lunes, 28 de septiembre de 2009

LA DIGNIDAD Y LA VERGÜENZA

Franklin editor, refinado intelectual, escritor, pensador, naturalista, inventor, educador y político americano, proponía como proyecto de vida un pragmatismo ilustrado, asentado sobre el trabajo, el orden y la vida sencilla y sobria. A Franklin le preguntó una vez Danton, un revolucionario francés, por la fuerza militar, inexistente, que defendiese en EEUU lo que exponía la Declaración de Independencia norteamericana, no hay justicia y que impusiese respeto. Y Franklin le contestó que detrás de la Declaración de independencia americana había un inestimable y perenne poder: el poder de la vergüenza (the power of shame).


Ese es el elemento, la vergüezan, qeu uso comparativamente para asegurarme que han entendido los que está a mi cargo lo que está bien y lo que está mal. les digo, imagínate que ves mañana tu conducta en titutlares en un periódico, ¿cómo te sentirías?. Si te sientes mal, significa que haces lo que no debes hacer.
Porque es la vergüenza la que reprime el impulso a violar las leyes y frena la voluntad vulnerar el más elemental principio de buena crianza. La vergüenza y el rubor son indicios inequívocos de la presencia del sentimiento ético. Cuando faltan, todo es posible. Nos hemos acostumbrado a ver, sobre todo en programuchos basura de teles infectas, actos y dichos vergonzosos protagonizados por personas que no deben ser llamados, de ninguna de las maneras, periodistas, y si me apurar, comunicadores y, ni siquiera, gente de bien. En algunas culturas llegan a suicidarse por no soportar la vergüenza pública, tras protagonizar algún episodio infame. Sentir esa vergüenza es tener un límite intraspasable. Violadas la vergüenza y la dignidad colectivas, la sociedad desprecia a su violador, pues sin límites no se puede convivir.
¿Qué es tener vergüenza? Tener vergüenza es tener sentimiento de la propia dignidad; tener pundonor. Es lo que más nos falta en la vida pública isleña, sometida al arbitrio de descomunicadores que están fiananciados por quienes ostentan poderes públicos. Con el mayor descaro y sin avergonzarse, a cargo del erario público de determinadas administraciones, mienten sin escrúpulos, agreden, insultan, se mofan y machacan literalmente a aquellos supuestos enemigos, aunque sean desconocidos como en mi caso, por lo que se les paga para zaherirlos y batirlos. Son personas que bordean continuamente le legalidad bajo el disfraz de la libertad de opinión y que, a fuerza de saberse impunes, han perdido definitivamente el sentido de la propia dignidad. Cobrar para hacer esa basura comunicativa es como robar del erario público o asaltar recursos que podrían ser destinados a otros menesteres, cosa que no les ruboriza ni les hace enrojecer. No les importa, pues saben que saldrán impunes, basta con pagar buenos abogados (o mediocres, como es el caso de Pedro, el telecomunicador vomitivo cuya cartera de clientes sería prácticamente inexistente si el programucho de referencia no le proveyera de clientes que no tendría de no existir) y presentar recurso sobre recurso, hasta que expire el plazo.

Como trasfondo de todo está una cultura pseudonacionalista, de derechas, que siempre negó dignidad a la mayoría de la población, porque en eso consiste, principalmente, sus éxitos electorales: en la explotación d e la mentira y la ignorancia de las mayorías, para poder auparse en el poder. Les robó, en realidad, la información objetiva y el desarrollo, mediante ésta, de su valor ético y de la capacidad de decidir por sí mismo, porque la mayoría de nuestra población, salvo excepciones, tiene vergüenza y un mínimo de dignidad.

Me decía un ex-alumno mío, amigo ahora, que trabaja como personal de la empresa de basuras de Santa Cruz: «lo que más me duele es tener que tragarme la vergüenza y sujetarme a vivir de la basura. Pero no soy un “buscabasuras”, soy un trabajador que con mi trabajo digno consigo alimentar a mi familia». Si estos desvergonzados descomunicadores tuviesen el sentido de la dignidad de este trabajador, no tendría que estar escribiendo esta entradilla.

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