... no sólo tiene que ser honrada, sino parecerlo.
Según cuenta Plutarco en sus "Vidas paralelas", un patricio romano llamado Publio Clodio Pulcro, dueño de una gran fortuna y dotado con el don de la elocuencia, estaba enamorado de Pompeya, la mujer de Julio César.
Tal era su enamoramiento, que en cierta oportunidad, durante la fiesta de la Buena Diosa -celebración a la que sólo podían asistir las mujeres- el patricio entró en la casa de César disfrazado de ejecutante de lira, pero fue descubierto, apresado, juzgado y condenado por la doble acusación de engaño y sacrilegio.
Como consecuencia de este hecho, César reprobó a Pompeya, a pesar de estar seguro de que ella no había cometido ningún hecho indecoroso y que no le había sido infiel, pero afirmando que no le agradaba el hecho de que su mujer fuera sospechada de infidelidad, porque no basta que la mujer del César sea honesta; también tiene que parecerlo.
Tal era su enamoramiento, que en cierta oportunidad, durante la fiesta de la Buena Diosa -celebración a la que sólo podían asistir las mujeres- el patricio entró en la casa de César disfrazado de ejecutante de lira, pero fue descubierto, apresado, juzgado y condenado por la doble acusación de engaño y sacrilegio.
Como consecuencia de este hecho, César reprobó a Pompeya, a pesar de estar seguro de que ella no había cometido ningún hecho indecoroso y que no le había sido infiel, pero afirmando que no le agradaba el hecho de que su mujer fuera sospechada de infidelidad, porque no basta que la mujer del César sea honesta; también tiene que parecerlo.
Viene a cuenta esta vieja máxima por lo que aconteció ayer en las inmediaciones de la iglesia de San José. Espectáculo espeluznante éste, donde se usa lo más sagrado, la muerte de una persona, como escenario de enfrentamientos políticos casi tribales. Es lamentable y demuestra lo bajo que puede llegar a ser el comportamiento de algunos para defender con uñas y dientes su puestito y su sueldito.
Pero hablando de la mujer del César...
La mujer del César no deja su vehículo cometiendo una grave infracción de tráfico. Y si lo deja, se expone, como cualquier hijo de vecino, a que le sea aplicada la sanción correspondiente. A no ser que el que firma la sanción (no quien multa, sino quien firma) sea amigo y deje pasar el plazo legal para que no tenga efecto, o simplemente la quite. Privilegios del poder. Pero si transgrede la ley, se expone a cumplir la sanción. Eso no es motivo para interpelar airada a un posible testigo, amenazándolo.
La mujer del Cesar se comporta discretamente. No da voces a un desconocido (por no haber sido presentado), que no le ha hecho nada, a la salida de una misa de duelo, ni le agrede verbalmente.
La mujer del César no miente. No intenta, desde un victimismo claramente fingido, acusar a alguien, que ni siquiera la conoce, de hechos que no existen sino en su cabeza.
La mujer del César no agrede verbalmente, ni de ninguna manera. Si el César ha de dar ejemplo, la mujer del César sabe que su comportamiento también es público y como tal, será juzgada.
La mujer del César se cuida de arremeter contra nadie con su vehículo. No está bonito, y ese alguien puede considerarse agredido.
La mujer del César es equitativa. Sabe que si el César agrede a alguien o a la familia de alguien, el César también se expone y expone a su propia familia al menos a similares acciones.
La mujer del César pretende defender, razonablemente, a sus hijos. Es razonable si ha existido la agresión, cosa que ya hemos dicho que es incierta. Pero la misma razón que se le otorga en caso de que la agresión hubiese existido, la mujer del César se la ha de conceder a agresiones que sí existeN. Es decir, la mujer del Cesar ha de poder entender, en el caso improbable de que ocurriera, que algún hijo defienda, también razonablemente, a su madre, ante agresiones reales, continuadas, falaces y difamantes que parten precisamente de su marido.
La mujer del César, en fin, debe cuidar, antes que nada, su casa. Porque ahí es donde se producen las máximas agresiones (le aoonsejo a la mujer del César leer de nuevo la historia del principio, en un sentido o en otro), y no precisamente por los enemigos imaginarios que surgen en su cabeza.
Los enemigos de la mujer del César están más cerca, son más íntimos, que los adversarios meramente políticos de su marido. Y la mujer del César, si reflexiona, lo verá claro y diáfano, y actuará en consecuencia.
3 comentarios:
Ya le gustaría a Félix ser el César, y a su esposa ser la mujer del César.. aunque se crean que éste es su Imperio, que bajen de la nube, que no son nadie sin sus votantes, aquí no hay emperadores ni esclavos... vaya personajes estos de AIS, siempre haciendo el ridículo!
vaya si donde quieran que van, van dando la nota y llamando la atencion, pero es lo que tenemos.
Cual de ellas?
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