miércoles, 24 de enero de 2018

PESE A TODO, FELIZ DÍA DEL PERIODISTA

Cuando era chica quería ser periodista. Durante mucho tiempo contestaba "periodista" a la recurrente pregunta de qué quería ser de  mayor. Mucho tuvo que ver que mi primer catón fuera un periódico. Efectivamente, fui una niña afortunada, que aprendió a  leer mucho antes de ir a la escuela, en las rodillas  de su padre, teniendo como cartilla los titulares del periódico EL DÍA. Cuando subía el periódico, y en aquella época subir era subir media peseta, mi padre decía: "Hasta el duro lo mantengo". Igual que decía su padre cuando subía el café.  Y no fue verdad. Cuando subió de un duro, siguió comprando EL DÍA religiosamente todos los días. Bueno, todos los días,  no. Cuando yo era chica, EL DÍA se publicaba  todos los días de la semana, salvo el lunes. Los lunes  salía LA HOJA DEL LUNES. No me gustaba tanto, porque casi todo el periódico era de deportes. Y para mí era menos entretenido.
Creo que quería ser periodista por la afición en casa a leer el periódico y al café. El café, con la cafetera italiana eternamente puesta sobre el fuego, y que en aquella época, pese a todo más libre para los chicos, no estaba vetado para los niños. La mejor golosina para nosotros, mis hermanos y yo, era una  cucharilla de café con mucho azúcar que mi padre sacaba de su taza. Mi hermano se fracturó así una pierna: corrió hacia mi padre para degustar una cucharada de café azucarado, tiró el plátano que comía, lo pisó y resbaló.  Podría tener dos años. San Juan de Dios se encargó de que no tuviera secuelas el resbalón. El café era la bebida sempiterna de los periodistas de las películas y las series americanas de aquella incipiente tele en blanco y negro que tantas tardes placenteras nos dió.
Así que estábamos en que siempre quise ser periodista. La vida me llevó por otros derroteros, pero aún hoy me admira y admiro el oficio de leer y escribir. 
Todo lo anterior viene a cuento de que hoy es la festividad de San Francisco de Asís, el santo patrón de los periodistas porque por  el día escribía hojas clandestinas que luego, al anochecer, metía por debajo de las puertas.
El periodismo es una dedicación admirable porque ninguna como ella sujeta a presiones variadas, tanto de los patronos como de los grupos de presión. Resistir  es una heroicidad. O casi. El periodismo tiene, posiblemente, en esos poderes fácticos que lo sostienen a su peor enemigo.  La defensa de la libertad de prensa y del ejercicio de un periodismo digno nos atañe a todos. Todos saben que he sufrido, como pocas personas, el ataque del antiperiodismo.  Y lo llamo antiperiodismo porque  el ejercicio responsable del periodismo de verdad ha de estar basado en la integridad, el rigor y las normas éticas y deontológicas. Corren malas épocas para esto. Y si es una época mala para el ejercicio del periodismo, también lo es para el ejercicio de la ciudadanía democrática. La debilidad del periodismo es una mala cosa para la salud de la democracia.  Porque cuanto más débil es la prensa, es más  posible la manipulación. Hay muchos periodistas que trabajan cada día para buscar la verdad y contarla, contrastar los hechos e intentar mantener su independencia. No todos lo logran. Mi respeto a todos los que lo intentan, a los que resisten, a los que son rigurosos. Esos que intentaba imitar en aquellos años lejanos en que pensaba, ingenua, que escribiendo bien y bebiendo una taza de café solo y bien cargado podía ser periodista y perseguir, y contar, la verdad. Pero nada es tan simple. Y los buenos periodistas lo saben. Gracias a esos, a los buenos, pero sobre todo a los que un día como hoy, un poco terrible en materia de buena praxis periodística, se han dirigido a mí para defender precisamente esa praxis que a ellos y a mi nos cautivó. Esos son los imprescindibles. Pese a todo, feliz día del periodista. 

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