MI PSOE: LA CUESTIÓN
CATALANA, LA DECLARACIÓN DE GRANADA Y LA GRAN OPORTUNIDAD PERDIDA
Tengo que comenzar diciendo que mi
Secretario General ha tenido momentos estelares de liderazgo que admiro
profundamente. Uno de ellos fue el paso adelante para subsanar la gran cobardía
de Rajoy tras los resultados de las elecciones generales de 2015. Un líder
natural, pensé entonces, y lo corroboro. No contaba entonces con la falta de
altura política de Pablo Manuel Iglesias, que hizo que fuera imposible otra
cosa que unas nuevas elecciones generales. Ombliguismo, ambición y falta de
altura política del nuevo líder de la nueva y defraudante izquierda. Después, y
sobre todo tras la segunda convocatoria de generales, ese liderazgo
institucional y público devino en liderar escaramuzas internas que poco
aportaba, y aporta, a lo esperado en un futuro presidente de gobierno. No doy
datos, pero eso me hizo apartarme de un modelo que no respondía, ni responde, a
las necesidades del país y al mayor problema con el que se enfrenta, quizá, de
toda la historia de la democracia reciente.
Hace tiempo que la tristeza y la
decepción me ha impedido reflexionar en público. Pero ahora, unos días antes del 1-O y, sobre
todo, del 2-O, quiero expresar públicamente lo que pienso sobre nuestro papel,
el papel que desearía que cumpliera mi Secretario General, el que quiero que
sea el futuro presidente del gobierno de España.
Parto del patético papel que ha
cumplido el gobierno de Rajoy. La inacción no resuelve problemas. Los agrava. Un
teórico de la educación, Collier, acuñó una frase que dirigió siempre mi acción
pedagógica, pero que sirve igualmente para la política y cualquier actividad
humana en la que haya que tomar
decisiones. Decía Collier:
Esto precisamente es lo que no ha
hecho Rajoy. Mala cosa y malas consecuencias. Pero echo profundamente en falta
que el primer partido de la oposición y el único que ha reflexionado largamente
y con tiempo sobre este problema, el PSOE, no se haya posicionado. El PSOE
tiene una larga trayectoria de debate sobre el federalismo y las necesidades de
cambio constitucionales (Declaración de Granada, 2013; Declaración de
Barcelona, 2016), consensuadas con su homólogo de Cataluña, PSC y aceptadas por
sus órgano de gobierno. Esos dos documentos, el segundo de los cuales resume el
primero, debían haber sido la piedra angular para que mi Secretario General, de
nuevo en ese papel valiente y de liderazgo institucional que tanto admiré tras
las elecciones de 2015, pusiera sobre la mesa la necesidad del diálogo y el
debate sereno interpartidario, como líder de Estado. También de puertas adentro,
trasladando el conocimiento de esos documentos a la militancia, de forma que en
esta refriega tuviéramos criterios sólidos. Incluso, tal vez, si enfrente
hubiera habido líderes de entidad suficiente, se hubiera estado hablando ahora
en otros términos.
El papel que espero de mi
Secretario General no es, precisamente, la refriega interna a lo corto, sino la
altura política externa a largo plazo. Menos coyuntura chiquita y más
estructura amplia. No ha sido así. Y no le echo la culpa solo a mi Secretario
General. Esa altura la demando de todos aquellos que lo rodean, y que hasta
ahora no la han manifestado en general.
Pero aún hay tiempo. El 2-O
llega. Y el PSOE sigue siendo el único partido que cuenta con una alternativa
sólida, en forma de documento, para empezar un diálogo interpartidario. Las
alturas institucionales, si no se tienen, se buscan. Se demandan por parte de
los ciudadanos. Se están demandando. A voces. A súplicas. A fuerza. Ahí debemos
estar. Invitando a compartir, desde las distintas sensibilidades, la
construcción de la solución a un conflicto que ha de resolverse para empezar,
de una vez, a hacer lo que nos toca a los políticos: mejorar el bienestar de
toda la ciudadanía. Y ahí es donde, realmente, se nos espera.
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