Aquella semana de 1974 comenzó
con el anuncio en prensa, el domingo, 21 de abril, de las elecciones en
Colombia. Una España en que se debatía, por personas del régimen, cómo debía
ser la apertura y sus características (una entrevista a Cantarero del Castillo
en La vanguardia decía que el cambio debía pasar por la monarquización del país
y que el limite era el movimiento) daba información con profusión de cómo
transcurrían las elecciones democráticas en el extranjero. Mientras, en España la
dictadura se prolongaba lo que se prolongaba la vida de un general que parecía
ser eterno. El martes, 23 de abril de 1974, como cada año,
acudí a una librería a comprar mi acostumbrado libro de autoregalo por el día
del libro. En esa época muchos centrábamos en la literatura sudamericana la mayor
parte de nuestras lecturas, y nos bebíamos literalmente cada nuevo libro de los
jóvenes escritores con los que se había acuñado el término. Vargas Llosa y
García Márquez compartían pódium en la elección. De Vargas Llosa había leído
escalonadamente, “La ciudad y los perros”, “La casa verde” y Conversación en La
Catedral. “Pantaleón y las visitadoras” había sido publicada unos meses antes,
y esa fue la elección. Con el libro bajo el brazo llegué a mi casa y le eché un
vistazo a un documento que me había pasado un compañero sobre un estudio en
forma de libro Blanco que había publicado la Universidad de Barcelona sobre las
repercusiones para el país de la entrada
en la CEE. El 24, miércoles, amanecí con la ligera sensación de no estar del
todo bien. Pero todo estaba perfectamente. Sólo que estaba de parto. El
Hospital me acogió a mí, a mi libro de “Pantaleón y la visitadoras” y, unas
horas más tarde, a mi hijo Pedro. La larga vigilia que acompaña a los partos se
hizo más corta gracias al libro y las periódicas visitas de las enfermeras para
que le diera el pecho al niño, obligación afortunada del sistema sanitario en
una época en que se puso de moda utilizar desde el nacimiento leche maternizada.
El día siguiente, 25 de abril, fue brillante. Me trajeron al hospital noticias
de la revolución en Portugal. No sabía exactamente qué ocurría pero una
revolución -¡una revolución!- de militares y del propio pueblo portugués hacía
desaparecer la gran infamia de la dictadura de Salazar, un régimen tan próximo al franquismo que había
expatriado a Miguel Hernández a España en 1939, promoviendo su muerte en la
cárcel. ¿Qué sentí en aquel momento gozoso, donde acababa de nacer mi primer
hijo? ¿Cuál fue mi sentimiento? Ilusión, esperanza, emoción por lo que íbamos
leyendo entre líneas en los periódicos de la mano y la pluma de comentaristas
que se atrevían a comentar la que luego se llamó “la revolución de los claveles”.
También una incredulidad: el ejército se mostraba a favor de la democracia. No parecía que eso pudiera pasar en nuestro
país. La represión seguía siendo salvaje:
apenas un mes antes, Salvador Puig Antich había sido asesinado. En abril de
1973, la Guardia Civil ametrallaba a un trabajador en la puerta de la central
térmica de Sant Adrià de Besòs (Barcelona) y en agosto de 1974 era asesinado en
Carmona, también por la Guardia Civil, que nunca ha sido depurada, Miguel
Roldán. La acción de una joven florista, a quien un soldado le pidió cigarrillos
y, como no tenía, le puso claveles en el fusil hizo que esa imagen diera la
vuelta al mundo y que la revolución fuera conocida como la de los claveles. El
otro símbolo fue la canción revolucionaria por excelencia, Grandola, villa
morena. La canción hace referencia a la fraternidad entre las personas de
Grândola, en el Alentejo, y había sido prohibida por el régimen salazarista
como una música del partido comunista de Moscú. En la madrugada del 25 de abril
de 1974 la canción era retransmitida en la Rádio Renascença, la emisora
católica portuguesa, como señal para la confirmación del inicio de la revolución.
A las 0.20 del día 25 de abril de 1974 en el programa Limite de Radio
Renascença se emitió Grândola, Vila Morena, que era la segunda y última señal
para dar comienzo al movimiento revolucionario que derrotaría a la dictadura de
Salazar y daría libertad a Portugal y a su inmenso imperio colonial. Las
fuerzas del ejército portugués organizadas por el MFA serían las encargadas de
conseguir la libertad con el apoyo del pueblo que las cobijó con la colocación
de claveles rojos en las bocas de los cañones de los tanques y los fusiles de
los soldados. La primera señal fue emitida a las 22.55 del día 24 de abril y
fue la canción E Depois do Adeus (Y después del adiós), cantada por Paulo de
Carvalho. Esta canción se convirtió en un símbolo de la revolución y de la
democracia en Portugal. Lisboa, aparte de la ciudad más bella del mundo, se
convirtió en la referencia de todos los que aspirábamos a un tránsito pacífico
a la democracia en nuestro país. Y cada vez que he vuelto a la ciudad del Tajo,
a donde siempre hay que volver, a donde se refugiaría uno cuando esté enfadado
con el mundo, quiero oir Grandola villa Morena. Y quiero admirar los claveles
del mercado da Ribeira. Porque aquella semana de abril de 1974 marcó mi vida como quizá ninguna otra. por la alegría y la esperanza.
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