martes, 26 de agosto de 2014

REIVINDICANDO LA POLÍTICA


Vayan estas líneas para reivindicar el quehacer político. Pero hablo del quehacer político con mayúsculas, aquel que resulta de la herencia, primero, de las instituciones atenienses, donde se acuña el término democracia y, más cercanos, de aquellos ayuntamientos democráticos cuyo segundo centenario celebramos en 2012 y que tuvo como antecedente previo la constitución temprana en Santa Cruz de La Palma, primero en el país. Hablo de la consideración, a modo y manera de los ejemplos, de instituciones que permiten el funcionamiento de una sociedad democrática que busca la libertad, la justicia y la igualdad. Ahí es donde creo que la política alcanza la nobleza que esperan de nosotros los ciudadanos. Gobernantes preparados, cercanos y compasivos, esto último en el sentido de entender como propio y compartir los problemas de sus conciudadanos. En sí, ni la política ni el poder son buenos o malos; sólo adquieren sentido por la decisión de quienes la practican. Max Weber distinguió la ética de la convicción de la ética de la responsabilidad. La ética de la convicción, de las ideas, es lo que se denomina Política con mayúsculas, pero la ética de la responsabilidad promueve la necesidad de alcanzar acuerdos de gobernabilidad para hacer posible la estabilidad. Por eso la Política con mayúsculas se cristaliza, sobre todo en las instituciones más cercanas, mediante la negociación cotidiana, que hacen posible garantizar mejoras para la ciudadanía mediante acuerdos que trasciendan las siglas. Y esto es bueno y deseable.
Lo que no es bueno y deseable es la otra política con minúsculas, donde la política se degrada. Esta forma deleznable que algunos identifican con la única forma de hacer política, seguramente porque no saben hacerlo de otra manera, se refiere a la actividad cotidiana de individuos, partidos o grupos de interés para ganar poder, preservarlo o incrementarlo, al igual que a las maniobras para influir en la toma de decisiones o frenarlas. Hay muchas expresiones similares, dentro del campo de lo despectivo, con que los ciudadanos, sabios, califican a los que se ocupan de esa política con minúsculas: politiquería, maquiavelismo, politicastro, intrigante y otras muchas que se asocian a deslealtad, deshonestidad o traición. Ya suficientemente malo es lo que describo, pero si lo mezclamos con la falta de formas propias de una institución, con la mala educación, con el comportamiento de matonismo de taberna, entonces ya la cosa se hace insufrible. Esa es la política mala, la que rechazan los vecinos, y ese es el terreno tabú para quienes podemos presumir de pertenecer a un pueblo noble, donde la educación y la corrección se mama desde pequeños y en la familia. Cuando alguien pregunta que cómo se puede llegar a esto, la respuesta está a la vista de todos, y ni siquiera hace falta decirla. Es producto de actitudes basadas exclusivamente en el mantenimiento de prebendas para sí mismos o sus allegados lo que potencia el conflicto que, por qué no decirlo, va indisolublemente ligado a la corrupción. Esto produce una ausencia de proyecto y un panorama negro paras quienes deseamos, ansiamos, desde hace décadas, el progreso de este municipio, no digo más, pero sí al menos al nivel de los municipios circundantes.
Lo malo es que las personas que actúan de forma tan deleznable no han leído, ni se espera que lo hagan, a Weber. Lo malo es que estas actitudes contribuyen  al desprestigio de la política, desprestigio que ellos enuncian como si fuera arte y parte de otros y no de sí mismos, identificando la política con su deforme percepción de la noble actividad y la acción, consecuentemente viciada. Cuando los propios gobernantes se dedican, desde su sillón, a criticar, e incluso ofender,  a las personas, renuncian al gran legado del que somos depositarios y que tanta sangre ha costado. La política, con mayúsculas, o con minúsculas en el buen sentido, esto es, en el sentido de las transacciones y los acuerdos ha de ser  explicados por los gobernantes, con argumentos convincentes, a fin de que sean consensuados y aceptados. Cuanto más unánimes sean las decisiones, tanto populares como institucionales, mejor se recorre el camino de la Política con mayúsculas y mejor se sirve al pueblo.  . De lo contrario, la credibilidad se pierde y recuperarla no es tarea de un día. Esto ha ocurrido en los últimos tiempos, con un gobierno municipal desnortado y que ha perdido incluso la brújula para recuperar el rumbo, consecuencia de las sucesivas actuaciones irreflexivas e incoherentes: abandono de proyectos, anuncios de otros imposibles o que no se ejecutan por inviables; la violencia de sus propias reacciones ante su propio vacío de poder, la falta de alternativas de desarrollo económico del municipio, el aumento de la carga impositiva a los vecinos y el saqueo de las arcas municipales, y una larga lista que puede hacerse interminable.


Lo peor es que ante la proximidad de las elecciones (sólo queda nueve meses), los que gobiernan parecen desesperados por la disminución de su popularidad, incluso por el cuestionamiento interno de sus candidatos, así como por la caída del voto esperado. La proliferación de siglas que se ve venir hace que la gente nos comunique su inquietud de que el motivo oculto sea unir fuerzas en una gran coalición “todos contra el PSOE”, única forma en que creen que pueden combatirnos. El PSOE, fuerza más votada en 2011, desde la prudencia del respeto a otras formaciones, ve con inquietud las maniobras de quienes parecen dispuestos a vender su alma al diablo, con tal de que el PSOE no gane las cercanas elecciones del próximo año. Pero esta actitud más que censurable moralmente constituye un error político de graves consecuencias. Derrotar al partido socialista como  consigna generalizada a todas las fuerzas políticas, democráticas o fácticas como único fin significa el grave riesgo de detener, otra vez, el desarrollo de nuestro municipio e, incluso, si se hace creyendo que todo vale, podría  culminar en confrontación social. Las malas artes ya han tenido algunos conatos de enfrentamiento entre personas de bien que atajan las graves injurias de “mandados” a la vieja usanza se encargan de vocear por las tabernas. Resulta paradójico que después de 36 años de largo período democrático que conseguimos muchos a riesgo de nuestra integridad física, tengamos aún que salir al paso para reivindicar la política con mayúsculas, frente a quienes anteponen su propio beneficia antes de los intereses generales, aquellos a los que se obligaron mediante juramento o promesa, en su toma de posesión. Será, tal vez, que el valor de la política es el mismo que le dan a su propia palabra. Y eso, amigos, no sólo es inaceptable sino que debería inhabilitar. Por el bien de la democracia y de las instituciones. 

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