martes, 24 de febrero de 2009

UNA CONFESIÓN: SOY VANIDOSA

"El que niega su propia vanidad suele poseerla en forma tan brutal, que debe cerrar los ojos si no quiere despreciarse a sí mismo."
Friedrich Nietzsche



Don Marcos me acusó en la Comisión de ayer de vanidad. Y he de reconocerlo: Soy vanidosa. Partamos de aquí. Me gusta hacer cosas que sean reconocidas, que salgan bien y hagan el bien a las personas. Los proyectos basados en objetivos parten de esa base: de que hay quien quiere asumirlos, echarlos p’adelante y ver como se cumplen. No siempre pasa eso. A veces, por mucho empeño que ponga una, las cosas no salen bien. Pero cuando salen bien es magnífico escuchar las críticas favorables, de amigos y desconocidos; una siente, e intenta disimular, un calorcillo por dentro, que es algo así como un autoabrazo, unas palmaditas en la espalda propia, como una mamá interna, que me premiara las buenas notas. No hay obra magna, ni buena obra, ni acción en pro de los demás que no parta de la base de la satisfacción propia de ver los objetivos cumplidos. Sin un poco de vanidad no habría progreso, ni metas a alcanzar, ni utopías que perseguir. No es cuestión de negar la vanidad. La vanidad sirve a menudo de aliciente, estímulo, empujón. Sirve hasta de consuelo en un mundo que no pone fácil desarrollar la creatividad.
La diferencia entre mi vanidad y la de otros que se atreven a llamarme vanidosa es que, afortunadamente, siempre he intentado saber dónde ponerle un límite, puesto que hay espacios en los que no puede entrar sin contaminarlos, empobrecerlos, enfermar lo que habita en ellos. No es lo mismo actuar para uno mismo que para los demás. Ese es el límite. Mi vanidad podría soportar perjudicarme a mí misma, pero no podría, y hace bien, soportar perjudicar a un colectivo, organización, sociedad con la que me haya comprometido. Ejemplos múltiples puedo dar de cumplimiento en mi vida de la palabra dada, o de no pasar por según qué cosas para no perjudicar a los otros, de los que me siento responsable.
No obstante, he de reconocer que, en ocasiones, los límites son ambiguos. La vanidad y el reconocimiento son una tentación demasiado fuerte, y el ejercicio de conciencia que exige frenarlos es a menudo muy exigente. La vanidad es una droga social. Y como todas las drogas, sus usos, exigencias, riesgos y recompensas son diferentes y merecen tenerse muy en cuenta. No obstante, en mi descargo he de decir que mi vanidad por las cuestiones meramente propias, el reconocimiento a la obra personal lo tenía cubierto de sobra cuando me presenté a las elecciones locales de San Juan de la Rambla. Y lo tenía cubierto un poquito por la política, pero fundamentalmente por mi trabajo personal y mi reconocimiento profesional, que al fin y al cabo, es lo único que soy: una profesional que por vocación se dedica a la política. Al revés que otros, que si son profesionales de algo, es de la política, y que de vocación y de profesión tienen el vacío más absoluto, por eso se aferran con uñas y dientes al sueldo que la política les procura. Nunca, en cambio, yo he vivido de la política. Mi vida no depende de ganar o no unas elecciones, cosa que quien me llamó vanidosa no puede decir.
Querer perdurar en las buenas obras, que es la forma más elevada de vanidad, en realidad es un refugio contra la soledad. Es decir, la huida de la soledad, del cuerpo o del alma, es condición de la persona que quiere destacar por su dedicación a los demás. Las personas que buscan en la obra bien hecha reflejada en los otros son frágiles, necesitan de defensas y salen de su soledad con la excusa de compartir su tiempo y sus obras con los otros. Y normalmente no lo hacen prematuramente. Antes han de sentirse bien con su propia obra, con su propia experiencia, han de sentirse seguros de que pueden aportar algo a los demás que no sea su propio beneficio, Porque tienen sus necesidades cubiertas. Todo lo demás sería un canto a la vanidad, pero a la vana, a la que frivoliza, a la que se sustenta en claques incapaces que te halagan porque tienes el mando, no porque tengas autoridad moral de ninguna clase. En definitiva, estará cediendo a la vanidad. Habría que hablar de esa vanidad productiva en los términos que usa Borges cuando dice que "Sin que yo lo supiera, la larga y estudiosa soledad me había preparado para la dócil recepción del milagro". Y el milagro es poder hacer las cosas que alimentan nuestro ego desde el conocimiento profundo de que no lo necesitamos, y que es un servicio