miércoles, 7 de agosto de 2013

LA NECESARIA RECONCILIACIÓN

El lunes fue un día emotivo para mí. Se cumplía un año de la pérdida de quien siempre estuvo a mi lado, en la alegría y en las penas, la que me unía con el pasado. El lunes tuve el consuelo de estar acompañada, personalmente o con los buenos deseos, el pensamiento y las oraciones de familiares y amigos y amigas. Esa emoción íntima no puede ser relatada: sólo quien la h sentido la comprende. Por eso dejo a cada quien que complete, con su experiencia o el pensamiento de lo efímera que es la vida y lo que vale lo que tenemos alrededor.
Pero el lunes, también, la emoción provino de un abrazo inesperado. Una persona muy querida para mí, ella y su familia, me dio un abrazo a primeras horas del día. Me vio y me dio un abrazo. Nos emocionamos las dos. Fue un abrazo intenso, sentido, que sellaba, sin palabras, varios años de distanciamiento. Distancia que fue producida por comentarios insidiosos de personas que separan con el fin de sacar rédito político. La distancia entre ambas la sufrí en silencio. Jamás le dije nada, ni siquiera le expliqué nada, porque nunca supe qué mentiras le habían contado de manera torticera. El lunes tampoco le pregunté nada, sólo le agradecí doblemente el abrazo: porque un abrazo es un abrazo y porque el abrazo aquel sellaba la reconciliación entre dos personas separadas por un modelo de hacer política que no quiero para mi pueblo, contra el que he luchado, que ha enfrentado a familias y amigos para que los de siempre puedan medrar. Nos emocionamos las dos. La misma emoción que siento ahora cuando lo recuerdo. Es parte de mis raíces, no en balde nuestras madres eran amigas y coetáneas. Por eso fue tan significativo el día de la reconciliación.
Y hablando de reconciliación, voy a contar un episodio significativo y hermoso por cómo se resolvió.  En la primavera de 1939, en los últimos días de la Guerra Civil, en la que el comunista había jugado un papel destacadísimo como principal responsable en la defensa de Madrid en 1936 (con el Gobierno republicano desplazado hasta Valencia), le llegó a Carrillo una doble noticia: su madre había muerto y su padre, Wenceslao, de ideas socialistas, había integrado el gobierno de circunstancias que Segismundo Casado, perdida Cataluña y con el comunista Negrín derrocado por los propios compañeros, había formado única y exclusivamente para aceptar la victoria de Franco y firmar una paz que acabara con la sangría humana. Carrillo siempre dijo que sintió más la “traición” de su padre que la muerte de su madre. El enfrentamiento entre padre e hijo llegó al punto de que Santiago Carrillo firmó una carta pública en un diario comunista en la que decía avergonzarse de su progenitor y afirmaba que para él ya no había nada que les uniera. Wenceslao Carrillo contestó con otra carta abierta dirigida metafóricamente a Stalin en la que denunciaba que lo dicho por su hijo en realidad obedecía a la maquinaria soviética, que había convertido a Santiago en un “esclavo”. La dureza de ambas epístolas no reflejaba sino odio. La sensación imperante en una España que se había matado por odio. La total separación entre ambos se mantendría durante dos décadas. Carrillo hijo, exiliado en la Unión Soviética, había acudido allí convencido de las bondades del llamado comunismo real. Hasta que llegó un momento en que, tal y como reconoce en el documental, se dio cuenta de que la URSS no era sino otra dictadura que empleaba métodos propios de una “Inquisición”, en afirmación textual suya. Desengañado, fue cuando entendió que la única salida para España era una democracia plena en la que tuvieran cabida todos los partidos. Es decir, fue cuando apostó por la reconciliación. Era en torno a comienzos de la década de los sesenta. Carrillo, en esas memorias habladas de las entrevistas que muchos nos hemos “bebido” para conocer qué pasó en el pasado próximo para entender nuestra propia historia reciente, relata cómo, en una conversación con Dolores Ibárruri, y de acuerdo los dos en que el objetivo había de ser la democracia, ‘La Pasionaria’ le dijo: “Santiago, si apostamos por la reconciliación entre los españoles, tú deberías comenzar por reconciliarte con tu padre”. Impresionado por lo que la frase revolvía en su interior, Santiago viajó hasta Bélgica, donde su padre, también en el exilio, agonizaba en un hospital. Sin hablar nada de lo sucedido en 1939, padre e hijo firmaron la paz con un sincero abrazo. Aunque poco después, en 1963, Wenceslao murió, ese abrazo simbolizó la necesidad de una España que necesitaba vivir sin echarse la guerra incivil a la cara. Por suerte, doce años después, el propio Carrillo, acompañado de hombres de Estado como Adolfo Suárez, Felipe González o Juan Carlos I, pudo empezar a hacer posible el verdadero abrazo de una España que apostaba definitivamente por la democracia y la libertad.

Lo cierto es que este municipio necesita, como España, de la paz. Pero la paz se construye en las urnas, como bien entendió Carrillo, y no ejecutando “golpes de Estado”. La paz se construye aceptando lo que las urnas dicen, y no tramando en la oscuridad maniobras torticeras que violentan los deseos del pueblo. La paz se construye con buenos comportamientos, y no con insultos ni con amenazas ni con anónimos injuriosos que reproducen innominados lo que ciertos aprendices de políticos dicen con la boca chica en voz alta. La paz se construye con el respeto y con la deferencia, no con la venganza permanente, la amenaza ni la extorsión y el chantaje. El abrazo de la reconciliación es como el que esta persona me dio el lunes, como el que Santiago le dio a su padre, Wenceslao: sincero, limpio, sin matices, con el alma limpia y con el propósito de hablar largamente. Eso es posible. Pero se necesita dar el paso, reconocer al otro, aceptarlo, respetarlo. Por eso fue posible el abrazo de Santiago y Wenceslao, por eso fue posible el abrazo, el lunes, de  dos personas que no se habían hecho daño, sino entre las que había muchos años de insidias ajenas y de alejamiento. Creo firmemente que el abrazo fraternal entre los rambleros y las rambleras es posible. Y más pronto que tarde se producirá. Y los dieciocho meses que tanta gente recuerda gratamente por la concordia se convertirán en nuestra convivencia de futuro. Se nos va la vida y el progreso de nuestro pueblo en ello.

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