Me ha sorprendido la encuesta
realizada y recién presentada por el Cabildo sobre los sentimientos de los
ciudadanos y ciudadanas de Tenerife. Y me llama poderosamente la atención que
se destaque que en el Norte se respira más felicidad que en el resto de la
isla. Y no supe si regocijarme o enfadarme. La verdad es que no acierto a
entender el por qué. Como profesora de Estadística, creo que el quid está en la
pregunta y en la muestra. Desconociendo la primera, y viendo la limitación de
la segunda, creo que sobran las valoraciones excátedra y es una falacia las generalizaciones
de la prensa. Porque no creo que las `personas que vivimos en el norte, sobre
todo en el alejado noroeste tengamos razones para ser más felices que el rest
de tinerfeños y tinerfeñas. Desde luego, no es para alegrarse ni para ser feliz
tener mayor índice de desempleo que el resto de la isla. Tampoco es para
alegrarse ni para ser feliz que las comunicaciones por carretera sigan siendo
tan precarias y que las colas de horas punta nos hagan estar más alejados en
tiempo que lo que realmente estamos en distancia. No es para alegrarse ni ser
feliz el largo itinerario sanitario de los enfermos antes de ser atendidos u
hospitalizados. No es para alegrarse ni ser feliz el abandono de la
agricultura, que podría ser una importante alternativa económica en épocas de
crisis, sobre todo si el ansiado regadío fuera una realidad y si el plan de
Balsas estuviera a pleno rendimiento, cosas tan lejanas que poco felices ni
alegres permiten que seamos. No es para alegrarse ni para ser feliz que el
Puerto de la Cruz, que fue uno de los motores económicos del Norte, languidezca
sin remedio. Tampoco es para alegrarse ni para ser feliz que no se haya buscado
alternativa turística al turismo convencional, en una zona que tiene tanto que
ofrecer. No es para alegrarse ni para ser feliz, por cierto, que una demanda básica de las empresas para
instalarse, la banda ancha de las comunicaciones, esté tan lejana, siendo como
es que internet rural no satisface ni las demandas de un estudiante para hacer
sus trabajos. No es para alegrarse ni para estar feliz. Leon Tolstoi, en su
excelente y moralizante cuento “la camisa del hombre feliz” relató como a un
rey triste y enfermo su médico le recetó
que se pusiera la camisa de un hombre feliz. Tras una ardua búsqueda, los
cortesanos encontraron a un hombre feliz, llevándose la sorpresa de que ese
hombre no tenía camisa. Lo cierto es que el norte lleva sin camisa hace mucho
tiempo, con políticos que han perdido el norte con sus decisiones. Y ahora,
desde este frío norte de enero de 2015, yo reclamo para el norte la camisa. Porque el
norte feliz, de verdad, yo creo que no sólo quiere, sino que ya le toca por
justicia tener camisa.


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