MIS BODAS
Los que me conocen saben que me
encantan las bodas. Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, ya que mi
anterior entrada fue sobre bodas, voy a hablar de mis bodas. Son bodas
sencillas, como este pueblo, que es sencillo. Son bodas que me encanta oficiar,
porque son bodas con el corazón. Veo a mi gente reunida por un motivo alegre,
no como en muchas ocasiones en este aciago agosto, que ha sido para despedir a
la gente que queremos. Las bodas son motivo de alegría, y son momentos donde
sea por mi edad o sea por mi condición, la gente me deja decir lo que opino
sobre la convivencia. Y a veces, puedo también referirme a los valores de este
pueblo nuestro, que se conservan hasta nuestros días de la mano de personas
jóvenes que vienen por aquí a decirse sí con todos los preceptos legales, y que
comienzan a caminar un sendero que ya caminaron sus padres y sus abuelos. Tengo
que decir que me encanta ver a la gente que trabaja arduamente cada día,
vestidos de boda, tan guapos y guapas que a veces me cuesta reconocer en ellos
al vecino al que saludé el día anterior. Me gusta mi gente, en el trabajo diario
o en las celebraciones. Dentro de la sencillez, sus bodas reflejan exactamente
que son cada uno de ellos, y yo procuro que también la ceremonia lo haga.
Este agosto, tan doloroso, ha
tenido las alegrías de dos bodas de personas muy queridas. Primero se casaron
Nuria y David, mis niños, la una porque fue mi alumna en el instituto, y ahora
ha sido una colaboradora inestimable en el archivo y la ordenación de la
Biblioteca Antonio Bello. El otro porque, tras un largo esfuerzo que yo
presencié, ahora es de derecho y de hecho colega mío, profesor de Geografía e
Historia de Instituto. Trabajadores, nobles y leales, David y Nuria constituyen
un ejemplo de lo mejor de nuestra gente. Cuando asumen un trabajo o un nuevo
reto no se arredran, se forman y asumen con naturalidad la responsabilidad, de
forma que además, son parte de esa juventud confiable que sé que asumirán las
riendas de nuestro país y de sus instituciones y lo harán bien, sea donde sea
que ejerzan su labor. Al día siguiente se casaron Antonio Manuel y Davinia, una
pareja que paso a paso fueron construyendo su futuro: conviviendo y priorizando
el esfuerzo que había que hacer para tener su propia casa, luchando para
tenerla con constancia y denuedo, lucha
de la que también fui testigo y partícipe, y casándose al final. Fue una
boda preciosa: amantes de los caballos, tenían los elementos necesarios para
que la novia llegara en calesa al ayuntamiento, lo que no significó un
sobrecoste, sino la integración de su día a día en el acto donde se dieron el
sí. Ambas bodas se celebraron
dignamente, con la dignidad de la gente que sabe que ese es un día de
convivencia con las personas a las que quieren, no un acto de ringo rango. Porque
nuestra gente, y eso es lo que valoro de ella, no son personas de postureos,
sino de convivencia mesurada y tranquila, que quiere trabajar, criar una
familia y vivir en paz. Todo lo que excede de eso, chirría. Y yo les doy las
gracias por ser así, por seguir siendo como siempre fue nuestro pueblo,
dignificándolo y honrándolo, y por compartirlo conmigo. Seguiré casando. Vienen
próximas nuevas bodas. Pero sé que todas ellas responderán a estos parámetros.
Y me siento orgullosa y feliz. Gracias.
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