LA PREPOTENCIA, LA MALACRIANZA O LO QUE NADIE QUIERE PARA SU ENTORNO
Es triste y alarmante que los actuales
gobernantes y sus cargos de confianza defiendan su falta de políticas, propuestas y acciones no con proyectos
o, al menos, con promesas de fecha para los mismos, sino tratando de degradar a
las personas que criticamos la ausencia de propuestas para un municipio ante el
que se erigieron en salvadores hace ahora nueve meses. Una larga gestación para
no parir ni siquiera un ratón. Cuando hacemos críticas razonadas, como por
ejemplo, al presupuesto, la única respuesta es que estamos en contra de un
municipio y una propuesta que ni siquiera sabemos cuál es, cuando no
sencillamente arremeten con insultos, descalificaciones, calumnias o, sencillamente,
como en el día de ayer, me dedican gestos obscenos mientras su claque se ríen
del detalle. Con esto, estos malcriados pretenden desviar la atención del tema
en discusión a un ataque puramente personal, evitando así el debate racional y
abierto que debería existir en temas de gran importancia para el municipio. Los
epítetos usados en estos ataques han ido subiendo de tono, usando medios
públicos y privados, así como alimentando anónimos y charletas de bar, donde se
sienten muy cómodos, hasta el punto de que les da lo mismo que caigan personas
ajenas incluso a la política en su particular campaña y cruzada contra quien
ven como el único enemigo potencial. Esto es muy triste porque lo que se
esperaba, pese a los modos que acompañaron a la moción de censura, incluso por parte de sus seguidores, era un grupo
de personas que contribuyeran a la recién conseguida concordia municipal, que
podrían pensar diferente de las que las precedieron pero que sostendrían sus
políticas con razonamientos técnicos y profesionales —no con insultos y
malacrianzas. Esto daría más vida al diálogo y haría posible la coexistencia
democrática, pese a la espúrea llegada al poder. No obstante, y
lamentablemente, esto no ha sido así. Los insultos, los epítetos y las
malcriadeces han eliminado esa posibilidad. En realidad, los insultos
evidencian que estas personas que ocupan el lugar en el que los ciudadanos no los
pusieron que se creen moralmente superiores a los demás ciudadanos y que por
eso creen que pueden hacer lo que quieran sin dar explicaciones y que aún
pueden insultar impunemente a sus críticos, sin demostrar el respeto al cargo
que se espera de cualquier persona educada y aún más de un miembro del gobierno
municipal, que dice representar a todos los rambleros. El insulto evidencia el
desprecio al oponente que es característico de la prepotencia, del mareo que
aqueja a algunos cuando una posición se les sube a la cabeza, no de la
competencia en la búsqueda del bienestar del pueblo. No es una muestra de
fuerza sino de debilidad en el manejo de los argumentos racionales. Nuestro pueblo
ya no está para estas cosas. El uso de insultos no sólo es triste. También
tiene serios efectos políticos. No hay nada más polarizante que los insultos.
Contradice lo que debe ser: que quien ocupa la alcaldía nos representa de
verdad a todos. Menos mal que nuestro pueblo es lo que es, noble e hidalgo de
siempre. Incluso los más humildes, atesoran la buena crianza como uno de los
valores más preciados heredados de nuestros ancestros. El intercambio entre
gobierno y ciudadanos no se ha deteriorado del todo porque los ciudadanos no
han caído en la tentación de devolver el insulto personal y siguen tratando con
educación a los malcriados. Lo más alarmante es que estos insultos es lo único
que sale del gobierno en términos de defensa de sus políticas. Esto hace pensar
que esas políticas han sido diseñadas no para mejorar al pueblo sino para herir
a ciertas personas a las que se les tiene odio por razones muy diferentes a las
políticas públicas. Con los insultos se vuelve obvio que hay hígado, que hay
resentimientos personales, rabias ocultas que surgen a la luz en la primera
oportunidad, y un problema serio de crianza y de raciocinio. Y esto es injusto
con el pueblo, ya que a éste no le importa si el que gobierna detesta a unas
personas o a un cierto tipo de personas, o si se muere por demostrar que es
mejor que ellas; lo único que le importa al pueblo es que se diseñen soluciones
racionales a sus problemas y políticas orientadas a darle una vida mejor. La ciudadanía tiene derecho a que se discutan
estas políticas de una manera racional, y lo que el nuevo gobierno le está dando
son insultos a cualquiera que ose pedir explicaciones o, peor aún, que se
atreva a estar en desacuerdo con sus ideas. Las discusiones basadas en insultos
personales son propias de personas primitivas. Harían bien en demostrar respeto
al pueblo presentando y discutiendo técnicamente sus propuestas, no con
prepotencia y malcriadez. No debería ser necesario decir esto. Pero es lo que
hay, al parecer, si atendemos a las lamentables últimas presencias públicas de
nuestros representantes. Que es el ejemplo contrario a lo que cualquiera
querría para su entorno.
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