Para la niña, La Rambla era sinónimo de la Piedra del Gallo
y los charcos, del rumor del mar y del sabor a salitre y a lapas crudas y de la
hospitalidad.
A la Rambla se bajaba caminando
desde la carretera. Allí se dejaba el coche y se bajaba con los bolsos por un
camino que pasaba por un lateral de la casa de los López, donde aún vivía
familia lejana, no en balde el abuelo se apellidaba López a cuenta de su
madre, la bisabuela, que atendía por el
nombre de Trinidad López. En la casa de
los López se sentía el primer rasgo de calor y abrazo hospitalario de la gente
de La Rambla. El café, la charla que siempre incluía a los ausentes por la
emigración, y, camino abajo, entre plataneras y fragantes flores, y luego hacia
la Rambla de Abajo, seguía la niña diestra, sin solución de continuidad, el
largo paso del padre, ansioso por ver s sus primas, a las que quería como
hermanas. Allí, en la bella y marinera casa de la Piedra del Gallo, todo era
cariño, armonía y atenciones. Tan bien se sentía la niña en aquella casa, que muchas noches durmió allí. Decir dormir es
decir mucho, porque el ruido de las olas del mar en su arrastrar de callaos y
el golpe contra las rocas era tan novedoso que no era fácil conciliar el sueño.
Al desvelo contribuían la emoción de dormir en una cama ajena, pero cálida y
familiar, el crujir de las maderas de la casa y, a veces, el rumor de la brisa
pasando a través de las tejas. De allí a los charcos, a aprender a coger los
burgados, a despegar las lapas de la roca y a sentir el placer del mar. El mar,
que la niña siempre identificó con el origen de la armoniosa melodía que la
gente del lugar le imprime a su peculiar forma de hablar que parece llevar
consigo el rumor de la marea. La Rambla es la bondad de sus gentes, el primor
de las fachadas, con las flores cultivadas por la mano hacendosa que hacen que
el camino sea un paseo primoroso y posiblemente el más bello de la isla, y el
mar, la mar, omnipresente, distinta y cercana.
La Rambla es una vocación. Si
alguna vez, cansada de la brega, quiero retirarme, allí me iré. Porque en
ningún sitio el mar es tan mar, el paseo tan sosegado, las raíces están tan
cercanas, la gente es tan amable y la hospitalidad pervive. La Rambla, siempre
La Rambla. No es sólo un sentimiento. Es también una vocación.
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