El lunes fue un día emotivo para
mí. Se cumplía un año de la pérdida de quien siempre estuvo a mi lado, en la
alegría y en las penas, la que me unía con el pasado. El lunes tuve el consuelo
de estar acompañada, personalmente o con los buenos deseos, el pensamiento y
las oraciones de familiares y amigos y amigas. Esa emoción íntima no puede ser
relatada: sólo quien la h sentido la comprende. Por eso dejo a cada quien que
complete, con su experiencia o el pensamiento de lo efímera que es la vida y lo
que vale lo que tenemos alrededor.
Pero el lunes, también, la
emoción provino de un abrazo inesperado. Una persona muy querida para mí, ella
y su familia, me dio un abrazo a primeras horas del día. Me vio y me dio un
abrazo. Nos emocionamos las dos. Fue un abrazo intenso, sentido, que sellaba,
sin palabras, varios años de distanciamiento. Distancia que fue producida por
comentarios insidiosos de personas que separan con el fin de sacar rédito
político. La distancia entre ambas la sufrí en silencio. Jamás le dije nada, ni
siquiera le expliqué nada, porque nunca supe qué mentiras le habían contado de
manera torticera. El lunes tampoco le pregunté nada, sólo le agradecí
doblemente el abrazo: porque un abrazo es un abrazo y porque el abrazo aquel
sellaba la reconciliación entre dos personas separadas por un modelo de hacer
política que no quiero para mi pueblo, contra el que he luchado, que ha
enfrentado a familias y amigos para que los de siempre puedan medrar. Nos
emocionamos las dos. La misma emoción que siento ahora cuando lo recuerdo. Es
parte de mis raíces, no en balde nuestras madres eran amigas y coetáneas. Por
eso fue tan significativo el día de la reconciliación.
Y hablando de reconciliación, voy
a contar un episodio significativo y hermoso por cómo se resolvió. En la primavera de 1939, en los últimos días
de la Guerra Civil, en la que el comunista había jugado un papel destacadísimo
como principal responsable en la defensa de Madrid en 1936 (con el Gobierno
republicano desplazado hasta Valencia), le llegó a Carrillo una doble noticia:
su madre había muerto y su padre, Wenceslao, de ideas socialistas, había
integrado el gobierno de circunstancias que Segismundo Casado, perdida Cataluña
y con el comunista Negrín derrocado por los propios compañeros, había formado
única y exclusivamente para aceptar la victoria de Franco y firmar una paz que
acabara con la sangría humana. Carrillo siempre dijo que sintió más la
“traición” de su padre que la muerte de su madre. El enfrentamiento entre padre
e hijo llegó al punto de que Santiago Carrillo firmó una carta pública en un
diario comunista en la que decía avergonzarse de su progenitor y afirmaba que
para él ya no había nada que les uniera. Wenceslao Carrillo contestó con otra
carta abierta dirigida metafóricamente a Stalin en la que denunciaba que lo
dicho por su hijo en realidad obedecía a la maquinaria soviética, que había
convertido a Santiago en un “esclavo”. La dureza de ambas epístolas no
reflejaba sino odio. La sensación imperante en una España que se había matado
por odio. La total separación entre ambos se mantendría durante dos décadas.
Carrillo hijo, exiliado en la Unión Soviética, había acudido allí convencido de
las bondades del llamado comunismo real. Hasta que llegó un momento en que, tal
y como reconoce en el documental, se dio cuenta de que la URSS no era sino otra
dictadura que empleaba métodos propios de una “Inquisición”, en afirmación
textual suya. Desengañado, fue cuando entendió que la única salida para España
era una democracia plena en la que tuvieran cabida todos los partidos. Es
decir, fue cuando apostó por la reconciliación. Era en torno a comienzos de la
década de los sesenta. Carrillo, en esas memorias habladas de las entrevistas
que muchos nos hemos “bebido” para conocer qué pasó en el pasado próximo para
entender nuestra propia historia reciente, relata cómo, en una conversación con
Dolores Ibárruri, y de acuerdo los dos en que el objetivo había de ser la
democracia, ‘La Pasionaria’ le dijo: “Santiago, si apostamos por la
reconciliación entre los españoles, tú deberías comenzar por reconciliarte con
tu padre”. Impresionado por lo que la frase revolvía en su interior, Santiago
viajó hasta Bélgica, donde su padre, también en el exilio, agonizaba en un
hospital. Sin hablar nada de lo sucedido en 1939, padre e hijo firmaron la paz
con un sincero abrazo. Aunque poco después, en 1963, Wenceslao murió, ese
abrazo simbolizó la necesidad de una España que necesitaba vivir sin echarse la
guerra incivil a la cara. Por suerte, doce años después, el propio Carrillo,
acompañado de hombres de Estado como Adolfo Suárez, Felipe González o Juan
Carlos I, pudo empezar a hacer posible el verdadero abrazo de una España que
apostaba definitivamente por la democracia y la libertad.
Lo cierto es que este municipio
necesita, como España, de la paz. Pero la paz se construye en las urnas, como
bien entendió Carrillo, y no ejecutando “golpes de Estado”. La paz se construye
aceptando lo que las urnas dicen, y no tramando en la oscuridad maniobras
torticeras que violentan los deseos del pueblo. La paz se construye con buenos
comportamientos, y no con insultos ni con amenazas ni con anónimos injuriosos
que reproducen innominados lo que ciertos aprendices de políticos dicen con la
boca chica en voz alta. La paz se construye con el respeto y con la deferencia,
no con la venganza permanente, la amenaza ni la extorsión y el chantaje. El
abrazo de la reconciliación es como el que esta persona me dio el lunes, como
el que Santiago le dio a su padre, Wenceslao: sincero, limpio, sin matices, con
el alma limpia y con el propósito de hablar largamente. Eso es posible. Pero se
necesita dar el paso, reconocer al otro, aceptarlo, respetarlo. Por eso fue
posible el abrazo de Santiago y Wenceslao, por eso fue posible el abrazo, el
lunes, de dos personas que no se habían
hecho daño, sino entre las que había muchos años de insidias ajenas y de
alejamiento. Creo firmemente que el abrazo fraternal entre los rambleros y las
rambleras es posible. Y más pronto que tarde se producirá. Y los dieciocho
meses que tanta gente recuerda gratamente por la concordia se convertirán en
nuestra convivencia de futuro. Se nos va la vida y el progreso de nuestro
pueblo en ello.
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