Una espada de Damocles pende sobre los municipios: la
reforma del régimen local con referencias a la reducción de
competencias de los municipios, la disminución de atribuciones en materia de
sanidad o educación, el reforzamiento del papel de las
diputaciones provinciales y Cabildos para la prestación de
servicios en municipios de menos de 20.000 habitantes, lo que sustituirá a las
Mancomunidades, todo ello, al parecer, con el propósito de evitar
duplicidades. Qué miedo. Leída detenidamente, la PROPUESTA resulta pobre en
planteamientos, en precisión y hasta en la presentación. Y eso
que es la versión 1.2, las anteriores cómo serían. Como dicen que ha
sido elaborada por un grupo de colaboración, si las versiones sucesivas no
mejoran siempre podremos acudir a un GRUPO DE EXPERTOS. Bromas aparte,
cualquier persona que esté metida de lleno en los problemas municipales, cuando
termina de leer la propuesta es difícil que haya encontrado remedio a
sus males. Las diputaciones fueron cuestionadas por el PP hace unos meses. Y
resulta que ahora son la panacea (no la odisea, como le gusta mal-decir a un “querido”
ex líder local) para resolver los problemas de los pequeños municipios, ¿Por qué
ese cambio diametral de opinión? ¿Tal vez por el poder acumulado que supone un
paisaje casi completamente azul del mapa nacional? No obstante, ni los Reales
Decretos ni el BOE resuelven (a la vista está) los problemas actuales y
acuciantes de este país. Pero la propuesta, que ya dejamos dicho que no
resuelve los viejos problemas de la Ley de Bases, no tiene en cuenta la garantía institucional de
la autonomía municipal, prevista en la constitución, como tampoco el
principio constitucional de descentralización en la gestión pública. Se
puede replantear la autonomía municipal en la Constitución, pero eso
tiene unos trámites, que pueden ser rápidos, como hace pocas fechas, en
que se modificó la Constitución en
cosa de semanas. Lo que no se puede es minar un modelo. Y menos pasar de
considerar a los ayuntamientos mayores de edad y darle cancha libre, con todas
las virtualidades y problemas, como se hizo antaño, a pasar a considerarlos
bebés de pecho y condenarlos a una tutela funcionarial, o vía Boletín
permanente. Mientras, y sin pararse a evaluar el estado de la cuestión, la
Reforma sigue manteniendo servicios obligatorios que los
ayuntamientos ni prestan realmente, ni pueden prestar; por ejemplo, el control
de alimentos y bebidas en todos los municipios y tratamiento de
residuos sólidos urbanos a partir de 5.000 habitantes. Por otro lado,
la inseguridad jurídica pende sobre los ayuntamientos, vía la posibilidad de
modificar el artículo 65 de la Ley de Bases, de forma que la Administración Estatal
pueda impugnar en vía jurisdiccional los acuerdos municipales en
materia económica y de otros emanados de los ayuntamientos. Especialmente grave
es, en estos momentos, las impugnaciones que el gobierno del estado ejerce
sobre las contrataciones municipales, abocando a las entidades públicas a
externalizar prácticamente todos los servicios. A esto se suma el que cuando un
municipio sea evaluado y no pueda mantener sus servicios obligatorios, podrá privatizarlos. No se aclara si se refiere a la forma de gestión o a
la titularidad. Si se trata de lo primero, con eso ya contábamos, porque
es lo que está aconteciendo en la realidad, por la prohibición de contratar. Si
se trata de lo segundo, que deje de ser un servicio público, entonces ya no
hablamos de servicios públicos obligatorios (mínimo común de bienestar
asegurado a la población con independencia de la ciudad en la que
viva), sino de servicios públicos que los prestará quien pueda y, en
caso contrario, lo hará la iniciativa privada, si le interesa, con lo cual
llegará a quien se los pueda, a su vez, costearlos.
Podría seguir, pero me puede la tristeza de quien ve
desaparecer, día tras día, y sin remedio, aquello por lo que tantos luchamos
tanto. Qué miedo.
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