sábado, 24 de marzo de 2018

POR QUÉ ME ENFADA EL CASO DEL MASTER DE CIFUENTES (I)



POR QUÉ ME ENFADA EL CASO DEL MASTER DE CIFUENTES (I)
He dejado pasar un tiempo prudencial porque estoy muy enfadada. Y enfadada no se puede escribir sin antes contar hasta cien mil. Ya conté. Y ahora me pongo a escribir. Y escribo salvando la presunción de inocencia, que a estas alturas, hasta la propia universidad pone en tela de juicio. Es decir, todo lo que diga tiene que ver con el hipotético caso de que el máster sea un apaño.
Primero, estoy enfadada porque las notas, en cualquier nivel de la enseñanza, se ponen con un procedimiento absolutamente reglado y regular. En educación primaria y secundaria, tras un proceso colectivo de valoración, por parte de un equipo de profesores, que establecen la calificación, que se certifica y se firma en la correspondiente acta. Si existe una variación, se precisa reunir de nuevo al equipo de profesores. Si hay un error, cosa harto improbable, se rectifica mediante una diligencia anexa. Nunca estos procedimientos se realizan por una funcionaría no docente, ni directamente en la plataforma de notas. Igual se procede en la universidad que conozco, la UNED. El docente cumplimenta su calificación, y si hay variación, el procedimiento pasa por un filtro riguroso. Nunca, por supuesto, se varía sin ningún control dos años después. Es sencillamente imposible. Sólo sugerir que esto puede darse arroja sobre la educación pública, los docentes, los funcionarios y las normas que rigen los procedimientos de calificación y titulación tantas dudas que sencillamente me subleva. Poner en cuestión un tema tan sensible, que supone en el profesorado el mayor conflicto ético al aprobar o suspender, es sencillamente una burla inadmisible.
Segundo, estoy enfadada porque confiaba plenamente, y así lo he compartido toda mi vida con mis alumnos y alumnas, que las diferencias sociales se pueden superar mediante la educación. O lo que es lo mismo, que las instituciones educativas son las más igualitarias y compensadoras que existen. Hace años, luché exitosamente contra el techo de cristal del colegio del distrito cuarto de Santa Cruz diciéndolo, en comparación con otra profesora: mi abuelo, agricultor; su abuela, marquesa, y aquí estamos ambas, en el mismo puesto de trabajo. Mi paso por la universidad lo consideré siempre como un privilegio donado por mis antepasados a base de esfuerzo, gratificado por un profesorado al que nunca vi atisbo de favoritismo o discriminación. Mi ULL máter, amable y acogedora, igualitaria y compensadora, exquisita en equidad. Y ahora viene a poner en cuestión Cifuentes este principio que ha regido siempre mi confianza ilimitada en la educación... (Continuará)

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