Hay personas que encontramos en
nuestro comino que nos marcan indeleblemente a lo largo de la vida. Es bueno
encontrarlas al comienzo del recorrido, porque nos acompañan cuando necesitamos
compañía, nos reconducen cuando nos desviamos de la senda y nos consuelan y
fortalecen cuando nos parece que todo está perdido. Se convierten en parte de la geografía y la
historia de nuestro corazón. Porque como dice Mercedes Sosa en su bellísima canción, ellas mismas han
venido a entregar su corazón. No hay muchas de esas personas. Y por eso nos dan
razones para amarlas. Una de ellas es nuestras querida C.
Querida C:
Nos gustaría, a tus exalumnas, alumnas aún, presas de la avidez de
aprender de tu valor y tu responsabilidad, amigas al fin, decirte cuáles son
nuestras razones para amarte. El amor eterno existe. Y eso ocurre con los
quehaceres y los afectos que uno elige y que hace gustosamente, porque sabe que
ese quehacer, ese afecto nos mejora a nosotros mismos y mejora sustancialmente
la vida de las personas y de las sociedades. Ese reto, que se convierte en
logro día a día, alimenta y fortalece el amor. Y si hay un quehacer, una
profesión, en que eso ocurre, ese quehacer, esa profesión, es la educación. Y
si hay alguien que queda indeleblemente fijado a nuestro corazón es la maestra,
la profesora, que contribuyó a forjar nuestro carácter, que nos fortaleció, que
nos enseñó a ser mejores personas. Y esa eres tú, querida C.
Una persona es lo que son sus quehaceres. Y hay educadores para los que
educar es una pasión, un acto de valentía y algo muy valioso. Igual que el
amor. Esas personas no escogen una profesión; la profesión las escoge a ellas
(por eso se llama vocación), igual que no se escoge el amor, sino que el amor nos
escoge. Por eso queremos decirte que nosotras no te escogimos para amarte; tú
nos escogiste, como escogiste al resto de tus alumnos y alumnas, nos enganchaste
hasta el fin de los tiempos y vuelta a empezar. Por eso perteneces a la
geografía y a la historia de nuestro corazón: porque educar es una pasión igual
a la pasión amorosa y nosotros damos fe de que así has vivido esa pasión y que
por eso eres parte de nuestros corazones.
Quienes han puesto toda su pasión en la educación, como tú, aman
profundamente a las personas. Porque trabajan día a día con personas, creyendo
en ellas. Y has creído en ellas, en nosotras, porque crees que la cualidad más
valiosa del ser humanos es ser perfectible y has luchado por convertir esa cualidad
en una realidad.
Y por eso te amamos. Porque nos
quisiste y nos enseñaste a descubrir todas las características humanas, y n os
enriqueciste con ese conocimiento. Porque nos quisiste débiles en nuestra
inexperiencia, y nos ayudaste a fortalecernos con tu experiencia. Porque nos
enseñaste que éramos fuertes en nuestras potencialidades, que nos dijiste que
eran ilimitadas, y nos ayudaste a
desarrollarlas. Porque, como decía Aristóteles, éramos como una “tabula rasa”,
y tu generosidad permitió que escribiéramos, a la vez que tú, en esa tabla virgen, contribuyendo así a que
conformáramos nuestro proyecto de vida.
Te queremos porque eres cariñosa. Un gesto de cariño sincero a una
alumna de una profesora es el mejor de los bálsamos contra la desdicha, porque
es desinteresado y sale del corazón.
Te queremos también porque, cuando no respondimos a tus expectativas,
nos enseñaste a diferenciar el ser del estar, es decir, comprender que un ser
humano no es malo, sino pasa por momentos en que está mal.
Te queremos cada vez que aprendemos algo nuevo, porque mucho de ese
aprendizaje es debido a que nos caló profundamente tus enseñanzas y tu mensaje.
Te queremos también cuando tenemos dificultades para aprender o avanzar, porque
te recordamos y eso nos da nuevas energías.
Te queremos cuando vemos adolescentes ruidosos, porque nos recuerdan nuestra
juventud vital y exultante, y tu ejemplo de antaño nos permite no distanciarnos
mucho generacionalmente de ellos.
Te queremos en los momentos más reflexivos, porque recordamos tu
mesura, la que nos hizo madurar y que nos ha acompañado a lo largo de nuestra vida.
Te queremos cuando triunfamos, porque sabemos que podemos compartir los
éxitos contigo, y que te alegrarás
sinceramente.
Te queremos cuando fracasamos, porque tu ejemplo nos ayuda a levantarnos.
Te queremos, en fin, porque al paso de los años, una de nuestras mejores
recompensas es encontrar a otras personas, buenas personas, que al identificarse nos
digan con orgullo: “A mí también me educó C”.
Y nosotras, de una u otra forma, le contestamos: “Y mi orgullo es que
me educó, pero, sobre todo que, a lo
largo de mi vida, C. forma parte de la geografía y de la historia de mi corazón”.
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