No me da pena alguna despedir
Agosto. Augusto pudo haber sido un buen emperador, pero este Agosto no llega ni
a reyezuelo. Haciendo la salvedad de alguna alegría (mis bodas, que algunos de
mis chicos obtuvieron plaza…) han sido demasiados quienes nos dijeron adiós,
muchos de ellos de forma prematura e inesperada. Montse, mi vecina, vital y entusiasta, buena
amiga de sus amigos, vecina ejemplar, cariñosa y sensible. Se fue
prematuramente, y dejó atrás mucho camino que recorrer, muchas cosas que
celebrar, mucho cariño que repartir y mucha gente que tendrá que acostumbrarse
a su ausencia de la forma en que nos acostumbramos a la ausencia de los que se
van: haciéndola permanecer entre nosotros con su recuerdo continuado y viviendo
lo que a ella le hubiera gustado vivir entre los suyos. Qué mejor homenaje.
Ana, maestra. Fue maestra hasta el final. Yo quiero mucho a su marido, porque
fue un excelente docente en una época en que el centro en el que coincidimos,
IES de San Juan de la Rambla, era un espacio mágico de convivencia y
aprendizaje. Ella, al decir de los muchos alumnos y alumnas que pasaron por sus
manos y que se dieron cita para despedirla, no fue menos excelente docente, de
vocación y de obra. El imborrable recuerdo que dejó entre quienes aprendieron
con ella fue una constante de la despedida, en la que lo que causaba mayor
impresión fue la serenidad de sus familiares y amigos. Pero al igual que las
buenas tutorías no son casualidad, sino que detrás hay un excelente tutor, en
el caso de Ana me contaba su gente que ella preparó a todos para acompañarla en
la despedida, e incluso pensó en todos los que íbamos a estar allí, y nos dejó
una frase de agradecimiento. Maestra hasta el final, que es lo más grande que
se puede decir de una docente vocacional. Y está Fifa, mi vecina, que se fue
apenas unos días después de su marido, Luis. En el sepelio de Luis hablé un
rato con ella y recordé mi niñez, parte de la cual pasé en su casa, porque una
persona muy querida por mí era novio de su hermana Clemencia. Y le recordaba la
yegua de mi abuela, con la que iba hasta su casa, la casa cariñosa, la buena
vecindad, el trato respetuoso y las pequeñas cosas que nos hacían felices. Creo
que esa charla me hizo feliz a mí, pero a ella también. Porque Fifa era una
señora todo nobleza, de esa nobleza que es el patrimonio más importante de
nuestros ancestros, aunque en gran medida ahora esté enmascarada. Y José
Carlos, el atleta que calzaba zapatillas para volar. Hijo de Ana, una querida
compañera, todo el mundo del atletismo vino a despedirlo. El mundo del
atletismo y toda la comarca. Lo despedimos aquí, porque procedía de La
Pascuala, y aquí como en el resto de este territorio nuestro lacerado este
agosto, su despedida fue como un mazazo. Se fue prematuramente, y estará en ese
cielo corriendo u organizando alguna trail de las que tanto gustaba y que
tantos laureles le hizo cosechar. Y se
fue Marina, la señora que durante mucho tiempo regentó una casa de comidas
caseras en el Farrobo, y donde siempre que iba comía bien. Y mucho. Porque
ponía platos a la antigua usanza, colmados, con los que casi nadie podía
acabar. Y cuando venía a revisar como iba la comida, nos reñía cariñosamente
como si fuéramos menudos: “¿No les gustó? ¡Hay que comérselo todo!” y acababa
diciendo: “¡Coman, chicos!”, con la expresión que le he oído a tanta y tanta
buena gente y generosa de nuestro entorno.
No me gusta Agosto. Mis agostos
están llenos de las ausencias de tanta y tanta gente que quiero, que se añaden
a la ausencia más importante de la vida de una persona, y que en mi caso
también es una ausencia de Agosto. Gracias a Dios, Agosto se fue. ¡Bienvenido,
Septiembre!
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