Vayan estas
líneas para reivindicar el quehacer político. Pero hablo del quehacer político
con mayúsculas, aquel que resulta de la herencia, primero, de las instituciones
atenienses, donde se acuña el término democracia y, más cercanos, de aquellos
ayuntamientos democráticos cuyo segundo centenario celebramos en 2012 y que
tuvo como antecedente previo la constitución temprana en Santa Cruz de La
Palma, primero en el país. Hablo de la consideración, a modo y manera de los
ejemplos, de instituciones que permiten el funcionamiento de una sociedad
democrática que busca la libertad, la justicia y la igualdad. Ahí es donde creo
que la política alcanza la nobleza que esperan de nosotros los ciudadanos.
Gobernantes preparados, cercanos y compasivos, esto último en el sentido de
entender como propio y compartir los problemas de sus conciudadanos. En sí, ni
la política ni el poder son buenos o malos; sólo adquieren sentido por la
decisión de quienes la practican. Max Weber distinguió la ética de la
convicción de la ética de la responsabilidad. La ética de la convicción, de las
ideas, es lo que se denomina Política con mayúsculas, pero la ética de la
responsabilidad promueve la necesidad de alcanzar acuerdos de gobernabilidad
para hacer posible la estabilidad. Por eso la Política con mayúsculas se
cristaliza, sobre todo en las instituciones más cercanas, mediante la
negociación cotidiana, que hacen posible garantizar mejoras para la ciudadanía
mediante acuerdos que trasciendan las siglas. Y esto es bueno y deseable.
Lo que no es
bueno y deseable es la otra política con minúsculas, donde la política se
degrada. Esta forma deleznable que algunos identifican con la única forma de
hacer política, seguramente porque no saben hacerlo de otra manera, se refiere a
la actividad cotidiana de individuos, partidos o grupos de interés para ganar
poder, preservarlo o incrementarlo, al igual que a las maniobras para influir
en la toma de decisiones o frenarlas. Hay muchas expresiones similares, dentro
del campo de lo despectivo, con que los ciudadanos, sabios, califican a los que
se ocupan de esa política con minúsculas: politiquería, maquiavelismo, politicastro,
intrigante y otras muchas que se asocian a deslealtad, deshonestidad o
traición. Ya suficientemente malo es lo que describo, pero si lo mezclamos con
la falta de formas propias de una institución, con la mala educación, con el
comportamiento de matonismo de taberna, entonces ya la cosa se hace insufrible.
Esa es la política mala, la que rechazan los vecinos, y ese es el terreno tabú
para quienes podemos presumir de pertenecer a un pueblo noble, donde la
educación y la corrección se mama desde pequeños y en la familia. Cuando
alguien pregunta que cómo se puede llegar a esto, la respuesta está a la vista
de todos, y ni siquiera hace falta decirla. Es producto de actitudes basadas
exclusivamente en el mantenimiento de prebendas para sí mismos o sus allegados
lo que potencia el conflicto que, por qué no decirlo, va indisolublemente
ligado a la corrupción. Esto produce una ausencia de proyecto y un panorama negro
paras quienes deseamos, ansiamos, desde hace décadas, el progreso de este
municipio, no digo más, pero sí al menos al nivel de los municipios
circundantes.
Lo malo es que las personas que
actúan de forma tan deleznable no han leído, ni se espera que lo hagan, a
Weber. Lo malo es que estas actitudes contribuyen al desprestigio de la política, desprestigio
que ellos enuncian como si fuera arte y parte de otros y no de sí mismos,
identificando la política con su deforme percepción de la noble actividad y la
acción, consecuentemente viciada. Cuando los propios gobernantes se dedican,
desde su sillón, a criticar, e incluso ofender, a las personas, renuncian al gran legado del
que somos depositarios y que tanta sangre ha costado. La política, con
mayúsculas, o con minúsculas en el buen sentido, esto es, en el sentido de las
transacciones y los acuerdos ha de ser explicados
por los gobernantes, con argumentos convincentes, a fin de que sean consensuados
y aceptados. Cuanto más unánimes sean las decisiones, tanto populares como
institucionales, mejor se recorre el camino de la Política con mayúsculas y
mejor se sirve al pueblo. . De lo
contrario, la credibilidad se pierde y recuperarla no es tarea de un día. Esto
ha ocurrido en los últimos tiempos, con un gobierno municipal desnortado y que
ha perdido incluso la brújula para recuperar el rumbo, consecuencia de las
sucesivas actuaciones irreflexivas e incoherentes: abandono de proyectos, anuncios
de otros imposibles o que no se ejecutan por inviables; la violencia de sus
propias reacciones ante su propio vacío de poder, la falta de alternativas de
desarrollo económico del municipio, el aumento de la carga impositiva a los vecinos
y el saqueo de las arcas municipales, y una larga lista que puede hacerse
interminable.
Lo peor es que ante la proximidad
de las elecciones (sólo queda nueve meses), los que gobiernan parecen
desesperados por la disminución de su popularidad, incluso por el
cuestionamiento interno de sus candidatos, así como por la caída del voto esperado.
La proliferación de siglas que se ve venir hace que la gente nos comunique su
inquietud de que el motivo oculto sea unir fuerzas en una gran coalición “todos
contra el PSOE”, única forma en que creen que pueden combatirnos. El PSOE,
fuerza más votada en 2011, desde la prudencia del respeto a otras formaciones,
ve con inquietud las maniobras de quienes parecen dispuestos a vender su alma
al diablo, con tal de que el PSOE no gane las cercanas elecciones del próximo
año. Pero esta actitud más que censurable moralmente constituye un error
político de graves consecuencias. Derrotar al partido socialista como consigna generalizada a todas las fuerzas
políticas, democráticas o fácticas como único fin significa el grave riesgo de detener,
otra vez, el desarrollo de nuestro municipio e, incluso, si se hace creyendo
que todo vale, podría culminar en
confrontación social. Las malas artes ya han tenido algunos conatos de
enfrentamiento entre personas de bien que atajan las graves injurias de “mandados”
a la vieja usanza se encargan de vocear por las tabernas. Resulta paradójico
que después de 36 años de largo período democrático que conseguimos muchos a
riesgo de nuestra integridad física, tengamos aún que salir al paso para
reivindicar la política con mayúsculas, frente a quienes anteponen su propio
beneficia antes de los intereses generales, aquellos a los que se obligaron mediante
juramento o promesa, en su toma de posesión. Será, tal vez, que el valor de la
política es el mismo que le dan a su propia palabra. Y eso, amigos, no sólo es
inaceptable sino que debería inhabilitar. Por el bien de la democracia y de las
instituciones.
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