LA REFLEXIÓN DEL DÍA: RESPETO A LAS DEVOCIONES Y CREENCIAS DE NUESTRA GENTE
Al hilo de la atinada reflexión de Eligio Hernández ayer en el DA, que da en la diana sobre el respetuoso agnosticismo de los líderes de la II República, quiero hacer una reflexión.
- Todos conocen mi agnosticismo, porque no me he ocultado nunca. No obstante, respeto profundamente las devociones y creencias de nuestra gente. Y acompaño habitualmente a los cultos, porque así fui educada por personas buenas, que practicaban la religión porque creían profundamente que les ayudaba a ser mejores en sus relaciones con los demás. Almas buenas que encontraban consuelo en la iglesia y en las prácticas religiosas. Y así sigue siendo. Y como casualmente la gente creyente que conozco son intrínsecamente buenas y creen en lo que hacen, cada vez soporto peor a quienes, desde su olimpo particular (que sólo ellos creen habitarlo) pontifican y hablan excátedra de algo que no les interesa, que es las devociones o creencias ajenas. O les interesa tanto que no pueden dejar de referirse a ello, aunque no les ataña.
Al hilo de todo esto, quiero hacer un recordatorio especial a mi madre, que en los primeros sesenta me llevaba, inexorablemente, de la mano para que la acompañara a recorrer la recién inaugurada basílica de Candelaria, una y otra vez, de rodillas, en muchas de tantas promesas que hacía. Motivos de salud, de partos, de emigración, de bienestar familiar... cualquier cosa era suficiente para que expresara su voluntad de sacrificio ante la virgen, caminando de rodillas varios kilómetros, porque recorría una y otra vez la basílica sobre sus rodillas. Yo nunca lo entendí, y sigo creyendo, como entonces, siendo una niña, que la virgen no era más receptiva a sus plegarias porque recorriera la basilica de rodillas una y otra vez. Pero la respetaba, respetaba su voluntad y caminaba a su lado para ser su bastón y su sostén. ¡Ojalá pudiera volver a hacerlo una sola vez, porque eso significaría tenerla de nuevo a mi lado, tal vez como sostén y apoyo invertido!
Por eso, le pediría a quienes osan, desde su olímpico desprecio, hablar de las creencias y devociones de nuestra gente, que miren para otro lado. Nadie les obliga a creer, y por eso, tampoco debían meterse en lo que es lo más íntimo de sus congéneres. Que ya está bien, y que dan de cara. De nada. (Y lo desahogada que me quedé).
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