viernes, 23 de agosto de 2013

LOS VALORES Y LOS ANTIVALORES

El valor de algo se mide en relación a otro algo. Esto significa que cualquier cosa puede ser valiosa, todo depende de su armonización con otras cosas. Además, un valor tiende siempre hacia dos polos, dado que la adecuación o armonía entre dos cosas puede tener grados o gamas entre esos dos polos. Los valores, además, son preferibles, es decir, son atractivos a las facultades humanas. Los valores también son trascendentes, es decir, los objetivos valiosos no agotan el concepto del valor que entrañan y  son jerarquizables, es decir, todos ellos, guardan entre sí un cierto orden en relación con las preferencias y características del ser humano.
Los valores son objetivos, es decir,  existen en la realidad independientemente de que sean conocidos o no. Hablar de valores subjetivos es hablar de valores creados por el sujeto. La objetividad y subjetividad no son excluyentes, sino que normalmente se complementan:  puede ser que mientras existe una relación de adecuación entre dos cosas (la objetividad del valor), en este caso la persona y el objeto, es también posible que esta persona añada por su cuenta (subjetividad) un elemento de preferibilidad al mismo objeto. Normalmente a esa parte subjetiva del valor se le conoce como valorización, que muchas veces es confundida con el valor. El valor es objetivo, ya que se da independiente del conocimiento que se tenga o no de él, en cambio la valorización es subjetiva ya que depende de las personas que juzgan;  aun así para que una valorización sea valiosa, debe tener objetividad, es decir, necesita basarse efectivamente en los hechos reales que se están juzgando y aplicarlos universalmente.
Digo todo esto porque estamos en tiempos donde se pone en valor cualquier cosa de forma subjetiva y muchas veces excluyente. Y muchas veces esta circunstancia se varía de forma acomodaticia en función a acomodar los valores a la circunstancia del sujeto que valora, para ponerse en valor a si mismo y desvalorizar al resto.
Un ejemplo es el antiguo leit motiv donde se dividía a las personas en función a si eran de aquí  no para su aceptación. El valor bueno era ser de aquí. El extremo contrario era ser de fuera.  A mí errónea y torticeramente me asignaron el segundo. Este valor cambió y ya no se nombra cuando  los que valoraban subjetivamente la procedencia ahora han de dar cuenta de procedencias externas, domicilios externos, adhesiones al municipio interesadas en función de aparecer en listas electorales, huidas del municipio por razones variadas y un largo etc. Con lo cual se les ha caído ese “valor” que consistía en excluir a los que eran distintos por razón e procedencia.
Otro  ejemplo es el tema de los sueldos, que sirvió hasta que se hizo un silencio cuando se autoasignaron salarios de más de 100.000 euros más que los anteriores. Ya el antivalor se convirtió en valor.
Un tercer ejemplo puede ser la presunción de ciertos colectivos de convertir en valor, de nuevo, circunstancias como la edad o los estudios. La edad no es un valor añadido, ni tener estudios hace más que añadir una carga teórica a una vida que se ha de curtir en las actividades profesionales y sociales. No se es mejor por ser joven ni por ser viejo. Los jóvenes tienen cosas minoradas en las personas mayores viceversa. Los titulados poseen conocimientos teóricos que han de llenarse de contenidos prácticos, y los no titulados atesoran su experiencia en los campos en los que se ha desarrollado la existencia vital. El valor es la interacción entre todas las edades y el intercambio de conocimientos.  Ahí está la riqueza.

Por último, tampoco es un valor en sí mismo la permanencia en un proyecto. Sólo lo es desde la lealtad y la humildad. Lealtad para estar en las duras y en las maduras, de uno mismo y de los demás. Porque hay quien está en los proyectos para sobrellevar las partes azarosas de su vida y utiliza a los demás, posiblemente por períodos prolongados, hasta que se siente lo suficientemente libre porque se siente fuerte. Y esa fortaleza ficticia da la prepotencia que entiende que mi idea es la única, la mejor y la perfecta. Y eso si que, por supuesto, es un antivalor. 

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