La creación y la libertad son una
misma cosa. No puede ser de otra forma. El creador es un espíritu libre, y
prolifera, crece y parece reproducirse como una eclosión allí donde la libertad
anida. No es raro que haya sido en París donde ha ocurrido el brutal asesinato
que ha conmocionado al mundo. París siempre ha sido lugar de encuentro de
creadores, precisamente porque allí encuentran los creadores un lugar de
libertad. Pocos lugares como París gozan permanentemente de poder ser definidos
como un lugar para la libertad creadora. Yo no he estado en París, posiblemente
porque mi trabajo me llevó siempre a sitios donde podía comunicarme en inglés,
y hablar inglés en París seguramente es el mayor pecado del mundo. Pero hay
momentos en que otros lugares también constituyen la meca de la creación libre.
El Madrid de la movida, Berlín… por mencionar dos sitios que transité durante
la época de la creatividad libre. Estuve
en Berlín poco después de la caída del muro, y volví después en dos ocasiones,
siempre por motivos de trabajo. Pude recorrer Berlín, de la mano de mi amiga Kristine
Keitel, rectora de la Universidad Libre de Berlín (sí, así se llama su
universidad) en el primer viaje. Un símbolo el pelo rojo de Kristine, que
caracterizaba su actividad, su activismo, su defensa del feminismo, del a
libertad y de la educación como medio para lograr todo ello. Berlín siempre se
me antojó un paraíso para la creatividad más libre. Artistas de todo pelaje y todas
las nacionalidades intercambiaban creatividad sorprendente y poco usual. Me
llamó la atención que, cerrados los bares tempranamente, sólo se podía tomar
algo en los cafés-librerías, donde se intercambiaban ideas, proyectos, e
incluso podía oírse hablar en castellano. Oranienburgerstrasse, con sus numerosas salas de arte, donde nuestro Alexander
Humboldt leía con fruición en su apartamento repleto de libros, y donde se
encuentra la academia donde vivió y que da nombre a otra universidad berlinesa,
la Humboldt; la Oranienburgerstrasse se
encuentra entre Auguststrasse, con múltiples galerías también y la emblemática
Friedrichstrasse, donde se encuentra la casa de Bertolt Brecht (Brecht-Haus).
He ido a Berlín en varias
estaciones del año. En todas ellas la cultura se nota en el ambiente como una
brisa fragante. Así olía el Madrid de la movida, el del viejo profesor, cuando
éramos osados y felices. En ambos sitios, hay lugares bucólicos, con parques
que parecen bosques, frondosos, repletos de vida… “Berlín no es Alemania”,
dicen los berlineses a propósito de una ciudad que conoce el valor de la
libertad, no en balde estuvo cruentamente dividida durante 28 años. Por eso la
libertad es una bandera que concita a creadores que la siguen izando en sus
obras a golpe de ilusión, creadores de todos los pelajes imaginables, activos,imparables,
dinámicos, vibrantes, enriquecedores….Al igual que en el Madrid de la movida, esa
energía parece palparse y se contagia, como una corriente, por toda la ciudad. En
las cafeterías, donde lo típico es tomar Kaffe und Kuchen (pastel alemán)
mientras se lee o se charla, en esa media voz tan alemana, casi un susurro, los
libros nos asaltan por doquier, y en algunas da el sol y huele a jardín.
También es libertad decidir si son cafeterías con libros o librerías que sirven
café. En realidad, como en la libertad de las elecciones, son ambas cosas. La literatura y las artes son una suerte de
poder inmaterial, de libertad frente a los otros poderes. Un poder con el que
conviví en la escuela de arte también, y que se refleja en la forma de enfocar
la vida que no en el trabajo, porque los artistas son altamente disciplinados
en la creación. Los artistas son
permisivos, tolerantes y flexibles, conviven bien y crean mejor cuando su
entorno es como una Torre de Babel, porque les estimula las enriquecedoras
mixturas del mestizaje, que permite el conocimiento de los secretos y matices
de expresión de cada cultura, aparentemente tan distintas, pero casadas por la creación
y el arte. Porque la libertad creadora les permite abrir sus puertas a nuevos
sistemas solares y meterse de lleno a aprender del otro en uno de los pocos
lenguajes universales existentes: el arte. El arte es como una bola de cristal
donde la vida es diferente, donde el odio y la maldad no tienen cabida, donde nadie dice
¡no lo hagas! Y eso ocurre en ciertos
lugares, ciudades de mil prismas, con sus innovadoras formas de entender la
cultura, sorprendentes, experimentales, curiosas, audaces, intelectualmente
fuertes, donde se pueden hacer proyectos que no se podrían hacer en ningún otro
lugar. En esa creatividad me llamó mucho la atención eso tan berlinés como es
la reconversión de edificios, fábricas incluso, en lugares para habitar. La
rehabilitación de viejos edificios y fábricas para darles un uso habitacional, cultural
o bien gastronómico u hostelero me pareció una definición del espíritu de quien
valora la propio, es austero y sustenta en el patrimonio nuevas formas de
progreso. Alli, de la mano del marido de Kristine aprendí el concepto de arqueología
industrial, al que se dedicaba con fruición, pintando e inmortalizando cualquier
fábrica alemana o francesa, dado que su atelier lo tenía en París. Y París me
lleva a lo que motivó esta entrada: una masacre como la que hoy lloramos en
todo el mundo civilizado, sólo podría haberse producido en un lugar como París
o como Berlín, o como el Madrid de la movida…. Porque, como dice la frase de
Bertolt Brehcht, con la guerra aumentan las propiedades de los hacendados, aumenta
la miseria de los miserables, aumentan los discursos del general, y crece el
silencio de los hombres. Por eso los poderes fácticos prefieren la guerra y
odian los lugares de libertad, como París, Berlín o las escuelas de arte. Y por
eso los creadores siempre son los creadores de la paz y de la libertad y
transitan esas burbujas de cristal. Va por ellos, hoy, que todos somos Charlie
Hebdo.


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