viernes, 25 de abril de 2014

AQUELLA SEMANA DE ABRIL DE 1974

Aquella semana de 1974 comenzó con el anuncio en prensa, el domingo, 21 de abril, de las elecciones en Colombia. Una España en que se debatía, por personas del régimen, cómo debía ser la apertura y sus características (una entrevista a Cantarero del Castillo en La vanguardia decía que el cambio debía pasar por la monarquización del país y que el limite era el movimiento) daba información con profusión de cómo transcurrían las elecciones democráticas en el extranjero. Mientras, en España la dictadura se prolongaba lo que se prolongaba la vida de un general que parecía ser eterno.   El martes, 23 de abril de 1974, como cada año, acudí a una librería a comprar mi acostumbrado libro de autoregalo por el día del libro. En esa época muchos centrábamos en la literatura sudamericana la mayor parte de nuestras lecturas, y nos bebíamos literalmente cada nuevo libro de los jóvenes escritores con los que se había acuñado el término. Vargas Llosa y García Márquez compartían pódium en la elección. De Vargas Llosa había leído escalonadamente, “La ciudad y los perros”, “La casa verde” y Conversación en La Catedral. “Pantaleón y las visitadoras” había sido publicada unos meses antes, y esa fue la elección. Con el libro bajo el brazo llegué a mi casa y le eché un vistazo a un documento que me había pasado un compañero sobre un estudio en forma de libro Blanco que había publicado la Universidad de Barcelona sobre las repercusiones  para el país de la entrada en la CEE. El 24, miércoles, amanecí con la ligera sensación de no estar del todo bien. Pero todo estaba perfectamente. Sólo que estaba de parto. El Hospital me acogió a mí, a mi libro de “Pantaleón y la visitadoras” y, unas horas más tarde, a mi hijo Pedro. La larga vigilia que acompaña a los partos se hizo más corta gracias al libro y las periódicas visitas de las enfermeras para que le diera el pecho al niño, obligación afortunada del sistema sanitario en una época en que se puso de moda utilizar desde el nacimiento leche maternizada. El día siguiente, 25 de abril, fue brillante. Me trajeron al hospital noticias de la revolución en Portugal. No sabía exactamente qué ocurría pero una revolución -¡una revolución!- de militares y del propio pueblo portugués hacía desaparecer la gran infamia de la dictadura de Salazar, un  régimen tan próximo al franquismo que había expatriado a Miguel Hernández a España en 1939, promoviendo su muerte en la cárcel. ¿Qué sentí en aquel momento gozoso, donde acababa de nacer mi primer hijo? ¿Cuál fue mi sentimiento? Ilusión, esperanza, emoción por lo que íbamos leyendo entre líneas en los periódicos de la mano y la pluma de comentaristas que se atrevían a comentar la que luego se llamó “la revolución de los claveles”. También una incredulidad: el ejército se mostraba a favor de la democracia.  No parecía que eso pudiera pasar en nuestro país.  La represión seguía siendo salvaje: apenas un mes antes, Salvador Puig Antich había sido asesinado. En abril de 1973, la Guardia Civil ametrallaba a un trabajador en la puerta de la central térmica de Sant Adrià de Besòs (Barcelona) y en agosto de 1974 era asesinado en Carmona, también por la Guardia Civil, que nunca ha sido depurada, Miguel Roldán. La acción de una joven florista, a quien un soldado le pidió cigarrillos y, como no tenía, le puso claveles en el fusil hizo que esa imagen diera la vuelta al mundo y que la revolución fuera conocida como la de los claveles. El otro símbolo fue la canción revolucionaria por excelencia, Grandola, villa morena. La canción hace referencia a la fraternidad entre las personas de Grândola, en el Alentejo, y había sido prohibida por el régimen salazarista como una música del partido comunista de Moscú. En la madrugada del 25 de abril de 1974 la canción era retransmitida en la Rádio Renascença, la emisora católica portuguesa, como señal para la confirmación del inicio de la revolución. A las 0.20 del día 25 de abril de 1974 en el programa Limite de Radio Renascença se emitió Grândola, Vila Morena, que era la segunda y última señal para dar comienzo al movimiento revolucionario que derrotaría a la dictadura de Salazar y daría libertad a Portugal y a su inmenso imperio colonial. Las fuerzas del ejército portugués organizadas por el MFA serían las encargadas de conseguir la libertad con el apoyo del pueblo que las cobijó con la colocación de claveles rojos en las bocas de los cañones de los tanques y los fusiles de los soldados. La primera señal fue emitida a las 22.55 del día 24 de abril y fue la canción E Depois do Adeus (Y después del adiós), cantada por Paulo de Carvalho. Esta canción se convirtió en un símbolo de la revolución y de la democracia en Portugal. Lisboa, aparte de la ciudad más bella del mundo,   se convirtió en la referencia de todos los que aspirábamos a un tránsito pacífico a la democracia en nuestro país. Y cada vez que he vuelto a la ciudad del Tajo, a donde siempre hay que volver, a donde se refugiaría uno cuando esté enfadado con el mundo, quiero oir Grandola villa Morena. Y quiero admirar los claveles del mercado da Ribeira. Porque aquella semana de abril de 1974 marcó mi vida como quizá ninguna otra. por la alegría y la esperanza. 

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