LA VERA, EL PUEBLO QUE ES DRAGO
La Vera es uno de los barrios más
bellos de SJR, que es como decir de la isla. Posee, de Norte a Sur, desde La
Rambla hasta el Andén y, si me apuran, hasta la misma falda del Teide, un
paisaje protegido, con el mismo nivel de protección que el propio Teide, donde
la vegetación de costa pasa paulatinamente, a la vera del barranco, y sin
solución de continuidad, a un bello e intrincado bosque de laurisilva, donde
fayas y brezos, tilos combinan con vegetación baja y trepadora, y, en medio del
barranco, en el sendero de la Fajana, el mejor ejemplar de madroño de Canarias.
Cerca, a casi un tiro de piedra, en lo alto de Las rosas, el Sauguero recuerda
que antaño, antes de rozar las tierras para obtener terreno de labranza, los
saucos eran abundantes allí. La gente de La Vera aprecia la vegetación, la
respeta y la mima. Y, en convivencia íntima con lo que la tierra da, es nuestra
población más agrícola: extensos llanos de papas y hortalizas, árboles frutales
y cereales en las zonas altas así lo atestiguan. Me siento orgullosa de mi
gente tan estrechamente unida al territorio y su conservación. Si alguien tenía
alguna duda de esto que digo, se la voy a disipar inmediatamente.
Hace unos meses se nos planteó un
dilema en La Vera. El drago de la plaza del mismo nombre, en la Vera, tuvo
caídas de dos de sus brazos, ligadas a temporales, en poco tiempo. Preocupados
por la seguridad de la plaza y su entorno, dimos noticia del hecho al Cabildo,
que en aras de la seguridad, nos notificó el permiso para eliminar el drago.
Con esa comunicación nos reunimos con los vecinos. Vino a la reunión Candi, una
técnica experta en diagnóstico y tratamiento de árboles, hija y nieta de las
personas que trajeron el drago chiquito, hijo del famoso drago del Seminario, que
desapareció en una tormenta. Candi pidió permiso para evaluar el estado de
salud del drago. Poco tiempo después vino con el diagnóstico: el drago estaba
en perfecto estado, pero no podía “respirar” bien: el pavimento de la plaza
aprisionaba sus raíces y le impedía alimentarse bien. Reunimos de nuevo a los
vecinos y le comunicamos la situación. Y todos a una, sin dudar, decidieron
prescindir de la plaza y que fuera, en lo sucesivo, el jardín y hábitat del
drago. Y así lo hicimos desde el ayuntamiento: habilitamos el entorno del drago siguiendo las recomendaciones técnicas para favorecer su respiración, alimentación y crecimiento. No he visto generosidad mayor nunca, ni amor a los árboles y a lo propio. El drago, como fuera consciente y en agradecimiento, este año floreció como nunca en las fiestas de La Vera.
Por eso, porque el
drago pervive y seguirá siendo un símbolo de La Vera, creo que es justo decir
que La Vera es un pueblo drago. Gracias a Candi y a todos por el ejemplo
mayúsculo de respeto a la naturaleza, en un mundo que no se caracteriza por
ello. Gracias, vecinos. Orgullosa de ustedes.
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