Al Capone fue el dueño virtual de
la Ciudad de Chicago. Capone era famoso por todo lo relacionado con piratería,
extorsión, producción ilegal y contrabando de alcohol, prostitución y
asesinatos, tráfico de drogas y terrorismo. Capone tenía un abogado a quien
apodaban "Easy Eddie". Era el
abogado de Capone porque era un buen abogado, bien preparado y astuto. Sus habilidades
en el manejo de las leyes y manipulaciones legalistas procedimentales
mantuvieron a "Big Al" (el Gran Al) fuera de la cárcel mientras fue
su abogado. Para mostrar su aprecio, Capone le pagaba muy buen a Eddie. No sólo
con abultados cheques, sino que Eddie gozaba de comisiones y de beneficios
especiales también. Por ejemplo, él y su familia ocupaban una mansión cercada
con muralla en todo su perímetro, contaba con un tren de sirvientes de todo
tipo y tenía todas las comodidades más modernas a la época. Eddie vivía la gran
vida de la Mafia de Chicago y le prestaba poca o ninguna consideración a las
atrocidades que sucedían a su alrededor. Pero Eddie tenía un"talón de
Aquiles": un hijo al que amaba entrañablemente. Eddie estaba siempre muy
pendiente de que no le faltara nada a su joven hijo. Nada era suficientemente
bueno para el hijo de Eddie. El dinero no era obstáculo. Sin embargo, a pesar
de su relación con el crimen organizado, Eddie hizo esfuerzos en enseñarle a su
hijo la diferencia entre el bien y el mal, porque Eddie deseaba que su hijo
fuera mejor hombre que él. Desafortunadamente, con toda su fortuna e influencia,
había dos cosas que Eddie no le podía dar a su hijo: ni un buen nombre, ni un
buen ejemplo. Esta encrucijada hizo que Easy Eddie se enfrentara con una terrible
decisión, con el deseo de rectificar todo el mal que había hecho. Decidió que
cooperaría con las autoridades y diríar toda la verdad sobre la organización de
Al Capone, tratando de limpiar su nombre
manchado, para ofrecerle a su hijo un ejemplo propio de lo que significaba la
integridad. Easy Eddie fue testigo ante los Tribunales en contra de La Mafia, sabiendo
perfectamente el costo que ello conllevaría. Un año después, la vida de Easy
Eddie terminó con una ráfaga de disparos de ametralladoras en una solitaria
calle de Chicago. Pero ya le había dado a su hijo el regalo más grande que
podía ofrecer, por el que estaba dispuesto a pagar el más alto precio: su
propia vida a cambio de la dignidad. La Policía encontró en los bolsillos de
Eddie un rosario, un crucifijo, un medallón religioso (probablemente de La
Virgen María o de algún Santo) y un poema impreso tomado de una revista pegado
con un clip.
El poema decía así:
Al reloj de la vida se le da cuerda sólo una vez
Y a ningún hombre le está dado saber
cuando las manillas habrán de detenerse en cualquier
temprana o dilatada hora.
El ahora es el único tiempo que te pertenece.
Vive, ama, lucha con un propósito.
No confíes tu fe al tiempo pues el reloj puede pronto
detenerse
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