Me sigue sorprendiendo la grandeza
de mi pueblo. Hay quien dice que hay que poner juntas las palabras “perdonar” y
“olvidar”, pero nuestra gente sabe que para perdonar de verdad, hay que
recordar. Nuestra gente, de forma sabia, asume su deber de perdonar a quienes
les hicieron tanto daño de forma cristiana, esto es, recordando el perdón que recibimos de Dios.
Con misericordia y con generosidad. Han
hecho, desde que se obtuvo el magnífico logro de la concordia, también debida a
esa excelente actitud, borrón y cuenta nueva. Pero, como muchas personas me
dicen, perdonar no significa olvidar la ofensa. El recuerdo es importante para
que las ofensas del pasado próximo no se vuelvan a repetir. Pretender que nunca
sucedió nada malo impide que haya sanidad democrática y que se respete al
pueblo que se ofendió. En mi caso, cuando recuerdo la falta cometida contra el
pueblo, y veo la nueva situación, lo valoro como la oportunidad de reconocer, una vez más la grandeza de un
pueblo que convive con el ofensor, pese a que aún no se le ha pedido disculpas
por la ofensa. Y por eso mi pueblo es grande. Y de él sigo aprendiendo. Porque demuestra que, pese a que no se le ha
pedido perdón por los daños causados, es capaz de trascender las breves
palabras y responder con una actitud cristiana y profundamente generosa. Han
perdonado. Han luchado contra todo pensamiento de venganza; nunca tuvieron en
el pensamiento hacer ninguna mala jugada a quienes se comportaban como sus
enemigos, estando en la obligación de trabajar por su pueblo de manera
igualitaria, y ahora contribuyen con su esfuerzo a que se vistan con galas que
despreciaron y que nunca fueron las suyas. Oran con ellos, les dan la paz y les
permiten que, pese a no haber pedido perdón, actúen como si no hubiera pasado
nada. No he visto jamás mejor muestra de generosidad y de actitud cristiana. Sólo
desde la misericordia interior se pude llevar a cabo esa grandiosa acción misericordiosa exterior. Es grande y es extenuante, porque han de
vencer, con un esfuerzo de la voluntad, de forma activa y enérgica, a la
inclinación natural de rechazar a la otra persona por sus actos. Y practican el
perdón. He visto a mis convecinos dolerse por la situación personal de Mesa. He
visto a mis convecinos alegrarse cuando las cosas salen bien, porque si una
cosa sale bien, es bien para el pueblo. He visto a mis convecinos aceptar la
coexistencia con sus ofensores. He visto
a mis convecinos hablar de esos ofensores con delicadeza. He visto a mis
convecinos recordar el dolor sufrido, pero no sepultarlo, para evitar los
amargos frutos posteriores. He visto a mis convecinos favorecer a los
ofensores, con misericordia y altura vecinal. He visto a mis convecinos ser
ejemplo de tolerancia y convivencia. He visto a mis convecinos haciendo gala de
ser un pueblo benigno y misericordioso, lo que caracteriza a un pueblo con una
elevada vida comunitaria y de colaboración. He visto a mis convecinos haciendo
eso con quienes les ha agraviado continuamente en el pasado reciente, durante
años, con malicia, sin pensar en el bienestar de ellos, pese a recibir
emolumentos de la caja de todos. Y esto, esta actitud de mis convecinos, que es
una nueva enseñanza para mí, revela un pueblo preparado para todo, también para
el duro trabajo de perdonar. Sin olvidar las ofensas, e incluso sin que el
ofensor haya reconocido la culpa y hay pedido perdón. Esa es mi oportunidad de
hoy: aprender del perdón y la misericordia de mis convecinos hacia sus
ofensores.
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