PEDRO, EL MAGO AMIGO
Sí, Pedro Molina era, es y será el mago amigo. Fue lo que muchos querríamos ser, sin lograrlo: defensores de esta tierra sacrificada, de sus campos y su sector primario, del producto local frente al importado, capaz de convencer al interlocutor con la palabra justa, con el razonamiento veraz, con la mirada limpia. Y fue amigo de sus amigos, que éramos todos los que él entendía que nos sumábamos a su eterna defensa de la tierra, de la agricultura, de la ganadería, del producto local. Sin conocerme, me ayudó en mi búsqueda de mejores argumentos como consejera del Cabildo para esa defensa, aportó su conocimiento a documentos reivindicativos y estuvo siempre que se le pedía estar. Estuvimos batallando codo con codo como consejeros por soluciones para Teisol. Su último apoyo fue ayudarnos, en SJR, a organizar el arrastre en nuestra feria, que este año pasado cumplió su segundo año. Ya no pudo asistir por su enfermedad. Le gustaba recordarme que la leche de sus vacas de San Benito nos alimentó en casa cuando yo era una jovencita recién trasplantada al medio urbano desde SJR, pues mi padre iba allí a comprar la leche. Decía que esa leche en común y el amor a la tierra nos hermana. Y tenía razón. Amigo hermano por los siglos de los siglos.
Qué pérdida tan irrecuperable para sus amigos. Y para mí. Y para el sector primario, que es como decir para la isla y para Canarias. Y para todos los que tuvimos la enorme dicha y el prestigioso honor de conocerle defendiendo nuestro particular paraíso, que es nuestro medio y nuestra forma de vida. Mago ilustrado, fue más defensor de lo nuestro que los que dan titulares continuos. Siendo mago, como él gustaba de llamarse, fue, como son nuestros agricultores y ganaderos, el más sabio y preciso defensor de lo nuestro. Cómo ilustrado, fue más escritor, más orador, más poeta y más humano que todos los que le vamos a sobrevivir. Y obviamente infinitamente más que yo. Porque vinculaba como nadie la palabra a la defensa de un sector del que hablaba con una defensa literaria y poética, con la palabra precisa y el argumento certero. Poniendo el dardo en la palabra, con permiso de Lázaro Carreter. Era además de sabio, agricultor, ganadero, científico, gastrónomo, un poco economista y un poco filósofo. Y un mucho didacta, ya me hubiera gustado a mí poseer la claridad y sencillez suya para dar mis lecciones. Y mil cosas más. Todo lo supo hacer como nadie. Había encontrado el arte de conversar y convencer, pero también el de escuchar, de acariciar y susurrarle al ganado, de hablar de nuestras cosas con cariño y con conocimiento, de desvelar hermetismos para luchar contra ellos y de interesarse por lo que le interesaba. Y últimamente de batallar con igual intensidad con una enfermedad que sigue sin respetar a nadie. Ni siquiera a los imprescindibles. Pedro era también un mago en la acepción más universal, porque nos encantaba y deslumbraba cuando hablaba de su pasión por la tierra, como una especie de Peter pan con toda la luz del campo en la mirada, que unía la sabiduría de los ancestros y la ilusión de quien aún lucha porque no se da por vencido.
Nos regaló, en esta última etapa, con el portento y (en silencio) con su lección de existir cuando atravesaba sus tratamientos exhaustivos o vivía su júbilo de reintegrarse a su lucha por la isla que tanto amó. Dió a raudales a todos cariño y conocimiento. Creo que sabía más dar que pedir, porque lo que daba lo daba como individuo y nunca le oí pedir nada salvo para la colectividad.
Le veía en el campo o en los despachos con la misma camisa y la misma ilusión. Con todos dialogó tan sencillamente como lo hacía con las vacas, cuando las acariciaba y les susurraba.
La última vez que comí y conversé con él largamente sobre el campo fue en San Benito, un asado que me recomendó, de carne de su cooperativa. Carne humilde que él, sabiamente, elevó de categoría. Lo degustamos y, como siempre, le dí la razón. Pedro era un rey siendo un mago. Y un amigo. Nos ha dejado como vivió, como un luchador excepcional. El campo hoy llora por quien hace unos días se alegró por la lluvia que lo hacía reverdecer.
Se fue definitivamente ejerciendo lo que siempre fue: un hombre esforzado y valeroso a pesar de la riqueza infinita de su obra. Con palabras de Benedetti, que reflejan a los mejores:
"Fue un excepcional hombre de pueblo, con los atributos de sencillez y modestia, de apasionamiento y generosidad, de capacidad de afecto y de trabajo, alegría y valor, eficacia y responsabilidad, que de alguna manera compendian lo mejor de nuestro pueblo”.
Se ha ido caminando, caminando, hacia el Sol. Allá estará divinamente, como estuvo siempre en cualquier sitio. Y hablará, conversará y convencerá a quienes se le pongan al alcance, del campo, de nuestro campo. Gracias, Pedro, por tanto.
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