Muchas personas tenemos en gran
estima la tierra donde hemos nacido, de donde procedemos. Pero también queremos
aquellos sitios que nos han acogido, donde hemos crecido, donde hemos
trabajado, donde hemos elegido pareja, donde han nacido nuestros hijos. Los
afectos sinceros son ilimitados. Por eso son afectos, por eso son sinceros, por
eso no son excluyentes. Porque no hay una única patria en sentido estricto,
porque las patrias excluyentes son limitativas de nuestra capacidad de afecto,
de lucha por las igualdades, de sentirnos hermanos de nuestros hermanos de
raza, la raza humana. Y lo digo porque hay palabras y expresiones que, de tan
profusamente utilizadas a veces producen hastío. Por ejemplo la palabra
"patriotismo" y, en nuestro entorno chico, la palabra “ramblero”.
Ramblero es, y lo digo con orgullo, nuestro gentilicio. Tardaron algunos mucho
tiempo en aceptarlo, porque ese gentilicio nos iguala a todos, lejos de las
desviaciones que en épocas recientes llegaron a usarse, incluso como
insulto. Ahora parece que lo han
descubierto. Pero el tono en que lo emplean aquellos que antaño segregaban
sigue pareciendo un insulto. Esos mismos que ahora, en un salto mortal sin red,
en un cínico alarde de simplismo mental, afirman que quienes no opinamos como
ellos, quienes defendemos la legalidad y las obras bien hechas, atentamos
contra el auténtico patriotismo, somos antirrambleros. Generalizando, vienen a
decir que todos los que no estamos de acuerdo con ellos, que somos la mayoría
del pueblo ramblero, somos pura y simplemente antipatriotas, antirrambleros.
Todo aquél que no piense como AIS-CC-PP en materia ramblera es un antirramblero. ¿Está usted en contra
del papel desempeñado por los coalicioneros en la moción de censura y lo que se
desprendió de ella? ¿Está usted en contra de las desviaciones de poder, de los
enchufismos, de los actos opacos e ilegales realizados estos últimos meses?
Pues entonces usted es un antirramblero, por oponerse a tan insignes
personajes. ¿Critica usted acaso el aumento de los gastos en saraos y comilonas
o las acciones selectivas para un grupito reducido de personas, o que se beneficie a ciertas empresas o
colectivos en detrimento de otros? En tal caso, usted no ama a SJR, señor mío.
¿Usted es una persona normal y corriente, que tiene y forma su opinión en
función de lo que oye y ve y su propio raciocinio, y no tiene por qué compartir
todo lo que los gobernantes neófitos predican y practican, y además lo
manifiesta? Pues prepárese, porque le van a llover chuzos de punta. Esta distorsión
en el ámbito de las palabras ocurre también en el de las cosas.
Por ejemplo, en relación con el escudo.
Estamos asistiendo a la entronización fetichista de lo que no es más que un
símbolo de un colectivo y, por consiguiente, algo convencional. Nos representa
a todos, pero hubo un momento donde un elemento simplificado que no sustituyó
al escudo, faltaría más, sino intentó poner un atisbo, poco, de modernidad a
SJR se presentó como un ataque a la
profundidad de un ramblerismo recién aprendido, porque no fueron capaces, ni lo
han sido, de dar respuesta a la multiplicidad de interpretaciones del propio
escudo, que es más ofensivo aún. Se le rinde culto al escudo, mientras en un
momento dado se crucificó a su autor y a su familia. Estas ignorantes e
improductivas diatribas terminan suscitando una mezcla de asombro,
indiferencia, resquemor y hastío ante lo que debía de ser un elemento más que
acompaña a la imagen de SJR. Quizás esos mismos ciudadanos, considerados
antipatriotas por hacer uso de un elemento que es de común uso en todas las
instituciones en sus planes de modernización, conocen y valoran otras
modalidades de seguir construyendo su pueblo, aportando ideas sin tener que
hacer aspavientos con grandilocuencias y escudos. Muchos rambleros y rambleras,
de aquí o de fuera, de fuera llegados aquí o de aquí voluntaria o
involuntariamente extrañados, han dedicado parte de su vida por conseguir,
consciente o inconscientemente, que SJR sea un pueblo que ocupe el lugar que le
pertenece. Ser de fuera y haber elegido
SJR, ser de SJR y residir fuera por cualquier motivo, descender de rambleros o
cualquier otra circunstancia que resulte distinta no les convierte en peores
ciudadanos (aunque sí en antirrambleros, si determinados sectores del entorno
de nuestros regidores actuales siguen empeñados en que el ramblerismo sea sólo
de su propiedad exclusiva).
Ser ramblero significa, en primer
término, ser tolerante, como se demostró en épocas de represiones. Por eso
ahora significa ser amante de la libertad, de la convivencia pacífica, de la justicia
con todos y para todos. Por eso durante dieciocho meses los rambleros y
rambleras, en su mayoría, reconocieron su pueblo y se reconocieron en sus
convecinos. Hacer patria, hacer Rambla es hacer realizaciones para todos y
todas, participadas y acordadas entre todos y todas. Hacer patria, hacer Rambla
es distribuir la riqueza en beneficio de todos sin excepción e incrementar los
gastos sociales. Amar La Rambla es preferir integrar antes que excluir. Y ahí
si que cabe el símbolo y de ahí también que nuestra bandera sea blanca: como
todos los colores están reflejados en ella, también es de todos los seres
humanos, salvo de los talibanes del ramblerismo.
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