martes, 26 de agosto de 2008

EL PAQUÉ Y LOS ATAQUES INJUSTIFICADOS


El Paqué era un perro mestizo que tenía mi abuela en mi infancia. El nombre era un chiste de la época donde los entretenimientos tenían que ver exclusivamente con las relaciones orales y las bromas verbales que se hacían unos a otros. Si alguien preguntaba cómo se llamaba el perro, la persona de la casa que contestaba decía "paqué" y el otro creía que era una pregunta y le decía, "para saber", pero así se podía seguir hasta el infinito o hasta que el preguntador incauto caía en la cuenta de que el propio nombre era una broma.
El Paqué fue mi compañero de juegos en esa época donde los niños y los perros parecen que son de la misma especie en intereses, juegos y afectos. Éramos inseparables. Si yo corría, él corría, si yo jugaba con el agua de la atarjea, él también, si lloraba, se condolía y si me reía, él se volvía loco. Era el perro de la casa, pero también era mi perro. O así yo lo sentía.
Pero el Paqué una vez se me reviró y me mordió. Comía y yo me acerqué, como siempre, pretendiendo jugar con él. El Paqué vio amenazada su comida, su subsistencia, y se revolvió contra mí y me mordió. Eso le ocasionó una sonora tunda por parte de mi abuela, que me dolió como si me hubiesen pegado a mí. A continuación me explicaron que no debía acercarme a los animales cuando comieran, porque se volvían agresivos si entendían que su comida estaba amenazada.
Después de la última andanada de ataques contra mí que circula por el pueblo, no he tenido más remedio que acordarme del Paqué. No era violento, sintió que su comida estaba amenazada.
Igualito, igualito, que los que me atacan en el pueblo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sí, pero algunos son peores que perros..