BORGES, MENTIROSO

Borges se ha atrevido, en el día de ayer, a llamarme mentirosa en la prensa, por pedir que publique los datos del agua y tome medidas. Mentiroso, él. Al igual que el resto, que avala la mentira del agua.

Mienten. Mienten continuamente, y tienen la cara dura de llamarnos, a los que le pedimos que dejen de mentir, mentirosos. Este personaje, José Antonio, que parece que no está nunca, pero que es uno de los responsables de mantener, con su silencio cómplice, este desaguisado, siempre mantuvo la compostura. Ahora, no sabemos por qué oscuros intereses, se desmelena y nos llama mentirosos por decir que su trabajo está realizado deficientemente. Este hombre es un peligro público, porque no ha tomado medidas con la manifiesta mala calidad del agua, un ámbito del que se ocupa y en el que ha demostrado su incompetencia y su irresponsabilidad.

Lo que me preocupa no es que nos haya mentido, sino que, de ahora en adelante, ya no podremos creer en él nunca más. Mala manera de acabar una vida política. Porque al que juró hasta que ya nadie confió en él y mintió tanto que ya nadie le cree, le conviene irse a donde nadie lo conozca.
Ignora José Antonio que, diciendo esta mentira sobre la calidad del agua y diciendo que nosotros mentimos, asume una grave responsabilidad, porque está obligado a inventar veinte mentiras más para sostener la certeza de esta primera. Con una mentira suele irse muy lejos, pero sin esperanzas de volver. Porque a ver cómo se desdice. Lo hará como hace poco, que tras negar una y otra vez que el agua era deficiente en calidad, se descolgó su compañero, el alcalde, con un bando “visto y no visto” donde lo desmentía diciendo que el agua era mala. Y luego volvieron a afirmar que era buena. Como en el viejo chiste del intermitente del gomero: ahora sí, ahora no. Porque ahora, según Borges, pese al bando, pese a las medidas de La Guancha, pese al cierre de la planta de Cruz de Tarife, el agua es buena. Es mala en La Guancha, pero al llegar al barranco, se transforma, por arte de magia, en buena. Carota.
Una mentira no tendría sentido si la verdad no fuera percibida como peligrosa. La verdad es peligrosa porque los hace aparecer a ellos como mentirosos. Pero la mentira nos pone en peligro a todos.
Y es que son tontos. Si de vez en cuando dijeran la verdad, podríamos creerlos cuando mienten, pero cada vez necesitan mentir más y más, de manera que ya es como en el cuento del lobo. Ya no creemos en ellos ni aunque juren sobre la Biblia, porque de todos es sabido que el mentiroso siempre es pródigo en juramentos. Y porque el castigo del embustero es no ser creído, aun cuando diga la verdad. Porque hay que tener buena memoria después de haber mentido, y este personaje se olvida de que el propio ayuntamiento ha sido sancionado por no hacer públicos los datos en los que él se escuda para llamarnos mentirosos, pero que no hace públicos. Mentiroso y cobarde, esconde los datos que certificarían la verdad de sus palabras. Y luego, a veces, los vemos dándose golpes de pecho en la Iglesia. Rezando con los mismos labios que usan para mentir y poner en peligro la salud de sus vecinos.

Y puede que aún le dure un tiempito el juego de la mentira. Porque la gran diferencia entre un gato y un mentiroso es que el gato tiene apenas nueve vidas. Pero, auqnue larga, la vida de la mentira también se acaba. Porque una mentira nunca vive hasta hacerse vieja. Y cuando se acabe… alguno tendrá que dar cuentas, al menos ante su conciencia, de haber mentido, para no se sabe muy bien qué, poniendo en riesgo la salud de sus convecinos. Y no sé si ese qué oculto y suponemos que lucrativo, lo será tanto como para que alguien resista la voz de su conciencia. Si la tiene.