miércoles, 7 de enero de 2015

EL MEJOR REGALO DE REYES O ¡¡¡GRACIAS PAPÁ!!!!


La niña sí tuvo regalos de reyes. No muchos, sino los justos. Una muda de ropa completa, una muñeca y algún otro juguete de entretenimiento, un libro y cosas para la escuela. Esto último era siempre una petición personal de la niña, quizá la única, porque gustaba y disfrutaba hasta extremos insospechados  de la lectura, y envidiaba sanamente a su amiga Teresita porque los Reyes le dejaban un cargamento de material escolar que suponía la maleta llena de objetos preciados para la reincorporación a la escuela el día 8. Teresita era hija del co-director y propietario del colegio, y la niña era hija de un ventero que hacía no mucho tiempo era agricultor, y que aún ejercía de tal. El padre, además, el día de Reyes, solía añadir un regalo grande y útil. Ahí el padre era un experto, y acertaba. El primer dormitorio, un pupitre (compartido para los tres hermanos) o el primer reloj. Cuando el padre compraba útil, acertaba siempre. No estaba hecho ni había aprendido para comprar objetos de detalle. La niña no se daba cuenta que el principal regalo de Reyes de su padre no se desenvolvía el día 6, ni era algo que envidiaran sus amigas. El padre le regaló, sin saberlo, a la niña, el regalo más preciado cada día de Reyes. Le regaló la diligencia y el sentido de la prioridad y la economía del tiempo. También la optimización del patrimonio.

Tal día como hoy, el día después de Reyes, ya el padre había dispuesto y diseñado, desde el día anterior, la siembra de las papas de tardío. El padre, que era guanchero, sabía que esas papas, las de tardío, se sembraban en la primera luna de enero. El día de la Virgen del a Esperanza, el 18 de enero, debían de estar sembradas. Y por eso aprovechaba, si se podía, el día siguiente a los Reyes o, a más tardar, el siguiente domingo. Esto tenía un sentido: ninguno de los dos días había clase. Se suponía que el día 7 de enero no había clase para que los niños disfrutaran con los regalos de Reyes.  Así era para las amigas de la niña, que vivió desconsolada durante su infancia y juventud el hecho de que, mientras sus amigas disfrutaban, ella tenía que trabajar sembrando papas. En aquella época,  era un desconsuelo. Hoy en día se siente una niña privilegiada, porque a los regalos (no muchos, sino los justos) del día de Reyes su padre añadía, sin saberlo, un montón de regalos de “el día después”: la diligencia, el sentido de la prioridad, la economía del tiempo y la optimización del patrimonio. Un regalo inmaterial que permanece toda la vida. Y ese regalo sí que era un regalo para el que el padre estaba hecho y para el que había aprendido del abuelo José. ¡¡¡Gracias, papá!!!

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