domingo, 28 de diciembre de 2014

LA CLAQUE Y LOS SOCIOS INTERESADOS

En el pleno del viernes,  una apabullante claque aplaudía con las orejas o con risitas mal contenidas (¡¡¡ese concejal de obras y servicios, que se ríe de los vecinos!!!!) al primer actor y a su hiperbólica interpretación del poder espúreo, y me acordé de Shakespeare,  y de Hamlet, donde cada uno está espiando a cada uno de los socialistas, donde todos actúan de forma partidista, aunque renieguen en sus intervenciones de los partidos, donde el partidismo ha desplazado a todas las otras preocupaciones, porque se ha convertido en una forma de locura, donde el objetivo es abatir a los socialistas, que sin gobernar, nos hemos convertido en el gobierno en la sombra, tanto por las iniciativas como por los ataques desaforados de la bancada de enfrente. Se han convertido en verdaderos personajes hamletianos. El protagonista, el Laurence Olivier de la escena, excitado por la remunerada claque (la que lo circunda, cada día más prósperos y más orondos, y por quienes se consideran una élite de ciudadanos con espíritu vasallo interesado), se desmadra de los límites de su papel de presidir la institución y se excede en su histrionismo. Sobreactúa desde su ignorancia confesada y su vesánico comportamiento y, con ambigua y aparente inocencia, exagera un monólogo soez, contradictorio y anárquico, confuso y lineal, y definitivamente antidemocrático y machista, en una actuación que resultaría intolerable para cualquier auditorio sano y racional apto para recibir el mensaje del poder sin tener que aguantar a un personaje que estaría pasado de rosca hasta en los ámbitos tabernarios de los que no debió salir jamás. Pretende gobernar con despotismo, sin tener que cumplir ni una sola promesa, a un pueblo al que quiere someter a base de pobreza, que luego hace que tapa con magnanimidad (eso sí, usando el dinero público). Hace alarde en cada intervención de lo bruto e ignorante que es, y sirve de mofa y escarnio a todo el mundo y de vergüenza a sus convecinos (excepto, eso sí, a su claque, oportunamente comprada con supuestas prebendas tras el mes de mayo próximo). Y en tanto los otros elencos políticos parecen tener dificultades numéricas para llenar papeles secundarios o remotos, o tienen pruritos ideológicos o éticos para incorporar nuevos actores, este histriónico personaje sería capaz de blanquear con talco a un delincuente (él mismo lo es) siempre que su talento popular en escena tenga una respuesta adherente en el público del que espera el voto.
El peligro no es él mismo. Después de todo, él es un ejemplo superador de la historia de sus actuales socios,  cuyos desatinos arrastraron al municipio y a su partido a un merecido ostracismo tardíamente,  tras 24 años, en los últimos de los cuales su único mérito (demérito debía decir) consistió en dividir al pueblo con sus nefastas decisiones. Pero de forma espúrea, lamentablemente, pudieron volver a colocarse en la poltrona.  El peligro somos nosotros, los ciudadanos, sometidos a esta eternidad de acabar y empezar ciclos electorales otra vez con los mismos, aquellos que han hecho de este municipio un lugar que ya no está de moda, como estuvo durante los dieciocho meses de gobierno  socialista.

Cierta vez Sartre, el filósofo, para explicar una obra teatral, empleó palabras tan complejas y eruditas que se necesitaba aclarar a Sartre más que al autor. El autor dio en el clavo cuando definió la crítica como un espectáculo payasesco. La definición es perfecta para el grupo de gobierno actual y su claque, salvo porque ofende a los payasos, auténticos profesionales. Pues eso.

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