre ellos y las personas a las que pretenden machacar provoca en ellos la más virulenta de las envidias.
Lo que al envidioso le molesta no son tanto los valores materiales del otro. Dirige un odio mucho más profundo a la persona que tiene el bien. No pretende obtener sus bienes, sino destruirlos y, a ser posible, destruirlo a él también.
Lo que pasa es que el envidioso dirige contra sí mismo la otra parte de ese odio agresivo: no sólo quiere destruir al otro, sino destruirse a sí mismo. por eso, estas personas, cuando me nombran, parece que están al borde de una apoplejía. observenlos ustedes. Lo que se agrava porque el envidioso nunca descansa: ni siquiera la expropiación forzosa de la fortuna del otro, logra apagar su envidia.
Aún con la propia percepción de no haber hecho méritos para igualarse al envidiado, el envidioso se pregunta muchas veces ¿por qué él y no yo? No acepta el triunfo ajeno, sobre todo, cuando sabe que la persona envidiada es similar, en origen, a ellos. Sé que se van a rebotar por lo que digo ene sta entrada. pero asumo que la persona envidiosa no suele reconocer su envidia. El envidioso quiere destruir al otro, hacer que no exista. La envidia, por lo tanto, está emparentada con los celos y el odio. No se envidia lo que posee el envidiado, sino la imagen que el envidiado proyecta como poseedor del bien. La envidia revela una deficiencia de la persona que la experimenta. Sabemos de qué carece el envidioso a partir de aquello que envidia en el otro. La tristeza del envidioso no está provocada por una pérdida, sino por un fracaso, por no haber conseguido.

Sobre qué puedo hacer ante esto, pues debo decir que haré lo que me aconsejan personas sensatas, algunas atemorizadas por los comentarios amenazantes que algunos de estos personajes lanzan por ahí. me piden que me cuide, y eso hago. El caldo decultivo de estas personas son otros como ellos, personas primarias de reacciones incontroladas, que más que daño moral, pueden hacer daño físico. Así que lo que hago es Cuidarme de mí misma y de los mios. Cuidarme porque sé que estos personajes, destructivos pero, sobre todo, autodestructivos, si pudieran, si superaran su propia cobardía, llegarían a agredirnos. Por eso, uestra presencia pública es muy controlada. Pero, como el otro día en las Rosas, más vale que se cuiden ellos, porque al final, la agresividad que han generado actúa como un boomerang. Y ellos tienen las claves.