Este es un homenaje a un hombre que me enseñó, hace unos días, a ver nuestro monte a través de su mirada.
Es un homenaje a todas esas personas, hombres y mujeres, que aman por encima de todo a la naturaleza. Que como ella, son espíritus libres, más cercanos a ella, porque la encuentran más asequible, más amable, más auténtica, que a los propios seres humanos, que no dejamos de decepcionarles profundamente. Por eso eligen la naturaleza.
Esa persona que el pasado domingo me enseñó sus conocimientos a pie de monte no se llama Koldo. Como por motivos que no vienen al caso no puedo darle las gracias con nombre y apellidos, voy a usar, para el agradecimiento, a mi amigo donostiarra Koldo, a quien recordé muchas veces el domingo.
Koldo fue mi compañero de pupitre en un master que hice por tierras de Valencia allá por el año 1988. Koldo era un espíritu puro entre los cuarenta profesores y profesoras que nos dimos cita en ese curso intensivo que duró el primer cuatrimestre del año.
Koldo era un maestro que vivía en un caserío de Guipúzcoa. Ademas de enseñar a sus alumnos, Koldo tenía sus vacas y sus tierras y las cultivaba.
Koldo, en Valencia, añoraba sus montes, su caserío. Como en aquella vieja película, Koldo afirmaba que la ciuad no era para él.
Koldo me enseñó en el mercado central de Valencia a distinguir las legumbres, las setas, determinadas verduras.
Koldo, nacionalista en su juventud, había desembocado en un movimiento pacifista perseguido por la ETA, ante la que Koldo se mantenía erguido, como los más valientes.
Era un espíritu tan puro que en él no cabía la maldad: un domingo tuvimos que rescatarlo de unos trileros en la plaza redonda de Valencia. Motivo: nunca había visto un trilero, no sabía que existían esos engaños.
Koldo tenía esa cualidad cada vez más extraña, que asemeja a algunas personas más a los espíritus puros que a las vulgares pasiones de los humanos. Asi, con esa cualidad, recuerdo a algunas personas, la mayor parte de ellas fallecidas, como por ejemplo, mi abuelo Vicente, por lo que esa magnífica cualidad de la bondad natural parece cada vez más propia del pasado.
Koldo sabía de casi todas las cosas que importan (la naturaleza, la vegetación, los animales, las estaciones, ...) más que cualquier otra persona. También sabía enseñar, con eso se ganaba la vida, pero, para él, ése era un conocimiento secundario. Con Koldo descubrí ciertos sabores (las setas, que en esa época yo no conocía, por ejemplo...) y con él rastreé el monte Igueldo, en una visita posterior que hice a San Sebastián. La curiosidad y el respeto por la naturaleza y por la vida eran su definición.
La última vez que ví a Koldo me hizo un regalo que aún conservo: un calendario, con doce fotos de doce aspectos distintos del cielo de Euskadi. Ahí descubrí cuál era la característica que hacía distinto a Koldo del resto de las personas vulgares como yo: Koldo tenía el cielo en sus ojos. Y curiosamente, el domingo me fijé en los ojos de mi guía por el monte, y comprobé que sus ojos eran exactamente iguales a los de Koldo.
Sirvan estas líneas de agradecimiento y de pequeño homenaje a ambos.
2 comentarios:
que cosas mas bonitas dices fidela de esa persona, me alegro que haya personas con esa mirada tan pura.
Sra Fidela, ¡bellísimo comentario a modo de recuerdo y a la vez de agradecimiento!.
Me encantan los espíritus puros, me identifico con ellos aunque reconozca que cada vez somos menos los que ostentamos esta categoría. ¡Qué lástima!. Pero uno se viste con el traje de una buena hechura. Lo mejor es que ese traje nos puede durar toda la vida.No necesitamos mucho gasto.Y sin embargo pesa tan poco y es tan adecuado que...
Gracias por esta entrada llena de agradecimiento,de frescura y de incentivo aunque no abunden los espíritus puros.
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