martes, 6 de enero de 2015

AQUELLOS REYES DE ANTAÑO Y NUESTROS MAYORES




Mi recuerdo va hoy para todas esas personas mayores que han logrado, primero convertir, y luego mantener, el día de Reyes como un día de brillo en los ojos y de emoción en el corazón. Esas personas que jamás escribieron una carta a los Reyes, porque cuando nacieron no existía la magia, sino una realidad demasiado prosaica, en períodos muy duros, de guerra o de posguerra. En SJR los camellos llegaban exhaustos, o resbalaban por los caminos llenos de barro, y no había cabalgatas, ni en camello, ni en calesas, ni en coches o carrozas engalanados. Había que tener muchísima imaginación y mucha fe. Eran tiempos de verdadera crisis, pero aun así esperaban este día con la misma ilusión que los niños de hoy. En aquellos tiempos difíciles la necesidad afinaba el ingenio, y los regalos y juguetes eran los más más bonitos y especiales que las condiciones familiares permitían. Podía ser alguna comida especial, como naranjas, almendras o, todo un lujo, una jícara de chocolate, forrados con papeles de colores; si se conseguía algo de dinero, una perrilla de caramelos o galletas. Algunos más afortunados recibían, incluso, algún juguete: las niñas, una muñeca de trapo o de cartón, o de algún elemento proveniente de la propia cosecha, como los carozos de millo una vez desgranados y convenientemente vestidos por las manos habilidosas de las madres o las tías; los niños, unos los más afortunados, algún caballo de cartón o una pelota de goma, un camión de madera un trompo, o unos boliches, preferiblemente de barro (los de cristal llegarían después), o algún vehículo de  latas de sardinas y verguilla o unos tirachinas aprovechando algunas ramas, hechos a escondidas por padres o abuelos. Un lujo era también las maletas escolares de madera, que procedían del envase original del azafrán "Carmencita" una vez vendido su contenido, preciado y pesado objeto escolar con el que muchos de nuestros mayores más afortunados acudían a la escuela. Es inevitable el recuerdo de las ventas del pueblo, que combinaban su mercancía habitual con pequeños juguetes colgando del techo: tambores, caballos de cartón, coches y camiones, pelotas, muñecas de cartón, cocinitas, …. de todo un poco; todo apilado, sin espacio para escaparates. Así era la venta de mi tía Flora, en La Guancha, cuando le hacíamos la visita obligada de navidad. La tía Flora siempre tenía un pequeño regalo para nosotras, sus sobrinas. Pero lo que hacía especialmente inolvidable las fechas eran los colores, los olores, los sonidos…. Entrar en la tienda era una fiesta para los sentidos, pero había que ser realista: todo aquello era inalcanzable. Ni reyes, ni nada... No había dinero para esos lujos. Y nuestros mayores lo sabían y extremaban el ingenio para que los niños de la casa no se quedaran sin regalo de reyes. El mejor de los regalos de hoy es tener al lado a quienes en las épocas duras mantuvieron la ilusión y hoy la siguen manteniendo, pese a la edad y que nos contaminen de ella. ¡¡¡Gracias!!!!

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