sábado, 17 de agosto de 2013

LA PREPOTENCIA, LA MALACRIANZA O LO QUE NADIE QUIERE PARA SU ENTORNO




Es triste y alarmante que los actuales gobernantes y sus cargos de confianza defiendan su falta de  políticas, propuestas y acciones no con proyectos o, al menos, con promesas de fecha para los mismos, sino tratando de degradar a las personas que criticamos la ausencia de propuestas para un municipio ante el que se erigieron en salvadores hace ahora nueve meses. Una larga gestación para no parir ni siquiera un ratón. Cuando hacemos críticas razonadas, como por ejemplo, al presupuesto, la única respuesta es que estamos en contra de un municipio y una propuesta que ni siquiera sabemos cuál es, cuando no sencillamente arremeten con insultos, descalificaciones, calumnias o, sencillamente, como en el día de ayer, me dedican gestos obscenos mientras su claque se ríen del detalle. Con esto, estos malcriados pretenden desviar la atención del tema en discusión a un ataque puramente personal, evitando así el debate racional y abierto que debería existir en temas de gran importancia para el municipio. Los epítetos usados en estos ataques han ido subiendo de tono, usando medios públicos y privados, así como alimentando anónimos y charletas de bar, donde se sienten muy cómodos, hasta el punto de que les da lo mismo que caigan personas ajenas incluso a la política en su particular campaña y cruzada contra quien ven como el único enemigo potencial. Esto es muy triste porque lo que se esperaba, pese a los modos que acompañaron a la moción de censura,  incluso por parte de sus seguidores, era un grupo de personas que contribuyeran a la recién conseguida concordia municipal, que podrían pensar diferente de las que las precedieron pero que sostendrían sus políticas con razonamientos técnicos y profesionales —no con insultos y malacrianzas. Esto daría más vida al diálogo y haría posible la coexistencia democrática, pese a la espúrea llegada al poder. No obstante, y lamentablemente, esto no ha sido así. Los insultos, los epítetos y las malcriadeces han eliminado esa posibilidad. En realidad, los insultos evidencian que estas personas que ocupan el lugar en el que los ciudadanos no los pusieron que se creen moralmente superiores a los demás ciudadanos y que por eso creen que pueden hacer lo que quieran sin dar explicaciones y que aún pueden insultar impunemente a sus críticos, sin demostrar el respeto al cargo que se espera de cualquier persona educada y aún más de un miembro del gobierno municipal, que dice representar a todos los rambleros. El insulto evidencia el desprecio al oponente que es característico de la prepotencia, del mareo que aqueja a algunos cuando una posición se les sube a la cabeza, no de la competencia en la búsqueda del bienestar del pueblo. No es una muestra de fuerza sino de debilidad en el manejo de los argumentos racionales. Nuestro pueblo ya no está para estas cosas. El uso de insultos no sólo es triste. También tiene serios efectos políticos. No hay nada más polarizante que los insultos. Contradice lo que debe ser: que quien ocupa la alcaldía nos representa de verdad a todos. Menos mal que nuestro pueblo es lo que es, noble e hidalgo de siempre. Incluso los más humildes, atesoran la buena crianza como uno de los valores más preciados heredados de nuestros ancestros. El intercambio entre gobierno y ciudadanos no se ha deteriorado del todo porque los ciudadanos no han caído en la tentación de devolver el insulto personal y siguen tratando con educación a los malcriados. Lo más alarmante es que estos insultos es lo único que sale del gobierno en términos de defensa de sus políticas. Esto hace pensar que esas políticas han sido diseñadas no para mejorar al pueblo sino para herir a ciertas personas a las que se les tiene odio por razones muy diferentes a las políticas públicas. Con los insultos se vuelve obvio que hay hígado, que hay resentimientos personales, rabias ocultas que surgen a la luz en la primera oportunidad, y un problema serio de crianza y de raciocinio. Y esto es injusto con el pueblo, ya que a éste no le importa si el que gobierna detesta a unas personas o a un cierto tipo de personas, o si se muere por demostrar que es mejor que ellas; lo único que le importa al pueblo es que se diseñen soluciones racionales a sus problemas y políticas orientadas a darle una vida mejor.  La ciudadanía tiene derecho a que se discutan estas políticas de una manera racional, y lo que el nuevo gobierno le está dando son insultos a cualquiera que ose pedir explicaciones o, peor aún, que se atreva a estar en desacuerdo con sus ideas. Las discusiones basadas en insultos personales son propias de personas primitivas. Harían bien en demostrar respeto al pueblo presentando y discutiendo técnicamente sus propuestas, no con prepotencia y malcriadez. No debería ser necesario decir esto. Pero es lo que hay, al parecer, si atendemos a las lamentables últimas presencias públicas de nuestros representantes. Que es el ejemplo contrario a lo que cualquiera querría para su entorno.

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