viernes, 9 de enero de 2015

CHARLIE HEBDO O LA LIBERTAD DE CREAR


La creación y la libertad son una misma cosa. No puede ser de otra forma. El creador es un espíritu libre, y prolifera, crece y parece reproducirse como una eclosión allí donde la libertad anida. No es raro que haya sido en París donde ha ocurrido el brutal asesinato que ha conmocionado al mundo. París siempre ha sido lugar de encuentro de creadores, precisamente porque allí encuentran los creadores un lugar de libertad. Pocos lugares como París gozan permanentemente de poder ser definidos como un lugar para la libertad creadora. Yo no he estado en París, posiblemente porque mi trabajo me llevó siempre a sitios donde podía comunicarme en inglés, y hablar inglés en París seguramente es el mayor pecado del mundo. Pero hay momentos en que otros lugares también constituyen la meca de la creación libre. El Madrid de la movida, Berlín… por mencionar dos sitios que transité durante la época de la creatividad libre.  Estuve en Berlín poco después de la caída del muro, y volví después en dos ocasiones, siempre por motivos de trabajo. Pude recorrer Berlín, de la mano de mi amiga Kristine Keitel, rectora de la Universidad Libre de Berlín (sí, así se llama su universidad) en el primer viaje. Un símbolo el pelo rojo de Kristine, que caracterizaba su actividad, su activismo, su defensa del feminismo, del a libertad y de la educación como medio para lograr todo ello. Berlín siempre se me antojó un paraíso para la creatividad más libre. Artistas de todo pelaje y todas las nacionalidades intercambiaban creatividad sorprendente y poco usual. Me llamó la atención que, cerrados los bares tempranamente, sólo se podía tomar algo en los cafés-librerías, donde se intercambiaban ideas, proyectos, e incluso podía oírse hablar en castellano. Oranienburgerstrasse, con sus  numerosas salas de arte, donde nuestro Alexander Humboldt leía con fruición en su apartamento repleto de libros, y donde se encuentra la academia donde vivió y que da nombre a otra universidad berlinesa, la Humboldt; la  Oranienburgerstrasse se encuentra entre Auguststrasse, con múltiples galerías también y la emblemática Friedrichstrasse, donde se encuentra la casa de Bertolt Brecht (Brecht-Haus).

He ido a Berlín en varias estaciones del año. En todas ellas la cultura se nota en el ambiente como una brisa fragante. Así olía el Madrid de la movida, el del viejo profesor, cuando éramos osados y felices. En ambos sitios, hay lugares bucólicos, con parques que parecen bosques, frondosos, repletos de vida… “Berlín no es Alemania”, dicen los berlineses a propósito de una ciudad que conoce el valor de la libertad, no en balde estuvo cruentamente dividida durante 28 años. Por eso la libertad es una bandera que concita a creadores que la siguen izando en sus obras a golpe de ilusión, creadores de todos los pelajes imaginables, activos,imparables, dinámicos, vibrantes, enriquecedores….Al igual que en el Madrid de la movida, esa energía parece palparse y se contagia, como una corriente, por toda la ciudad. En las cafeterías, donde lo típico es tomar Kaffe und Kuchen (pastel alemán) mientras se lee o se charla, en esa media voz tan alemana, casi un susurro, los libros nos asaltan por doquier, y en algunas da el sol y huele a jardín. También es libertad decidir si son cafeterías con libros o librerías que sirven café. En realidad, como en la libertad de las elecciones, son ambas cosas.  La literatura y las artes son una suerte de poder inmaterial, de libertad frente a los otros poderes. Un poder con el que conviví en la escuela de arte también, y que se refleja en la forma de enfocar la vida que no en el trabajo, porque los artistas son altamente disciplinados en la creación.  Los artistas son permisivos, tolerantes y flexibles, conviven bien y crean mejor cuando su entorno es como una Torre de Babel, porque les estimula las enriquecedoras mixturas del mestizaje, que permite el conocimiento de los secretos y matices de expresión de cada cultura, aparentemente tan distintas, pero casadas por la creación y el arte. Porque la libertad creadora les permite abrir sus puertas a nuevos sistemas solares y meterse de lleno a aprender del otro en uno de los pocos lenguajes universales existentes: el arte. El arte es como una bola de cristal donde la vida es diferente, donde el odio y  la maldad no tienen cabida, donde nadie dice ¡no lo hagas!  Y eso ocurre en ciertos lugares, ciudades de mil prismas, con sus innovadoras formas de entender la cultura, sorprendentes, experimentales, curiosas, audaces, intelectualmente fuertes, donde se pueden hacer proyectos que no se podrían hacer en ningún otro lugar. En esa creatividad me llamó mucho la atención eso tan berlinés como es la reconversión de edificios, fábricas incluso, en lugares para habitar. La rehabilitación de viejos edificios y fábricas para darles un uso habitacional, cultural o bien gastronómico u hostelero me pareció una definición del espíritu de quien valora la propio, es austero y sustenta en el patrimonio nuevas formas de progreso. Alli, de la mano del marido de Kristine aprendí el concepto de arqueología industrial, al que se dedicaba con fruición, pintando e inmortalizando cualquier fábrica alemana o francesa, dado que su atelier lo tenía en París. Y París me lleva a lo que motivó esta entrada: una masacre como la que hoy lloramos en todo el mundo civilizado, sólo podría haberse producido en un lugar como París o como Berlín, o como el Madrid de la movida…. Porque, como dice la frase de Bertolt Brehcht, con la guerra aumentan las propiedades de los hacendados, aumenta la miseria de los miserables, aumentan los discursos del general, y crece el silencio de los hombres. Por eso los poderes fácticos prefieren la guerra y odian los lugares de libertad, como París, Berlín o las escuelas de arte. Y por eso los creadores siempre son los creadores de la paz y de la libertad y transitan esas burbujas de cristal. Va por ellos, hoy, que todos somos Charlie Hebdo. 

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