Se marcha Javier Fernández, el presidente de la gestora. Es uno de los damnificados del vendaval de insultos públicos que han sido lanzados a lo largo de los últimos largos y terribles meses. Javier es un socialista de pro, que ha ocupado honorable y discretamente uno de los puestos más difíciles previstos por nuestros Estatutos: ser presidente de una gestora. Javier, aparte de ser un socialista de pro, dicen quienes lo conocen que es un hombre bueno, como decía el poeta, en el buen sentido de la palabra bueno. Y se va. Seguramente harto de lo que ha pasado y sigue pasando. Es una gran pérdida para el partido. El seguramente ganará. No pedirle que se quede, además, es de una organización desagradecida, poco cariñosa y, lo que es peor, poco inteligente.
Javier es asturiano, como también lo es Alvarez Areces, nuestro portavoz en el Senado. Sobre Alvarez Areces tengo una historia reciente que no me resisto a contar. En el fragor de la borrachera de éxito, una compañera de los equipos de Pedro Sánchez pone un enlace donde se contaba la supuesta dimisión de nuestro portavoz en el Senado. A lo largo del hilo, se cuestionaba la permanencia como senador y se decía que se fuera directamente al paro. Reconozco que me sublevé. Alvarez Areces es una persona muy formada, procedente de la izquierda (vino al PSOE tras militar en el PCE en la clandestinidad durante la dictadura) y tiene un acta que representa a la única institución con voto personal y directo: el Senado. Es un activo de nuestro gran capital humano. Es ingeniero industrial y fue profesor de la Escuela de Ingenieros Industriales. Posteriormente, se licenció y doctoró en Matemáticas, y obtuvo la cátedra de Estadística de la Universidad de Asturias. Decir alegremente q se vaya al paro es una gran ofensa. Además, la totalidad de la argumentación demuestra una gran ignorancia. Por ello, Pedro Sánchez tiene el reto de recuperar para el PSOE ese magnífico capital humano que forma parte intrínseca y ha sido siempre el orgullo de nuestra organización. Hacerlo es reconstruir una organización inteligente, como siempre lo fue. No hacerlo es comenzar la deriva hacia una organización necia, y, por lo tanto, débil. En sus manos está la elección.
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