En nuestro pueblo hubo, hace una década, determinados hechos de violencia social, de origen y motivación política, que consiguieron romper la paz social que nunca debió perderse. Se produjeron a raíz de un conflicto artificial enarbolado por el partido en el poder en aquel momento, que alteró las relaciones sociales y la convivencia en nuestra comunidad. Esos sucesos dieron origen a diversas formas de memoria política iniciados por miembros de la comunidad afectada. El pasado fue fechado, recordado y conmemorado para “no olvidar” (lo vivido, la persecución que vino después, el miedo…).
Los afectados, y todos los que creemos que nunca debió pasar, nunca debe repetirse, reclamamos, como postura ética (y política), “no olvidar”, invistiendo a la memoria de una fuerza política y cultural que se asocie, según los casos, a la memoria de quienes sufrieron, y en algunos casos no pudieron ver que el cambio era posible, que la paz social era posible, que se asocie a la búsqueda de justicia, a la lucha por la paz, a la construcción y la consolidación democrática, en un municipio donde esos conceptos parecían condenados a no llegar nunca. No obstante, y dados los acontecimientos actuales, es preciso construir una resistencia contra el olvido basada en la lealtad personal con los que tanto sufrieron, pero también en la lealtad a sus creencias, ideas y valores perdidos y que es necesario recuperar, si queremos recuperar la identidad y la unidad de nuestro pueblo. Reivindico, en este escrito, el concepto de memoria “militante”, esto es, mantener el sentido de la “causa” por la que esas personas sufrieron lo indecible durante estos últimos diez años, pero más que nada para, no olvidando, reafirmar que se requiere recordar para asegurar que “nunca más” volverá a ocurrir tanto sufrimiento, tanta desesperación o desesperanza, tanto dolor y miedo, tantas pérdidas de todo tipo (sociales, culturales, de relaciones humanas...) Sobre todo porque, pese a todo lo que nos ha pasado, lo que le ha pasado al pueblo, ahora se nos pide que olvidemos. La fuerza política que causó tanto dolor, jura y perjura que ahora son otros, que ahora son buenos, que quieren la unión, que somos todos, que recuperemos la paz social y la estabilidad política mediante el olvido. Ignoran que hace apenas diez meses, creyéndose victoriosos, seguían con los mismos modos y maneras que usaron para cargarse la convivencia. Y que si no hubiera habido un vuelco electoral el 22 de mayo pasado, los modos y las maneras hubieran seguido siendo las mismas. Los convulsos cuatro años precedentes, donde hubo de todo, las malas artes de estos últimos diez meses, desde nuestro advenimiento al gobierno municipal, pretenden que queden disipados y asumidos como cosa no sucedida. Tal vez pretendan que la alcaldesa dicte un decreto que ordene borrar la memoria de los hechos para superar la conflictividad de sus consecuencias. Tal vez quisieran que tuviéramos, en su favor, la convicción de que el olvido del pasado asegura la paz del futuro y consolida la estabilidad alcanzada. Pero la paz actual se ha alcanzado, no lo olvidemos, al menos yo no lo voy a olvidar, después de una larga lucha opositora que ha costado gran dolor al pueblo todo, y que a la que suscribe le costó cuatro años de tortura, de vejaciones, de insultos, de calumnias, de agresiones y de lo que no está escrito. Y le sigue costando, porque se han repartido los papeles de buenos y de malos. Los concejales son buenos, los que se fueron son y hacen el papel de malos.
Voy a contarles algo. Un amigo y vecino, actualmente enfermo, me tiene en la memoria casi como único recuerdo reciente. Y me recuerda porque en la época dura me oía decir: sólo necesito que me animen. Y él me animaba cada vez que me veía, para darme fuerza, decía. El no se merece que una supuesta reconciliación política, pedida desde los que sólo sucumbieron por el dictado popular en las urnas, se construya basada en el olvido y en la impunidad que reclaman quienes han cometido la mayor de las ignominias, de las ofensas que se pueden inferir a un pueblo: separar a hermanos, a vecinos, a familias. Y no vale pedir perdón después de décadas de no respetar los derechos de sus conciudadanos, de no respetar los derechos de las personas.
