Mujeres valientes, abnegadas y dignas. Así fueron, son, las mujeres cuya niñez y juventud transcurrió entre la guerra incivil y la posguerra. Sacrificadas en épocas de penuria y escasez, crecieron entre partes de guerra, austeridad obligada, opresión impuesta y obligaciones múltiples. Valientes porque durante años suplieron con creces una sociedad ausente de hombres, que se habían ido a la emigración para sacar de la penuria y la escasez a nuestro territorio y a nuestra gente. Abnegadas, cuidaron en la ausencia de los hombres, a hijos, progenitores y patrimonio familiar, administrándolo y, en ocasiones, acrecentándolo. Dignas, porque pese a la escasez y la economía de supervivencia, mantuvieron el buen vestir, la armonía, la elegancia y la compostura, suya y de toda la familia. Sólo necesitaban telas, de cualquier tipo, y una máquina de coser. Muselinas de sacos de azúcar, telas de dril y vichy para los vivos... y salían como dignas damas, que no tenían nada que envidiar a las mujeres adineradas. Doña Luisa fue así. Una de esas mujeres admirables de nuestro pueblo, que son y serán un ejemplo para todas las que deseamos que se hereden esas virtudes por las generaciones venideras. Hacer un traje con un retal, una comida exquisita con productos de huerta y corral, aderezar el entorno vital con flores multicolores y helechos inmensas... Y cuidar y cuidar. La ética del cuidado, que tanta falta nos hace. Doña Luisa fue coetánea de mi madre y, como ella, fue alumna de doña Eusebia, cuyo homenaje precedió a su despedida por pocos días. Aún recuerdo el primoroso cuaderno que nos prestó para una exposición en el instituto, guardado con cariño durante más de medio siglo. Recuerdo su interés por todo, preguntando de forma inteligente sobre aspectos de interés público. Y cuando aún podía pasear con su hija Rosi pidió una sola cosa al Ayto: poner un banquito en la calzada de subida de la fuente de La Zarza, para ayudar a superar el repecho a quienes subían caminando. Pensando en ella y en los demás. Y ahí lo pusimos. Y ahí sigue el banquito de doña Luisa: foro diario de tertulia de los vecinos de la zona. Para mí será siempre el banquito de doña Luisa. Recuerdo de una generación para quienes lo fundamental era la ética del cuidado. Gracias, doña Luisa. DEP.
jueves, 17 de mayo de 2018
LA ÉTICA DEL CUIDADO, DOÑA LUISA Y EL BANQUITO DE LA FUENTE DE LA ZARZA
Mujeres valientes, abnegadas y dignas. Así fueron, son, las mujeres cuya niñez y juventud transcurrió entre la guerra incivil y la posguerra. Sacrificadas en épocas de penuria y escasez, crecieron entre partes de guerra, austeridad obligada, opresión impuesta y obligaciones múltiples. Valientes porque durante años suplieron con creces una sociedad ausente de hombres, que se habían ido a la emigración para sacar de la penuria y la escasez a nuestro territorio y a nuestra gente. Abnegadas, cuidaron en la ausencia de los hombres, a hijos, progenitores y patrimonio familiar, administrándolo y, en ocasiones, acrecentándolo. Dignas, porque pese a la escasez y la economía de supervivencia, mantuvieron el buen vestir, la armonía, la elegancia y la compostura, suya y de toda la familia. Sólo necesitaban telas, de cualquier tipo, y una máquina de coser. Muselinas de sacos de azúcar, telas de dril y vichy para los vivos... y salían como dignas damas, que no tenían nada que envidiar a las mujeres adineradas. Doña Luisa fue así. Una de esas mujeres admirables de nuestro pueblo, que son y serán un ejemplo para todas las que deseamos que se hereden esas virtudes por las generaciones venideras. Hacer un traje con un retal, una comida exquisita con productos de huerta y corral, aderezar el entorno vital con flores multicolores y helechos inmensas... Y cuidar y cuidar. La ética del cuidado, que tanta falta nos hace. Doña Luisa fue coetánea de mi madre y, como ella, fue alumna de doña Eusebia, cuyo homenaje precedió a su despedida por pocos días. Aún recuerdo el primoroso cuaderno que nos prestó para una exposición en el instituto, guardado con cariño durante más de medio siglo. Recuerdo su interés por todo, preguntando de forma inteligente sobre aspectos de interés público. Y cuando aún podía pasear con su hija Rosi pidió una sola cosa al Ayto: poner un banquito en la calzada de subida de la fuente de La Zarza, para ayudar a superar el repecho a quienes subían caminando. Pensando en ella y en los demás. Y ahí lo pusimos. Y ahí sigue el banquito de doña Luisa: foro diario de tertulia de los vecinos de la zona. Para mí será siempre el banquito de doña Luisa. Recuerdo de una generación para quienes lo fundamental era la ética del cuidado. Gracias, doña Luisa. DEP.
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