Una vieja táctica de los
fundamentalistas de cualquier tipo, también utilizada por los tiranos, es
reaccionar con insultos lisos y llanos contra las verdades que puedan oponerse a sus opiniones y
mentiras; esas opiniones y mentiras que
suelen difundir por los sitios en los que no es necesario demostrar nada,
porque se suele argumentar mezclando los argumentos con bebidas espirituosas. E
Insultan más cuanto más desnudas quedan sus mentiras, sobre todo si quien les
desnuda frente a ellas es una mujer. Simplemente no soportan el disenso, y
menos si viene del género que consideran que sirve exclusivamente para adorarle
como los machos alfa de la manada. Al no tener argumentos, o bien porque no
leen, o bien porque no saben, o bien porque no trabajan o por cualquier otro
motivo no publicable, sólo pueden sustituir el campo de la racionalidad por el
de la visceralidad (es decir, reaccionan, no con argumentos, sino con las
vísceras o las gónadas) y optan por el camino de la distorsión, la calumnia
malintencionada, las verdades a medias y las más atroces mentiras. En suma,
buscan el aplauso fácil mediante
falsedades y tergiversaciones fundamentalistas, creyendo que el modelo sectario
y no la razón es el que les va a hacer tener razón. Mienten hasta ante los
tribunales, lo que es especialmente grave moralmente y, además, es un delito. Usan
una suerte de terrorismo de género aplicado a la política, donde la caza de la
mujer que se les enfrenta políticamente la consideran de recibo y adecuada.
Machistas inconfesos, creen que todo vale para el imperio del macho alfa, usando
expresiones exageradas hasta el paroxismo, cuando no argumentos inventados sin
ningún sustento científico ni lógico; pero repetidos hasta el hartazgo y
apoyados por sus escuadrones de choque, usualmente pocos, pero muy bien
organizados militantes del mismo corte fundamentalista y chusmeril que sus
jefes; los cuales llegan a “enganchar” a ciudadanos corrientes, de buena fe
pero no expertos en el tema de la manipulación extrema, la propaganda de mala
fe y la calumnia repetida. Por supuesto que estos furibundos militantes ni sus
jefes contestan –no pueden– a ningún argumento razonado. Y no pueden porque lo
más parecido a la razón que poseen es el picor en la palma de la mano cuando se
acerca el momento de cobrar por sus deleznables actos. Tan deleznables que
repiten una y otra vez una amenaza que reproduce la de su jefe, que es que me
marche del municipio, una nada sutil pero sí muy directa amenaza hacia mi
persona, que los hace actores o cómplices de la violencia que pueda recibir yo
misma o cualquiera de mis compañeros, y de las que ya hemos sido advertidos. Todo
un dislate, ubicándose como autores-promotores de la violencia fundamentalista
que utilizan como metodología política, ya vista en varias ocasiones en forma
de panfletos o agresiones directas.
Porque amenaza el que pretende infundir miedo, pánico, terror; y el que
amenaza es el profesional del maltrato y de la violencia. Sorprende el fervor
con que estas mismas personas luego se acercan a comulgar, en un acto de
fariseísmo declarado, por decirlo de manera suave.
Y todo por incompetentes. Cuando
argumentan (es un decir) no hacen más que emitir un rejuntado de simples
“opiniones”, lugares comunes, inventos, mentiras y conjeturas y vueltas al
pasado, adobadas con “y tú más” o cambiar el objeto de debate para hablar de lo
malos que somos los socialistas, carentes por completo de sustento y de rigor, todas
ellas emitidas por personas iletradas que ni siquiera se asesoran para poder
argumentar algo más que vaguedades, ambigüedades y mentiras o verdades a
medias, ignorantes profundos de las temáticas sobre las que tan ligeramente
opinan; e inclusive afirmando, sin movérseles un solo músculo ni ruborizarse lo
más mínimo, disparates reñidos contra toda lógica y el sentido común. Y cuando
argumentan que no son partidarios, en realidad es que no poseen ni siquiera
aquello que define a los partidos: una ideología definida, unos elementos
identificables para que la gente sepa con quien se juega los cuartos. Al no
definirse declaran el “todo vale”, pero especialmente declaran que lo suyo, en
realidad, es una expresión mayor de la partidocracia de bajo vuelo y cortas
miras; instrumentado en base a flagrantes mentiras de toda laya; y desde atrás
fogoneando a una claque furibunda que repite las gracietas que sus jefes les
ordenan decir. Y como la calque ya fue denunciada en su momento, ahora son los
jefes los que hacen de claque de sí mismos, sin renunciar a ser acompañados por
la claque actualizada. No se dan cuenta
de que, viniendo de quienes vienen, sus descalificaciones en realidad me halagan.
Afortunadamente, tanto yo como mis compañeros y compañeras somos todo lo
contrario de lo que he definido en las líneas anteriores: tenemos fuertes convicciones
ideológicas, que no ocultamos, por lo que la gente sabe de antemano por qué
luchamos y que defendemos; por eso que nos diferenciamos fundamentalmente de esos
personajes que, por denominarlos suavemente, son elitistas, xenófobos y
clasistas. Porque al ser incapaces de debatir sobre ideas sin mezclarlo con
insultos, calumnias y agresiones personales, no saben conducirse en el marco de
la seriedad y la neutralidad, la ética y la capacidad. Por eso, renuncian al
debate sosegado que se realiza en un foro respetable y respetado, y renuncian a
que el auditorio sea un auditorio serio que se comporte como tal, y no como los
ultras de las aficiones futboleras que tantos disgustos dan a los clubes y tan
mal ejemplo ofrecen en los últimos tiempos, denigrando el deporte que dicen
defender.
Un debate serio es una cosa; y
una confrontación de barricada, con toda “la claque” de quienes confunden la
política con las peleas y escaramuzas tabernarias, otra. Evidentemente, quienes
dicen gobernarnos carecen de los conocimientos, las competencias y el marco en el que se puedan confrontar ideas con
fundamento, porque sólo son capaces de expresar con palabras aquellas cosas que
les dictan sus vísceras o sus gónadas. Y el debate se ejerce con la cabeza. El
estómago o lo que está directamente por debajo de él no tienen nada que hacer
para afrontar el futuro de un municipio.
Afortunadamente, ya falta menos.
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