A raíz de la venganza que se
produjo cuando recientemente se le negó a una asociación permiso para hacer un
acto benéfico en una plaza “y en cualquier otro espacio público del municipio”
y a raíz del uso espúreo que se está dando a los servicios sociales y, hoy
mismo, con la obra del colegio, a los niños y a los centros escolares, hoy me
ha dado por reflexionar sobre la ética en la política y la necesidad de no
traspasar los límites. Que traspasen los límites no nos sorprende, porque ya
estamos acostumbrados a que, el actual grupo de gobierno, Mesa y CC, CC y Mesa,
tanto monta, monta tanto, traspasen continuamente los límites éticos y morales,
tan necesarios en todas las actividades de la vida, pero imprescindibles en la
acción política, dado su carácter público y nuestra condición de representantes
de un pueblo que no nos ha elegido para eso. Cada vez que embisten y arremeten
contra nosotros, como representantes de un partido que obtuvo la mayoría en las elecciones de 2011, traspasan los
límites de la política, instalándose en un partidismo zafio y ramplón, lo menos
parecido a la Política, y lo más parecido al lumpen y al hampa. Agreden,
insultan, calumnian, difaman y tergiversan la realidad cuando la realidad,
tozuda, no se conduce como quisieran. Traspasan los límites éticos y morales
cuando justifican execrables panfletos. Traspasan los límites éticos y morales
cuando incluso hacen una celebración el día de autos. Traspasan los límites
éticos y morales cuando son capaces de usar a familiares que nada tienen que
ver con la política, incluso difuntos, para sacarle rédito partidario. Traspasan
los límites éticos y morales cuando piden públicamente el mal para los
adversarios políticos y justifican las agresiones de las que aparentan ser
inductores. Traspasan los límites éticos
y morales cuando usan asuntos que debían permanecer al margen del partidismo.
La política, como cualquier
actividad humana, está sujeta a límites éticos. Si no se respetan, se pueden
producir graves consecuencias. No siempre quien los rebasa merece acción penal,
porque unos actos, los punibles, procuran que sean de “origen desconocido” y
los otros les sirven para hacerlos y luego justificarlos como cosa política,
cuando en realidad nada más alejado de esa noble dedicación. No obstante,
tantos y tan burdos son, que ya esos actos están siendo juzgados socialmente
con gran dureza, con un gran reproche social, con una enorme desafección y con el desprestigio de la cosa
pública, tanto, que ya afecta al resto de políticos sanos e incluso a la
institución. Y espero que no sea así para todos y que la gente sepa diferenciar
quien va a la política a servir y quien para servirse. Espero que la sociedad ramblera
le termine pasando factura a la indecencia. Ya que los actos punibles son anónimos
aún (poco esfuerzo se han dado por desentrañarlos) y no van a ir a la cárcel, espero
que simplemente paguen con el desprecio social. El uso privado de los coches
oficiales o del os medios del ayuntamiento, por poner un ejemplo, difícilmente
sería tipificable como un delito, pero el conocimiento social debe originar
reproche social y desprestigio. Y casos como ese tenemos muchos dentro del
actual grupo de gobierno. Por ejemplo, colocar a un familiar en un puesto público bien retribuido, no es un
delito. Siempre se podrá decir que el familiar era el mejor preparado de todos
los aspirantes a ese puesto. Pero cuando la gente se entera, la reacción suele
ser que el colocador y el colocado terminan siendo tachados de frescos y
aprovechados. Y casos como este hay varios dentro de los actuales gobernantes
A veces, sin embargo, es difícil
definir los límites de la ética. Deslindar el ámbito de lo que está bien y de
lo que no está bien, requiere casi siempre un análisis de las circunstancias
que concurren en cada caso concreto. Por ejemplo, el asunto del concejal de
policía, haciendo que parezca la disminución de los efectivos policiales como
una consecuencia de la sanción por la conducta que tuvo el día que se le
ocurrió que podían ser un Fangio local, ha rebasado los límites. Su
comportamiento en la calle, haciendo derrapes y trompos, lo que repitió el día
de la carrera, incluso conduciendo peligrosamente en contra del tráfico, no corresponde a lo exigible a un concejal y
menos a un responsable de policía. Es muy posible que D. Juan tuviese un mal
momento. A cualquiera nos puede pasar. Pero, de todas formas, creo que CC ha
perdido la oportunidad de dar la cara y dar explicaciones y que, a falta de
ellas, hay que exigirle que renuncie a su acta de concejal, o al menos a su
responsabilidad de concejal de policía, porque el zorro no puede guardar las
ovejas. Un político que se precie no puede permitirse perder la cabeza, ni
siquiera por un instante.
Ha llegado el momento de pagar la
factura. Y cada día más, aunque falta menos, se hace más largo el tiempo que
falta para las elecciones. Asi nos lo manifiestan los vecinos y así lo
percibimos en la calle. Porque traspasar los límites éticos y morales debe
tener su castigo. Y el castigo ha de ser, tiene que ser, el resultado que
arrojen las urnas en mayo. Ya falta menos.

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