lunes, 14 de enero de 2019

QUERIDA EMMA, GRACIAS POR TANTO


QUERIDA EMMA, GRACIAS POR TANTO
Cuando falleció mi madre entendí el significado profundo de la palabra orfandad. Significa que tus protecciones delanteras, esas que amortiguan los golpes que te vienen de frente, ya no están. Me sentí sin esteos, como dicen aquí, con una palabra deliciosa de origen portugués que define, como ninguna otra, los necesarios apoyos que se precisan para que una planta crezca sin problemas. Pero, pese a que el sentimiento de orfandad era cierto, me olvidé de que aún, con esa función de referencia y de esteos me quedaban los hermanos mayores. Yo soy la primogénita, pero tengo muchos hermanos-amigos mayores que yo, que siempre han estado ahí, como referencia y con su papel de esteos en mi vida. Una era Emma, nuestra Emma. Tan hermana que su último acto, antes de ausentarse, fue reunirnos a todos para que nos abrazáramos fraternalmente en su presencia. Cientos de personas que la queríamos con ese cariño fraternal con el que ella nos obsequió toda su vida, nos dimos cita en aquella antesala de despedida antes de su viaje, y hablamos de Emma, de lo que necesitábamos ese abrazo al que ella nos convocó, de cómo no encontramos el tiempo preciso para juntarnos, y agradeciendo infinitamente esa generosidad final, en que ella, de nuevo, pensó en los demás y no en ella.
Quise y admiré a Emma por muchas cosas. La quise por su cariño fraternal, como he dicho, que incluía una preocupación cercana ideológicamente a mis preocupaciones. Por su generosidad y humildad, colaborando siempre desde un segundo plano, hurtándose el protagonismo que hubiera podido tener, en todas las labores de la SCPM Isaac Newton, nuestra Sociedad. La quise por esa naturalidad con la que aceptaba los comentarios e, incluso, los piropos, poniendo en la respuesta un punto de humor: “¡Qué guapa estás, Emma!” “Sencillita”, respondía con un guiño. La quise por su actividad incesante y curiosidad innata, que le hacía explorar ámbitos variados que iban desde la actividad física (fue la primera persona a la que le oí hablar del tai-chi y practicarlo), intelectual (se ocupó de aprender varios idiomas en la última etapa de su vida) y de ocio activo (participó en la coral “Carpe Diem”, siendo una gran impulsora de sus actividades, era incondicional de los museos y exposiciones, y viajó incansablemente a los sitios más exóticos, aprendiendo ávidamente la cultura de allí a donde iba, y creo, sin temor a equivocarme, que visitó todo el mundo, si definimos el mundo con un sentido regional y etnográfico). La quise porque siempre que acababa una cosa, comenzaba otra, sin solución de continuidad.
Estoy convencida de que Emma se va a ese lugar donde, con su generosidad y humildad, va a seguir trabajando porque el mundo sea un poco más fraternal, igualitario y porque las decisiones que afectan a todos se tomen con rigor, pero desde un prisma humano. Va a seguir observándonos,  con su sonrisa y guiño característico, cuando nos perdemos en cuestiones que no atañen a lo fundamental. Va a seguir aprendiendo idiomas, porque seguro que allá donde esté va a encontrar interlocutores que hablan lenguas que ella desconoce. Va a seguir cantando, es más, me ha parecido reconocer su voz de contralto en algún coro que he oído últimamente. Y, sobre todo, va a conocer ese nuevo planeta al que viajó Toño hace unos años, y donde seguro que la espera con un libro o un catálogo de una exposición, con una rosa roja entre sus páginas. Como me gustaba recordarle a ella que Toño hizo conmigo, caballerosamente, cuando me devolvió un libro que le presté. Querida Emma, dale un beso de mi parte. Y preparen entre ambos una guía matemática para orientarnos cuando nos toque ir. Querida Emma, gracias por tanto.

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