a los demás. Ese es el milagro. Tal vez todos los que nos dedicamos a la política tenemos un punto de vanidosos. La diferencia es que, mientras yo reflexiono sobre la vanidad, otros la usan como arma arrojadiza contra el que consideran enemigo, sin parar a mirarse en un espejo. Si esa enfermedad es común entre los políticos, yo diría que es más soportable en aquellos que lo reconocemos e intentamos ponerle coto. Algunos, entre los que creo encontrarme, aumentando mi capacidad de escucha, de demora y espera, ampliando mi capacidad de comunicar. Otros actuando cada vez más como personajes sordos, mudos y ciegos a la realidad circundante, ensoberbecidos con la admiración creciente de sí mismos. Algunos buscamos el reconocimiento de los hechos, otros de la publicidad y de la foto. El reconocimiento de los hechos podría reconciliarnos, aunque representáramos distintas opciones políticas. Las fotos, la publicidad, la mentira, lo falaz nos separa inexorablemente, nos distingue afortunadamente. Mientras que a algunos, por nuestra edad y nuestra trayectoria, nos sobran los premios y reconocimientos, a otros las fotos, aunque sean sustentadas sobre mentiras, les hace correr como galgos e incluso pagar para denigrar al contrario. Algunos no necesitamos confirmar la certeza, porque la verdad no es propiedad de nadie, es propiedad, al final de todos. El reconocimiento precisa de otro, mientras que la verdad al final resplandece entre la generalidad. El político vanidoso, pero con la vanidad buena que he querido describir, sólo ha de ponerse a disposición, con sus armas y bagajes, es decir, con su preparación y disposición, para ayudar a sus conciudadanos, para compartir sus alegrías y para poder aliviar sus tristezas, incertidumbres y miedos. No para acrecentar estos últimos. Al final, de los políticos sólo se queda su propio ejemplo personal y sus obras. El excesivo apego a sí mismo, la autocomplacencia excesiva, nublan la percepción, distorsionan la emoción, usurpan la verdad, y al final, la persona es su personaje, terminan por pensar yo soy mi disfraz. Hace falta quedarse desnudos, para cubrirse con los disfraces que visten a los personajes.
La vanidad podrá apuntalar nuestra autoestima. Pero no ha de ir a más, porque si la alimentamos, no tendrá límites, y al final aspirará a ocupar el lugar de lo que no puede estar contaminado por ella. No podemos olvidarla, porque su naturaleza no se conforma, es invasora, parásita, y hay que observarla siempre de reojo para que no nos invada de manera que nos parezcamos más a lo que queremos ser que a lo que somos en la realidad. Si sabemos lo que somos, que esa es otra cuestión que algunos no tienen clara. Para ello no se me ocurre otro camino que el de la sinceridad, el de la atención al impulso que nos mueve, el de mostrar la confusión, el de intentar ser honesto y natural. Porque la vanidad no atesora, porque, al existir en la mirada del otro, cuando el otro desaparece, no queda nada. Vanidad de vanidades, "hinchazón de algo que no ha logrado ser y se hincha para recubrir su interior vacío". Por eso enfatizo la necesidad de los objetivos cumplidos, la obra bien hecha,
Como decía al principio, la vanidad puede ser útil, pero se trata de una amistad peligrosa, porque si la alimentamos en exceso, no tendrá límites. Es necesario tenerla siempre bajo observación, a riesgo de que invada el lugar de lo que no puede estar contaminado por ella. Para lo cual, no se me ocurre otro camino que el de la atención, el ejercicio de conciencia, el silencio y la sinceridad, aunque sea para certificar la confusión de nuestras aspiraciones o la mediocridad de nuestros logros. Como decía Concepción Arenal, hablando de la vanidad positiva, "En muchos casos hacemos por vanidad o por miedo, lo que haríamos por deber."

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha parecido muy acertada e instructiva esta disertación sobre la vanidad. Me lo seguiré leyendo alguna vez más porque tiene "enjundia" ... y de la buena.

Anónimo dijo...

Lo entenderá don Marcos?uf esto es mucho para él y los suyos. Que lo lean y relean y se lo apliquen y que separn diferencia.

Anónimo dijo...

Bag, ellos con el dinerito tienen contante y sonante... vas ha hablarle tú de morales, moralejas y filosofías. ¡Que aprenda de filantropía!.O de "cilantropía" que en definitiva para él es lo mismo. Por cierto aquí va un cantar popular hablando de la "cilantropía" : "cilantro en el c... te lo planto y mañana te lo arranco" ¿lo entenderá?