Caminar los espacios urbanos es
una práctica que invita a mirar viendo. No siempre se camina viendo más allá de
la mirada furtiva, la mirada sin ver. Viendo en el camino motivado por las
cosas que invita la mirada. Caminar por los pueblos es como un recorrido aventurero
que va abriendo trayectos inexplorados, pero también trayectos que, al mirarse
de otra forma, se vuelven a descubrir. Resulta instructivo recorrer las calles,
caminos y callejuelas, de asfalto o de cemento e, incluso, noblemente
adoquinadas, explorando nuevas maneras
de ver nuestra realidad cotidiana. De esta manera, la vida es un espectáculo de
cosas nuevas, por eso cada trozo de nuestros pueblos dan de sí tanto como puede
abarcar la mirada, larga o escudriñadora. Esa agradable actividad, de caminar
viendo, nos permite imaginar espacios que previamente pasaron desapercibidos
por la mirada y que abren un mundo de posibilidades para nuestro entorno. ¿Y
qué mejor que recuperar, con la mirada que ve, aquellas primeras salas de proyección cinematográfica,
espacios de entretenimiento que gustamos de frecuentar los que tenemos cierta
edad?
Durante mi niñez, fui mucho más
por cercanía geográfica, al antiguo cine Dorta, en La Asomada, en La Guancha, que
la cine Aurora, en San Juan. Al cine Dorta se accedía desde el Lomo de La Guancha,
en cuya parte este vivía, a través de las feraces tierras del Tablero,
atravesando el común espacio del Barranco de La Guancha (de La Cantera en su
parte norte) y llegando al repechito de La Asomada. Eran días especiales, domingos y festivos, en
los que salíamos de la cotidianidad para ver películas maravillosas que nos
ponía bajo los ojos el mundo entero, con sus paisajes y sus pasiones. Alrededor
del hecho de ir al cine se desarrollaba la vida de los domingos. El cine era el
espacio principal de interacción social y entretenimiento, todo empaquetado en
un sólo lugar, complementado con la plaza y el paseo cercano. Durante gran
parte del siglo XX personas de todas las edades sintieron la misma agradable
sensación ante el preámbulo del espectáculo visual que estaba a punto de
comenzar, durante la proyección y todo el ritual añadido (“visite nuestro bar”,
en los descansos) y también después, en la conversación que destripaba con
mejor o peor fortuna la película. Hemos sido, sin casi saberlo, parte
importante de la cultura visual de nuestra época. Los programas de mano fueron
testigos de un arte semanal magnífico, hoy ansiados por coleccionistas. Y los
tuvimos en nuestras manos, los sobamos e incluso los descartamos con una
facilidad hoy incomprensible. Artistas conocidos o no tantos fueron los autores
de aquellos programas de mano. Pero
también su construcción. El cine Aurora tuvo como arquitecto a un grande de la
arquitectura del cine y del urbanismo: Marrero Regalado, una de cuyas obras
está en nuestro municipio. El cine Aurora refleja su autoría en esa nobleza que
aún conserva, pese a ser hoy en día garaje de coches. Con un poco de pintura
pudimos restablecer hace poco su nobleza para regalarnos, junto al resto de
rambleros y rambleras, sendos espectáculos de teatro. Ambos, Dorta y Aurora, hablan
de las ansias de re-configuración de espacios a través del auge de los
proyectos de modernización y civilidad de la época. La factura arquitectónica
de ambos será motivo de otra entrada en alguna otra ocasión, sobre todo ahora
que el cine Aurora ha sido recuperado en nuestros archivos por el excelente
equipo profesional que trabaja en ellos actualmente.
Como en mi entrada anterior puse
como ejemplo de cultura en tiempos de crisis la asistencia al cine, sirva esta
entrada para reivindicar la memoria de los que, como mi abuelo, pusieron en
estos espacios de cultura colectiva las esperanzas de la cultura universal, y
de quienes, con más amor por la cultura que rentabilidad, construyeron bellos
edificios como el cine Aurora que sirvieron para instruir y distraer a
generaciones de personas que vivieron tiempos difíciles, más que los actuales.
Para todos ellos, y los que
seguimos amando el cine, como Julio, que es capaz de reconocer una película antigua
con las primeras notas de su tema instrumental (se ayudó a los estudios siempre
trabajando desde la cabina de proyección: era el que recibía los silbidos
cuando algo fallaba), y para todos los que nos ayudaron a reencontrarnos con la
magia de las imágenes en movimiento durante el Menudo Cine IV, esta milonga
melancólica que habla de la suerte de los viejos cines:
Viejo cine de barrio
Recordado cine vecinal
sueños, fantasías e ilusiones,
películas de fibra pasional,
dibujos, terror y emociones.
Calefacción central en verano
y tremendo frío invernal,
diversión de pueblo urbano,
puntual función semanal.
(Estribillo)
Cine de tiempo pasado
hoy mudo estacionamiento,
o tal vez supermercado
¡adiós barrial esparcimiento!
Algarabía con Carlos Chaplin,
aventuras con el Llanero,
cine porteño con Discepolín
y el pregón del caramelero.
Populares bizcochos sabrosos
traídos en ruidoso envoltorio
compartidos con hijos y esposos
comidos con apetito notorio.
Cómplice oscuridad buscada
por precoces jóvenes fogosos,
ignoran cinta proyectada
con secretos juegos amorosos.
Porteros de tenaz sondeo
con luces impertinentes
intentan aplacar zapateo
por cortes muy frecuentes.
Lunes de taquilla popular
preferidos por los mayores,
tardío retorno al hogar
recuerdan aquellos actores.
Adiós viejo cine, buzón y tranvía,
trémulo farol de luz mortecina,
boliche, zaguán y peluquería,
doliente agonía del alma de esquina.
2 comentarios:
¡Qué tiempos aquellos! yo también los viví y he revivido, con su reconstrucción, momentos felices, más si cabe gracias al cine. Gracias por recordar....
Me gustan estas historias. Muchos las desconocemos.
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