El valor de algo se mide en relación
a otro algo. Esto significa que cualquier cosa puede ser valiosa, todo depende
de su armonización con otras cosas. Además, un valor tiende siempre hacia dos
polos, dado que la adecuación o armonía entre dos cosas puede tener grados o
gamas entre esos dos polos. Los valores, además, son preferibles, es decir, son
atractivos a las facultades humanas. Los valores también son trascendentes, es
decir, los objetivos valiosos no agotan el concepto del valor que entrañan y son jerarquizables, es decir, todos ellos,
guardan entre sí un cierto orden en relación con las preferencias y
características del ser humano.
Los valores son objetivos, es
decir, existen en la realidad
independientemente de que sean conocidos o no. Hablar de valores subjetivos es
hablar de valores creados por el sujeto. La objetividad y subjetividad no son excluyentes,
sino que normalmente se complementan: puede ser que mientras existe una relación de
adecuación entre dos cosas (la objetividad del valor), en este caso la persona
y el objeto, es también posible que esta persona añada por su cuenta
(subjetividad) un elemento de preferibilidad al mismo objeto. Normalmente a esa
parte subjetiva del valor se le conoce como valorización, que muchas veces es
confundida con el valor. El valor es objetivo, ya que se da independiente del
conocimiento que se tenga o no de él, en cambio la valorización es subjetiva ya
que depende de las personas que juzgan; aun así para que una valorización sea valiosa,
debe tener objetividad, es decir, necesita basarse efectivamente en los hechos
reales que se están juzgando y aplicarlos universalmente.
Digo todo esto porque estamos en
tiempos donde se pone en valor cualquier cosa de forma subjetiva y muchas veces
excluyente. Y muchas veces esta circunstancia se varía de forma acomodaticia en
función a acomodar los valores a la circunstancia del sujeto que valora, para
ponerse en valor a si mismo y desvalorizar al resto.
Un ejemplo es el antiguo leit
motiv donde se dividía a las personas en función a si eran de aquí no para su aceptación. El valor bueno era ser
de aquí. El extremo contrario era ser de fuera. A mí errónea y torticeramente me asignaron el
segundo. Este valor cambió y ya no se nombra cuando los que valoraban subjetivamente la
procedencia ahora han de dar cuenta de procedencias externas, domicilios
externos, adhesiones al municipio interesadas en función de aparecer en listas
electorales, huidas del municipio por razones variadas y un largo etc. Con lo
cual se les ha caído ese “valor” que consistía en excluir a los que eran
distintos por razón e procedencia.
Otro ejemplo es el tema de los sueldos, que sirvió
hasta que se hizo un silencio cuando se autoasignaron salarios de más de
100.000 euros más que los anteriores. Ya el antivalor se convirtió en valor.
Un tercer ejemplo puede ser la
presunción de ciertos colectivos de convertir en valor, de nuevo, circunstancias
como la edad o los estudios. La edad no es un valor añadido, ni tener estudios
hace más que añadir una carga teórica a una vida que se ha de curtir en las actividades
profesionales y sociales. No se es mejor por ser joven ni por ser viejo. Los
jóvenes tienen cosas minoradas en las personas mayores viceversa. Los titulados
poseen conocimientos teóricos que han de llenarse de contenidos prácticos, y
los no titulados atesoran su experiencia en los campos en los que se ha
desarrollado la existencia vital. El valor es la interacción entre todas las
edades y el intercambio de conocimientos. Ahí está la riqueza.
Por último, tampoco es un valor
en sí mismo la permanencia en un proyecto. Sólo lo es desde la lealtad y la
humildad. Lealtad para estar en las duras y en las maduras, de uno mismo y de
los demás. Porque hay quien está en los proyectos para sobrellevar las partes
azarosas de su vida y utiliza a los demás, posiblemente por períodos
prolongados, hasta que se siente lo suficientemente libre porque se siente
fuerte. Y esa fortaleza ficticia da la prepotencia que entiende que mi idea es
la única, la mejor y la perfecta. Y eso si que, por supuesto, es un antivalor.
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