domingo, 13 de abril de 2014

EL PERDÓN, LA MISERICORDIA Y EL OLVIDO




Me sigue sorprendiendo la grandeza de mi pueblo. Hay quien dice que hay que  poner juntas las palabras “perdonar” y “olvidar”, pero nuestra gente sabe que para perdonar de verdad, hay que recordar. Nuestra gente, de forma sabia, asume su deber de perdonar a quienes les hicieron tanto daño de forma cristiana, esto es,  recordando el perdón que recibimos de Dios. Con misericordia y con generosidad.  Han hecho, desde que se obtuvo el magnífico logro de la concordia, también debida a esa excelente actitud, borrón y cuenta nueva. Pero, como muchas personas me dicen, perdonar no significa olvidar la ofensa. El recuerdo es importante para que las ofensas del pasado próximo no se vuelvan a repetir. Pretender que nunca sucedió nada malo impide que haya sanidad democrática y que se respete al pueblo que se ofendió. En mi caso, cuando recuerdo la falta cometida contra el pueblo, y veo la nueva situación, lo valoro como la oportunidad  de reconocer, una vez más la grandeza de un pueblo que convive con el ofensor, pese a que aún no se le ha pedido disculpas por la ofensa. Y por eso mi pueblo es grande. Y de él sigo aprendiendo.  Porque demuestra que, pese a que no se le ha pedido perdón por los daños causados, es capaz de trascender las breves palabras y responder con una actitud cristiana y profundamente generosa. Han perdonado. Han luchado contra todo pensamiento de venganza; nunca tuvieron en el pensamiento hacer ninguna mala jugada a quienes se comportaban como sus enemigos, estando en la obligación de trabajar por su pueblo de manera igualitaria, y ahora contribuyen con su esfuerzo a que se vistan con galas que despreciaron y que nunca fueron las suyas. Oran con ellos, les dan la paz y les permiten que, pese a no haber pedido perdón, actúen como si no hubiera pasado nada. No he visto jamás mejor muestra de generosidad y de actitud cristiana. Sólo desde la misericordia interior se pude llevar a cabo esa grandiosa  acción misericordiosa exterior.  Es grande y es extenuante, porque han de vencer, con un esfuerzo de la voluntad, de forma activa y enérgica, a la inclinación natural de rechazar a la otra persona por sus actos. Y practican el perdón. He visto a mis convecinos dolerse por la situación personal de Mesa. He visto a mis convecinos alegrarse cuando las cosas salen bien, porque si una cosa sale bien, es bien para el pueblo. He visto a mis convecinos aceptar la coexistencia con  sus ofensores. He visto a mis convecinos hablar de esos ofensores con delicadeza. He visto a mis convecinos recordar el dolor sufrido, pero no sepultarlo, para evitar los amargos frutos posteriores. He visto a mis convecinos favorecer a los ofensores, con misericordia y altura vecinal. He visto a mis convecinos ser ejemplo de tolerancia y convivencia. He visto a mis convecinos haciendo gala de ser un pueblo benigno y misericordioso, lo que caracteriza a un pueblo con una elevada vida comunitaria y de colaboración. He visto a mis convecinos haciendo eso con quienes les ha agraviado continuamente en el pasado reciente, durante años, con malicia, sin pensar en el bienestar de ellos, pese a recibir emolumentos de la caja de todos. Y esto, esta actitud de mis convecinos, que es una nueva enseñanza para mí, revela un pueblo preparado para todo, también para el duro trabajo de perdonar. Sin olvidar las ofensas, e incluso sin que el ofensor haya reconocido la culpa y hay pedido perdón. Esa es mi oportunidad de hoy: aprender del perdón y la misericordia de mis convecinos hacia sus ofensores. 

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