Los afectados, y todos los que creemos que nunca debió pasar, nunca debe repetirse, reclamamos, como postura ética (y política), “no olvidar”, invistiendo a la memoria de una fuerza política y cultural que se asocie, según los casos, a la memoria de quienes sufrieron, y en algunos casos no pudieron ver que el cambio era posible, que la paz social era posible, que se asocie a la búsqueda de justicia, a la lucha por la paz, a la construcción y la consolidación democrática, en un municipio donde esos conceptos parecían condenados a no llegar nunca. No obstante, y dados los acontecimientos actuales, es preciso construir una resistencia contra el olvido basada en la lealtad personal con los que tanto sufrieron, pero también en la lealtad a sus creencias, ideas y valores perdidos y que es necesario recuperar, si queremos recuperar la identidad y la unidad de nuestro pueblo. Reivindico, en este escrito, el concepto de memoria “militante”, esto es, mantener el sentido de la “causa” por la que esas personas sufrieron lo indecible durante estos últimos diez años, pero más que nada para, no olvidando, reafirmar que se requiere recordar para asegurar que “nunca más” volverá a ocurrir tanto sufrimiento, tanta desesperación o desesperanza, tanto dolor y miedo, tantas pérdidas de todo tipo (sociales, culturales, de relaciones humanas...) Sobre todo porque, pese a todo lo que nos ha pasado, lo que le ha pasado al pueblo, ahora se nos pide que olvidemos. La fuerza política que causó tanto dolor, jura y perjura que ahora son otros, que ahora son buenos, que quieren la unión, que somos todos, que recuperemos la paz social y la estabilidad política mediante el olvido. Ignoran que hace apenas diez meses, creyéndose victoriosos, seguían con los mismos modos y maneras que usaron para cargarse la convivencia. Y que si no hubiera habido un vuelco electoral el 22 de mayo pasado, los modos y las maneras hubieran seguido siendo las mismas. Los convulsos cuatro años precedentes, donde hubo de todo, las malas artes de estos últimos diez meses, desde nuestro advenimiento al gobierno municipal, pretenden que queden disipados y asumidos como cosa no sucedida. Tal vez pretendan que la alcaldesa dicte un decreto que ordene borrar la memoria de los hechos para superar la conflictividad de sus consecuencias. Tal vez quisieran que tuviéramos, en su favor, la convicción de que el olvido del pasado asegura la paz del futuro y consolida la estabilidad alcanzada. Pero la paz actual se ha alcanzado, no lo olvidemos, al menos yo no lo voy a olvidar, después de una larga lucha opositora que ha costado gran dolor al pueblo todo, y que a la que suscribe le costó cuatro años de tortura, de vejaciones, de insultos, de calumnias, de agresiones y de lo que no está escrito. Y le sigue costando, porque se han repartido los papeles de buenos y de malos. Los concejales son buenos, los que se fueron son y hacen el papel de malos.
Voy a contarles algo. Un amigo y vecino, actualmente enfermo, me tiene en la memoria casi como único recuerdo reciente. Y me recuerda porque en la época dura me oía decir: sólo necesito que me animen. Y él me animaba cada vez que me veía, para darme fuerza, decía. El no se merece que una supuesta reconciliación política, pedida desde los que sólo sucumbieron por el dictado popular en las urnas, se construya basada en el olvido y en la impunidad que reclaman quienes han cometido la mayor de las ignominias, de las ofensas que se pueden inferir a un pueblo: separar a hermanos, a vecinos, a familias. Y no vale pedir perdón después de décadas de no respetar los derechos de sus conciudadanos, de no respetar los derechos de las personas.
Yo desde aquí reivindico que no es posible la caducidad de los hechos que laceraron al pueblo, que el olvido de ese pasado es imposible, porque por encima de un perdón que se pide y que se debe dar, está la necesidad de la búsqueda y recuerdo de la verdad, de la memoria y de la justicia en un pueblo que ha decidido dar un vuelco a su modelo social y político decidiendo por mayoría que fueran otros quienes les gobernaran. Y lo reivindico porque el sólo cambio, no gestado por los agresores sino por los agredidos, evidencia que el paso del tiempo, por sí mismo, no extingue la memoria de los que han sufrido, menos aún en tiempos en los que la tecnología de las comunicaciones permite revivir el pasado como si formara parte de las noticias del día de hoy y que todo sigue tan vivo que todos nosotros tenemos familiares y amigos damnificados en el conflicto. Por eso el olvido es imposible y por eso no vale el yo no fui. Porque son los mismos, cachorros de camadas sucesivas que vivieron y se nutrieron del odio de sus mayores. Y así ha sido y así es. Por mucho que quieran disimularlo.
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