Treinta y ocho años separan las
dos películas. Días de vino y rosas es
una magnífica película de 1962, un clásico imprescindible, dirigida por Blake
Edwards y magníficamente interpretada por Jack Lemmon (su major papel dramático si
prescindimos de Missing, de Costa Gavras),
Lee Remick, Charles Bickford, Jack Klugman que trata del drama que supone las
adicciones (el alcoholismo) en la vida de las personas. Pan y rosas, otra magnífica película de 2000, dirigida por Ken
Loach, e interpretada por Pilar Padilla, Adrien Brody, Elpidia Carrillo, Jack
McGee, Mónica Rivas, Frank Dávila, trata de cómo dos mujeres inmigrantes se interesan
poco a poco por sus derechos de la mano de un activista político y se
involucran por su lucha.
A propósito de los recortes que
observamos, nos damos cuenta de que los días de vino y rosas se acabaron.
Afortunadamente, digo yo. El despilfarro y la metida de mano en la lata del
gofio no daba para mucho más tiempo. Pero estos últimos recortes, los del pan y rosas, tocan de lleno los
derechos sociales, el estado del bienestar, la salud, la educación, las
pensiones, la dependencia, los más pequeños y los mayores. Y alguien se está
apoderando del pan que es de todos y que tanto nos costó amasar. Largos años de
lucha por el estado del bienestar están siendo devorados en un santiamén. Es
imposible que, como las dos protagonistas de Pan y Rosas, no nos rebelemos. No por nosotros, sino por todos
aquellos que ahora son vulnerables y están indefensos. Y entonces, acabado el
vino y viendo como el pan no es respetado, pedimos encarecidamente que entre
todos recuperemos las rosas como símbolo de la lucha que comenzó hace mucho más
de un siglo y que buscaba lo que estamos empezando a perder y que costará
volver a recuperar: la defensa de los trabajadores, la aprobación de leyes como
el descanso dominical y la jornada de ocho horas, la protección del trabajo de los
colectivos necesitados de equiparación, el voto universal y secreto, la lucha
por los derechos civiles y políticos de las mujeres en nuestro país, la defensa
de los intereses de los sectores más necesitados de nuestra sociedad, la lucha
por los derechos básicos de la persona, la educación y la sanidad universal, un
sistema de pensiones también universal, la asistencia a los más vulnerables
(discapacitados, dependientes, mayores, niños), en la lucha irrenunciable por
la igualdad. Así, que roguemos porque nos queden las rosas para que, en
recuerdo de aquellos y aquellas que lucharon por todo esto, no nos quedemos de
brazos cruzados ante la que se nos viene encima. Se lo debemos a las
generaciones que nos siguen.
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