viernes, 6 de abril de 2012

LA POLÍTICA DEL "YO NO FUI" O LA RECONCILIACIÓN IMPOSIBLE


En nuestro pueblo hubo, hace una década, determinados  hechos  de  violencia social,  de  origen  y  motivación  política, que consiguieron romper la paz social que nunca debió perderse. Se  produjeron a raíz de un conflicto artificial enarbolado por el partido en el poder en aquel momento, que alteró las relaciones sociales y la convivencia en nuestra comunidad.  Esos  sucesos  dieron  origen  a   diversas  formas  de  memoria política iniciados por miembros de la comunidad afectada. El pasado fue fechado, recordado y conmemorado para “no olvidar” (lo vivido, la persecución que vino después, el miedo…).
Los afectados, y todos los que creemos que nunca debió pasar, nunca debe repetirse, reclamamos, como postura  ética  (y  política),  “no  olvidar”,  invistiendo  a  la  memoria  de  una  fuerza  política  y cultural  que  se  asocie,  según  los  casos,  a  la  memoria  de  quienes sufrieron, y en algunos casos no pudieron ver que el cambio era posible, que la paz social era posible,  que se asocie a  la  búsqueda  de justicia, a la lucha por la paz, a la construcción y la consolidación democrática, en un municipio donde esos conceptos parecían condenados a no llegar nunca. No obstante, y dados los acontecimientos actuales, es preciso construir  una  resistencia  contra  el  olvido  basada  en  la  lealtad  personal  con  los que tanto sufrieron, pero también  en  la  lealtad  a  sus  creencias,  ideas  y  valores perdidos y que es necesario recuperar, si queremos recuperar la identidad y la unidad de nuestro pueblo. Reivindico, en este escrito, el concepto de  memoria  “militante”, esto es, mantener el sentido de la “causa” por la que esas personas sufrieron lo indecible durante estos últimos diez años, pero más que nada para, no olvidando,  reafirmar que se requiere recordar para asegurar que “nunca más” volverá a ocurrir tanto sufrimiento, tanta desesperación o desesperanza, tanto dolor y miedo, tantas pérdidas de todo tipo (sociales, culturales, de relaciones humanas...) Sobre todo porque, pese a todo lo que nos ha pasado, lo que le ha pasado al pueblo, ahora   se nos pide que olvidemos. La fuerza política que causó tanto dolor, jura y perjura que ahora son otros, que ahora son buenos, que quieren la unión, que somos todos, que recuperemos la  paz  social  y  la  estabilidad  política mediante el olvido. Ignoran que hace apenas diez meses, creyéndose victoriosos, seguían con los mismos modos y maneras que usaron para cargarse la convivencia. Y que si no hubiera habido un vuelco electoral el 22  de  mayo pasado, los modos y las maneras hubieran seguido siendo las mismas. Los  convulsos cuatro años  precedentes,  donde hubo de todo, las malas artes de estos últimos diez meses, desde  nuestro  advenimiento  al gobierno municipal,  pretenden que queden  disipados  y  asumidos como cosa no sucedida. Tal vez pretendan que la alcaldesa dicte un decreto que ordene borrar la memoria de los hechos para superar la conflictividad de sus consecuencias. Tal vez quisieran que tuviéramos, en su favor, la convicción de que el olvido del  pasado  asegura  la  paz  del  futuro  y  consolida  la  estabilidad  alcanzada.  Pero la paz actual se ha alcanzado,  no lo olvidemos, al menos yo no lo voy a olvidar, después de una larga lucha opositora que ha costado gran dolor al pueblo todo, y que a la que suscribe le costó cuatro años de tortura, de vejaciones, de insultos, de calumnias, de agresiones y de lo que no está escrito. Y le sigue costando, porque se han repartido los papeles de buenos y de malos. Los concejales son buenos,  los que se fueron son y hacen el papel de malos.
Voy a contarles algo. Un amigo y vecino, actualmente enfermo, me tiene en la memoria casi como único recuerdo reciente. Y me recuerda porque en la época dura me oía decir: sólo necesito que me animen. Y él me animaba cada vez que me veía, para darme fuerza, decía. El no se merece que una supuesta reconciliación política, pedida desde los que sólo sucumbieron por el dictado popular en las urnas, se construya basada en el olvido y en la impunidad que reclaman quienes han cometido la mayor de las ignominias, de las ofensas que se pueden inferir a un pueblo: separar a hermanos, a vecinos, a familias. Y no vale pedir perdón después de décadas de no  respetar  los  derechos  de  sus conciudadanos, de no respetar los derechos de las personas. 
Yo desde aquí reivindico que no es posible la caducidad de los hechos que laceraron al pueblo, que  el  olvido  de  ese  pasado es  imposible,  porque por encima de un perdón que se pide y que se debe dar, está la necesidad de la  búsqueda y recuerdo  de la verdad, de la memoria y de la justicia en un pueblo que ha decidido dar un vuelco a su modelo social y político decidiendo por mayoría que fueran otros quienes les gobernaran. Y lo reivindico porque el sólo cambio, no gestado por los agresores sino por los agredidos,  evidencia  que  el  paso  del  tiempo,  por  sí  mismo,  no extingue la memoria de los que han sufrido, menos aún en tiempos en los que la tecnología de las comunicaciones permite revivir el pasado como si formara parte de las noticias del día de hoy y que todo sigue tan vivo que todos nosotros tenemos familiares y amigos damnificados en el conflicto. Por eso el olvido es imposible y por eso no vale el yo no fui. Porque son los mismos, cachorros de camadas sucesivas que vivieron y se nutrieron del odio de sus mayores. Y así ha sido y así es. Por mucho que quieran disimularlo.

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