Los anónimos fueron usados con
profusión por los falangistas o de franquistas en contra de los militantes de
izquierdas, de los que fueron y eran republicanos, de los librepensadores.
Durante la dictadura, las personas que soportaban el exilio interior soportaron
este tipo de misivas desde el final de la Guerra. Un viejo militante de
izquierdas me contaba hoy, en el comité regional, a cuentas del anónimo último,
que en una época él recibía cartas ofensivas y amenazantes todas las semanas. Y me decía “Cuando las recibía, las tiraba a
la basura y no les hacía más caso”. Y yo le pregunté: “Pero ¿y no te daba miedo
que cumplieran sus amenazas y te hicieran algo?” “No”, contestó, “nunca hay que
tener miedo a un anónimo o a un pseudónimo; eso es lo que intentan, que se
amedrente uno y deje de decir lo que piensa. No hay que darles el gusto de que
se salgan con la suya, y además es improbable que se decidan a hacer nada, al
menos individualmente. Son cobardes, como lo prueba que se oculten y ni
siquiera se atreven a dar su nombre. Al revés, hay que seguir adelante”. Huelga
recordar que era poco lo que este hombre podía decir públicamente en aquella
época, dada la censura omnímoda que ejercía la dictadura de Franco. Pero hasta
ese poco –entre líneas o de manera críptica- quería acallarse. Hablando con él
me reiteré en la idea de que obrar anónimamente es una de las cosas más
despreciables del mundo, sobre todo cuando se hace desde una posición de fuerza
o en una democracia con libertad de expresión.
Con Internet y las redes
sociales, proliferan en pueblos como el nuestro anónimos, trolls, ocultos con
sus “nicks”. Muchos, demasiados para ser lo que somos, Sabemos de algún
personaje cercano al grupo de gobierno
actual que maneja a la vez varios perfiles, algunos especialmente insultantes,
pese al perfil de bueno que en la vida real quiere representar. “Si somos muchos”, piensa el cobarde, “pasaré
inadvertido, no podrán individualizarme. Si somos muchos, no podrá encararse
conmigo, luego estoy a salvo y puedo tirar adelante con mis injurias o
fechorías”. Van encapuchados los etarras y otros terroristas; fueron
encapuchados los miembros del Ku-Klux-Klan, sobre todo cuando hacían una batida
para darle una paliza a un negro o incendiar su casa o colgarlo de un árbol.
Iban embozados los salteadores de caminos, los atracadores se calaban medias
distorsionadoras en la cabeza. Se sienten orgullosos de su cobardía, de
ocultarse y de escurrir el bulto. No les da ninguna vergüenza tirar la piedra y
esconder la mano, comportarse como masa impune, actuar a resguardo.
En todos los casos de anónimos
relatados, aparece como elemento común la cobardía. La cobardía, desde que el
mundo es mundo, es una de las bajezas más ruines a que puede llegar el hombre.
Los cobardes son esos personajes oscuros que viven como las ratas, en la
oscuridad y espantados de todo y de todos porque no pueden llevar su mezquindad
con la luz del día. Son cobardes porque sus argumentos no tienen mayor peso que
el anonimato. Son miserables porque no tienen razones ni motivos para defender
sus postulados, sino con el papel manchado de inmundicia, la porquería que
escupen y les mancha. Son hipócritas porque, seguro, dan una cara falsa cual
‘sepulcros blanqueados’, pero por dentro están putrefactos de miseria y
ruindad. Son fariseos porque en el templo y ante los ojos de los demás se dan
golpes de pecho; luego, en sus cavernas oscuras, son el prototipo del pecado. Los
individuos capaces de enviar o comentar mediante anónimos hirientes,
amenazantes o insultantes de todo tipo, me recuerdan a los chivatos del
colegio, esos tipejos odiados por el resto de la clase y que intentaban
mantenerse como ejemplares ante todo el profesorado. Al final terminaban por
ser descubiertos y más de uno recibía la soberana paliza y desprecio de sus
compañeros.
El anónimo es el signo más penoso
y evidente de la cobardía, de comportamiento similar al de las alimañas. Los
cobardes anónimos se quedan estancados y en el mismo lugar de siempre, porque
mientras los demás trabajan y disfrutan la vida, ellos están cargados de odio y
paralizados, esperando que el otro ejecute, para actuar. Creen saber donde
atacar, el momento y lugar en que pueden hacer más daño. Creen conocer los
sentimientos de la otra persona y su punto débil. Lo usan cuando creen que la
vulnerabilidad del otro/a se ha puesto al descubierto. El experto en los envíos
de anónimos suele ser alguien con la personalidad trastornada y poseedor de una
doblez de comportamiento que puede pasar desapercibida. Utiliza la sorpresa del
anónimo, el desconcierto que produce, la indefensión del receptor, la
irritación ante algo a lo que no puede replicar porque desconoce el origen, la
persona o alimaña de donde procede el insulto o amenaza, la falta de respeto
por la intimidad del agredido o agredida. Los anónimos están provocados por la
envidia, los celos, el odio irracional, la no aceptación de lo diferente…. o
las manía persecutorias y neuróticas. No dejan de ser simples ratas de
alcantarilla las que precisan de ese anonimato o clandestinidad. Es verdad… las
ratas aprovechan la oscuridad, los rincones y lugares para no ser vistas y
atacar a lo más indefenso.
Y no se libra ni la red. Los
cobardes anónimos son aquellos individuos que le admiran en secreto a usted y a
mí, que usamos las redes sociales, pero que son seres frustrados, llenos de
dolor y envidia y que tienen como único mecanismo de desahogo comentar de
manera anónima o adoptando un seudónimo en los blogs y diarios que tienen
abierta la casilla de comentarios. Sus opiniones son destructivas y sin
sentido. Seguramente quisieran emular la actividad creativa que en las redes se
ejerce y la libertad que proporciona, si no, no se entendería por qué esa
obsesión con mi presencia en la red.
El autor de anónimos merece el
desprecio más absoluto. O mejor, la pena más grande. Porque aparte de su
indudable trastorno mental y la represión de todo tipo que desvela sus
comentarios soeces, zafios, machistas e insultantes, cuenta con tan baja
autoestima que ni siquiera es capaz de revelar su verdadero nombre. Pero su
personalidad es fácil de definirla, porque se describe en todo aquello que
pretende reflejar en el otro, en este caso, en mí. Enfermo mental, obseso
sexual, reprimido, defraudador de haciendas públicas y privadas, y, además,
disconforme con su propia piel. Da pena porque, a fuer de ser tonto y estúpido,
no sabe que las personas de largo recorrido académico, profesional y social
(menos en la política, a donde llegué hace escasos años, aunque con continuada
presencia pública y orgánica), somos de la especie de los triunfadores, es
decir, estamos dispuestas a triunfar en la vida creyendo en el trabajo, el
tesón y en la lucha permanente, y en el trabajo en equipo, y por eso les ignoramos,
omitimos y rechazamos. Porque no tenemos tiempo de dedicarles tiempo. Porque nuestro
tiempo, desde hace años, está al servicio de nuestro vecinos. A ellos nos debemos
y por ellos hemos elaborado un proyecto de progreso para el municipio. Y eso es
lo que les pone nerviosos. Porque se ven incapaces e impotentes. Pero ese es su
problema, no el nuestro. El nuestro es trabajar, ahora más que nunca, para
sacarlos de sus madrigueras en 2015. Y nada ni nadie nos va a detener en ese
propósito.
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