Permítanme hacer una reflexión
general, que tiene fiel correlato en los sitios donde la sinrazón, la
injusticia, la cortedad de miras y la falta de proyecto ha impedido el avance
durante mucho tiempo. Y comienzo con una cita de Nelson Mandela. Decía Mandela:
“He buscado el ideal de una sociedad libre y democrática, en la que todas las
personas vivan juntas en armonía e igualdad de oportunidades”. Esto lo afirmaba
cuando estaba a punto de ser condenado a una larga pena de prisión. Ese
ideal lo mantuvo firme en la cárcel
y lo convirtió en presidente una vez liberado. En abril de
1994, los negros sudafricanos pudieron
participar en elecciones por primera vez en la historia y llevaron a la
presidencia a Mandela, propiciando el nacimiento de la democracia en un país
donde la injusticia, la violencia y la persecución racial habían dominado
durante mucho tiempo. Mandela, líder de la lucha por la igualdad racial, a los
75 años de edad recibía sobre sus hombros la responsabilidad de llevar a la práctica sus ideas; «una nueva Sudáfrica
donde todos fueran iguales, donde todos trabajaran juntos para conseguir la
seguridad, la paz y la democracia de su país». Mandela no se planteaba una
nación negra, excluyente, como querían muchos de sus compañeros. Se planteaba
una nación diversa, con todos y para el bien de todos como en el siglo XIX
predicara en Cuba José Martí y en el resto del hemisferio sur americano
cualquiera de los libertadores.
El dirigente sudafricano de
dimensión mundial, asumida la
presidencia se dio a la tarea de cumplir sus propuestas
apoyado por la inmensa mayoría de su pueblo y para garantizar estos justos ideales afrontó quizás el más
arduo trabajo de su gobierno: convertir a su pueblo en un lugar donde se
respetaran los ideales de libertad,
igualdad y justicia social a los que aspiraba su nación. Eso convirtió a Sudáfrica en un ejemplo y en
una nación que superó las viejas heridas y se posicionó en el mundo.
Un ejemplo
a imitar.
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