ROSA

Rosa es una señora del pueblo. Es una señora de su casa. No se llama Pilar, pero es como si fuera el pilar de su familia.
Su marido ha trabajado en varias cosas, siempre procurando traer para su casa el jornal para que no falte lo imprescindible. Ha trabajado de albañil, en la hostelería, alguna vez conveniado por el Ayuntamiento. Él es de los que sabe distinguir que, pese a que sea el ayuntamiento el que lo saque a trabajar, no es el ayuntamiento el que provee los fondos. "Es dinero del Cabildo, del Gobierno de Canarias e incluso, del gobierno nacional", me aclara. "Y hasta poco contratan, porque no están pendientes de las subvenciones. A veces me entero por algún amigo que en otros pueblos tienen convenios que aquí dejan escapar", termina.
Él es hombre de pocas palabras. Delega mucho en su mujer. La admira. Tienen dos hijos, y él reconoce que uno de ellos vive porque su mujer se negó a aceptar que los médicos lo dieran por incurable. "Fue a donde tuvo que ir y mi hijo está vivo gracias a ella, e incluso es padre actualmente".
Rosa ha vivido luchando. A veces con mucho, a veces con poco. Pero siempre con dignidad. Siempre hay un café en su casa para quien llega. La casa está escrupulosamente limpia. Las plantas (begonias, ficus, hortensias...) están cuidadas, regadas, primorosamente colocadas en macetas alineadas. De su lucha, la de ambos, dieron cuenta en una larga conversación. De su lucha y de su percepción, la de los dos, de que las cosas pueden cambiar, deben cambiar. El marido me ofreció su apoyo: "Usted vive sola. Yo no puedo ofrecerle dinero, pero si alguna noche, porque hay gente mala, se ve apurada, llame por nosotros. Yo soy una persona dura y no le tengo miedo a nada ni a nadie. He vivido de todo, y no me asusta nada ". Rosa sonrió. Porque Rosa, pese a los muchos años de convivencia, se siente amada y profundamente respetada por su marido, que la admira. Amada, respetada y cuidada. El marido, cuando ella me despedía en la puerta de su casa, se quedó fregando las tazas del café y la cafetera.
Ellos son otro ejemplo más de nuestra buena gente. Gracias a Rosa y a Juan por ese ejemplo de grandeza y de dignidad. Ustedes me dan fuerza y me animan. Por eso sigo adelante.